El punto fundamental es que como sociedad debemos reaccionar y dejar el conformismo del crecimiento económico mediocre que hemos tenido en los últimos treinta años. Y, en segundo lugar, debemos comprender que, si no reformamos el Estado, jamás seremos capaces de diseñar e implementar un modelo de desarrollo exitoso.
La economía guatemalteca tuvo una caída histórica, de entre 8% y 10%, en el segundo trimestre del año. El encierro parcial tuvo un alto costo económico y con la reapertura, la perspectiva es que mejore la situación, pero, aún así, lo más probable es que en el año 2020 cerremos con una caída del PIB de entre 3% y 5%.
La Cepal estima que, en este año, en América Latina la pobreza se incrementará de 30.2% a 37.3% y la pobreza extrema pasará de 11% a 15.5%. Serán más de 45 millones de personas que caerán en pobreza o pobreza extrema.
El desafío que tenemos en este contexto complejo para el mundo y para el país, es cómo implementar una agenda de desarrollo de largo plazo y no solamente parches de corto plazo. Guatemala tiene el sexto PIB per cápita más bajo de América Latina. Costa Rica duplica el PIB per cápita de Guatemala y Uruguay, Panamá y Chile lo triplican. Y dado que esos países logran crecen más rápido que Guatemala, cada año nos quedamos más rezagados.
Es evidente que necesitamos hacer un esfuerzo muy grande por lograr un mayor crecimiento económico. El problema es que tenemos la tasa de inversión más baja de América Latina y sin inversión, no hay crecimiento económico. La inversión interna es insuficiente y por ello es necesario desarrollar una estrategia para atraer inversión extranjera directa a Guatemala. La tragedia es que el 70% de la inversión extranjera que viene a Centroamérica se va a Costa Rica y Panamá. ¿Por qué los inversionistas extranjeros tienen tan poca confianza en Guatemala?
El primer paso para lograr la confianza de los inversionistas locales y extranjeros es la certeza jurídica y contar con un Estado eficiente, profesional y con visión de largo plazo. Si nos siguen percibiendo como un país sin ley y con élites políticas que se comportan más como mafias que como estadistas, difícilmente atraeremos la inversión que necesitamos con tanta urgencia.
Por esa razón, es imprescindible e impostergable que el Ejecutivo retome la agenda de reforma del Estado y lo convierta en el gran legado para Guatemala. Nuestra frágil institucionalidad cada vez es más permeable a la corrupción y el crimen organizado, lo que nos podría llevar eventualmente a la Colombia de los años ochenta y noventa. Estamos mal, pero podríamos caer en una espiral de decadencia si no reformamos el Estado para que comience a estar al servicio de la ciudadanía y deje de ser instrumento de la corrupción.
Pero la reforma del Estado debe estar acompañada por una sociedad civil madura y capaz de lograr acuerdos y consensos mínimos. Llevamos décadas discutiendo sin éxito la reforma del Estado, porque somos una sociedad intransigente y dogmática. Debemos aprender a ser más pragmáticos y dejar de pensar que tenemos la verdad absoluta. Los políticos inescrupulosos se burlan de nuestra incapacidad de lograr acuerdos mínimos, porque saben que esa situación les beneficia para mantener el statu quo.
Al mismo tiempo, debemos discutir abiertamente sobre el modelo de desarrollo para Guatemala. Esa es una discusión en donde también debemos evolucionar. Es obvio que necesitamos desarrollar una política fiscal y laboral que genere crecimiento económico y puestos de trabajo. La alta informalidad en el país es un síntoma inequívoco que nuestra legislación es demasiado restrictiva.
También debemos discutir sobre cómo construimos capital humano, a través de un sistema de salud y educación de alta calidad, que promueva la movilidad social. Y de nuevo, debemos hacer gala de la creatividad y el pragmatismo.
Por supuesto que debemos discutir muchos más temas, pero el espacio es insuficiente. El punto fundamental es que como sociedad debemos reaccionar y dejar el conformismo del crecimiento económico mediocre que hemos tenido en los últimos treinta años. Y, en segundo lugar, debemos comprender que, si no reformamos el Estado, jamás seremos capaces de diseñar e implementar un modelo de desarrollo exitoso.
Columna publicada originalmente por Sociedad de Plumas en El Periódico.