El voto no ideológico

El voto no ideológico
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
08 Ago 2023

Si bien la gente vota por un cambio, es imprescindible que los políticos entiendan que sólo salvando la distancia entre la retórica ideológica y las soluciones reales, los partidos podrán realmente aspirar a ganarse el apoyo de las personas a las que pretenden servir.

 

Según el informe más reciente de Latinobarómetro, desde 2018, más del 80% de las elecciones en la región han resultado en una victoria para la oposición. Ningún proyecto político ha repetido gobierno y la popularidad de los liderazgos se evapora como la espuma. En América Latina, el dominio del “voto-castigo” está reflejando un sentimiento anti-oficialista, pero también un deseo de soluciones prácticas a problemas cotidianos acuciantes más que un compromiso con una ideología política determinada, sea izquierda o derecha.

Comencemos por el caso de Chile, que entre 2021 y 2023 ha oscilado de la extrema izquierda a la extrema derecha. Este pendulazo, a primera vista ideológico, despierta interés. De hecho, es inverosímil, por no decir descabellado, interpretar que el electorado chileno pasó repentinamente de alabar el Manifiesto Comunista a exaltar los conceptos de la Escuela Austríaca de Economía. Más bien, pareciera que el cambio que buscan los votantes chilenos no ha estado subordinado a una agenda ideológica concreta, sino que su voto está influido por preocupaciones más inmediatas.

Al otro lado del Atlántico hay otro caso interesante, aunque opuesto. En España sorprendió que el gobierno izquierdista de Pedro Sánchez, enfrentado a una importante desaprobación pública, volviera a ganar la investidura para la jefatura del gobierno, mientras que los partidos de derecha no consiguieran un apoyo sustancial de los votantes. Llama la atención que el partido opositor de derecha conservadora Vox, de desplomara tan estrepitosamente perdiendo 19 escaños y más de 600.000 votos en estas elecciones, cuando muchos sondeos proyectaban que arrasaría. Sin embargo, si tomamos en cuenta que su campaña de oposición puso el acento excesivamente en temas como los peligros de la ideología de género y del comunismo, no es de extrañar que los electores españoles se decantaran por la opción oficialista que, aunque rechazada ampliamente, al menos basó su campaña preocupaciones más apremiantes para la población como las ayudas sociales. 

Los partidos políticos cometen a menudo el error de suponer que ganar unas elecciones les otorga un mandato absoluto para aplicar sin restricciones su agenda ideológica. Sin embargo, la realidad cuestiona esta suposición. En primer lugar, porque ninguna tolda política está ganando elecciones con mayorías abrumadoras. Y en segundo lugar, porque estamos viendo que los votantes no están respaldando una ideología concreta, sino que votan para expresar su deseo de obtener resultados y un gobierno competente.

Recientemente en Guatemala, a propósito de la segunda vuelta electoral, la encuesta de esta casa junto con con CID Gallup, arrojó un dato interesante que vale la pena desarrollar. Ante la pregunta: ¿Si tuviera que definir su ideología política, cómo se calificaría? 31% de los encuestados se definió de derecha y centro-derecha, frente a apenas un 6% que se calificó de izquierda y centro-izquierda. Si desglosamos este dato, interesantemente, quienes más se identifican con la derecha son las personas entre 26-50 años de edad, con educación secundaria que viven en la región metropolitana. Pregunta aparte, que además excede los propósitos del ejercicio, es qué entienden los encuestados por “derecha”: si la asocian a un tema económico, de seguridad, de valores tradicionales, etc.

Pero, en todo caso, si la mayoría se autodefinen como derecha ¿Cómo entender entonces que un candidato de izquierda socialdemócrata como Bernardo Arévalo, esté liderando la intención de voto con 63%, según la encuesta citada? La respuesta es, precisamente, que la mayor parte de su voto es un voto de rechazo, o un voto-castigo al estado de cosas actual, más que un voto que exprese un deseo de la ciudadanía de virar hacia una agenda de izquierda de redistribución, de políticas identitarias, etc.  

También hay que precisar que si bien Arévalo lidera las encuestas, apenas obtuvo el 11.74% de los votos en la primera vuelta electoral: el menor porcentaje de votos en la historia democrática de Guatemala con el que un candidato pasa a balotaje. Así que su victoria de ninguna manera puede entenderse como un cheque en blanco para que haga lo que quiera. 

Si bien la gente vota por un cambio, es imprescindible que los políticos entiendan que sólo salvando la distancia entre la retórica ideológica y las soluciones reales, los partidos podrán realmente aspirar a ganarse el apoyo de las personas a las que pretenden servir.