Aun cuando la represión penal sea una herramienta en la persecución de la corrupción, ello no cura la enfermedad, dado que sin cambios estructurales que eliminen la arbitrariedad, será difícil lidiar con la corrupción.
Los gobiernos de la República de Guatemala en los últimos años han requerido apoyo internacional de Naciones Unidas, materializado con la instauración de una Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). La finalidad inicial fue la de apoyar al Ministerio Publico, la Policía Nacional Civil y a otras instituciones del Estado en la investigación de los delitos cometidos por integrantes de los cuerpos ilegales de seguridad y aparatos clandestinos de seguridad, logrando su desmantelamiento, aun cuando ha venido asumiendo también funciones relacionados a la investigación criminal en casos de corrupción administrativa.
La necesidad por fortalecer al poder judicial para que pueda éste, en el futuro, seguir enfrentando a los cuerpos u aparatos ilegales como objetivo indirecto, no significa que sea algo menos importante. La cuestión está en que Guatemala ha devenido en un Estado infectado por la corrupción, en su vertiente de acaparamiento ilícito de bienes y de dinero por parte de ciertos detentadores del poder político y funcionarios en general.
En la actualidad, la organización “Transparencia Internacional”, ha creado un índice titulado “Corruption Perceptions Index”, en el que se evidencia según ciertas variables, la percepción de la corrupción a nivel mundial. Guatemala figura en el puesto 123 de 168 países analizados y de hecho, América Latina en su conjunto, no aparece muy bien en este ámbito, salvo por los casos de Uruguay y Chile.
Aunque la corrupción no es el único factor explicativo de la pobreza en América Latina, sí que cabe sostener que merma las oportunidades para la prosperidad, sin contar con el escaso interés que tales sistemas suscitan en el mundo empresarial internacional, quienes no dudarán un instante en no invertir en países contaminados con una corrupción generalizada.
La corrupción generalizada como se puede ver en las distintas órdenes de captura impartidas por el Ministerio Público, revela la existencia de un problema de Estado que va más allá de la persecución penal contra determinadas personas con flaquezas morales y escaso compromiso con su Nación. La comprensión del problema requiere de una despersonalización de la corrupción y de entender cuán importante es el elemento institucional. Si como se afirma, las instituciones dan mensajes[1], entonces la agudización de la corrupción revela un déficit en el funcionamiento institucional que requiere de atención ciudadana y política.
En tal sentido, debe destacarse que tal atención no puede desencadenar una “guerra”contra la corrupción como un asunto de prioridad absoluta, pues ello equivaldría a afirmar que se puede eliminar por completo el pecado o el mal en el mundo. El resultado de esta “guerra”, sería el acrecentamiento de una corrupción más refinada y el surgimiento de nuevas fuentes, formas y estrategias para llevarla a cabo, lo que eleva la importancia, no solo de reformas jurídico-políticas integrales, sino también, de la evaluación de las prácticas en contra de la ley, generalizadas dentro del funcionamiento de la Administración Pública y el Gobierno.
El análisis del fenómeno de la corrupción, debe tomar en cuenta el valor que tienen las instituciones y el sistema de partidos como frenos de la misma. La solidez de un sistema de partidos, representativo, democrático, cuya sociedad civil sea la regente de estas organizaciones, mejora el control ciudadano sobre el ejercicio del poder político.
La corrupción generalizada revela una crisis del sistema político-constitucional, la cual no merma sola y exclusivamente con una cruzada moral, debido a que acentúa las poses y discursos en favor de una moral absoluta, desprestigiando el sistema, sin aportes significativos a un arreglo político realista.
Aun cuando la represión penal sea una herramienta en la persecución de la corrupción, ello no cura la enfermedad, dado que sin cambios estructurales que eliminen la arbitrariedad, será difícil lidiar con la corrupción. Lo que se hace necesario es una actitud sincera tanto de la sociedad como de los políticos, sobre cuál ha de ser la función del poder político en una sociedad, así como su estilo de vida, la cual no puede estar basada en lo extravagante de su comportamiento, sus lujos, sus bienes, sino en sus dotes personales o intelectuales.
Un reforzamiento de los controles sociales, de los controles estatales, de un replanteamiento institucional del sistema político constitucional y una reducción de la ambición ciudadana sobre la política como único factor de desarrollo social, económico, cultural, artístico etc., sin duda son aspectos que coadyuvan a una disminución de la corrupción.
Referencias bibliográficas:
1. Julia BARRAGÁN, “El mensaje de las instituciones” en Telos: Revista iberoamericana de estudios utilitaristas, n° 1, Sociedad Iberoamericana de Estudios Utilitaristas, Madrid, 2002, pp. 123-144