Un portaviones, una designación de terrorismo y una nueva ventana de negociación
Recapitulemos: desde mediados de agosto de este año, el Mar Caribe es el escenario del despliegue militar más importante en varias décadas cuyo objetivo es, en principio, hacer operativos antinarcóticos utilizando poder de fuego militar. Pero, con el paso de las semanas, este contingente ha ido agrandándose y tomando fuerza. Lo que comenzó en la zona del Caribe con 4000 efectivos, ya va por la suma de 15,000 hombres, barcos destructores, submarinos y aviones bombarderos, un despliegue equivalente al 20% de la fuerza militar de Estados Unidos, según varios expertos en seguridad. Lo cual ha hecho pensar a analistas y medios de comunicación (aunque sin confirmaciones oficiales de la Casa Blanca), que realmente lo que se está buscando es un cambio de régimen en Venezuela.
En estos meses, se han especulado todo tipo de causas, motivaciones y posibles desenlaces. Cada día salen por lo menos cinco o más notas de distintos medios de comunicación, en su mayoría estadounidenses, con supuesta información interna de la administración, fuentes anónimas, opiniones de expertos en seguridad y defensa que plantean todo tipo de hipótesis y aventuran escenarios. La incertidumbre parece estar a la orden del día. En ese sentido, vale la pena plantearse una hipótesis de trabajo a partir de una premisa negativa y es que si bien el objetivo de Estados Unidos es probablemente un cambio de régimen en Venezuela, no pretenden hacerlo por vías directas con acciones de fuerza en territorio venezolano sino por vías indirectas como lo han hecho históricamente en el continente: con disuasión. En ese sentido, el análisis que sigue a continuación, parte de esta proposición.
Pasados tres meses de este despliegue, cada escalada que anuncia Estados Unidos, no está teniendo el efecto que se busca de terminar de fracturar al régimen venezolano y lograr el ansiado “quiebre militar” en las fuerzas armadas venezolanas que conduzca a una transición democrática. De hecho, mientras el régimen venezolano se encuentra inconmovible, paradójicamente, dentro de las consecuencias no intencionadas de estas maniobras de la administración norteamericana, es el gobierno vecino de Colombia quien ha entrado en una nueva crisis, producto del apoyo de Petro al régimen venezolano y también se están viendo las irradiaciones en el gobierno de España donde se ha relacionado al partido de gobierno con el régimen venezolano a partir de la figura del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. El terremoto político pareciera llegar a todas partes menos a Venezuela. ¿Por qué? La teoría política[1] nos dice que estas estrategias más indirectas de desestabilización (sanciones, operaciones psicológicas, propaganda, disuasión, etc.), funcionan más bien en gobiernos descentralizados donde el grupo gobernante no tiene control total de las instituciones del Estado y donde todavía existen ciertos contrapesos, así como oposición política. El cual no es el caso del régimen venezolano.
Con el paso de los días y las semanas, hemos atravesado varios hitos que siguen subiendo los costos de permanencia del régimen venezolano: en primer lugar, la llegada del portaviones Gerald R. Ford (uno de los más poderosos del ejército estadounidense) a las costas del Mar Caribe. Y en segundo lugar, la entrada en vigor de la designación del Cartel de los Soles como terroristas por el Departamento de Estado el lunes 24 de noviembre. Con cada hito que se anuncia, se está buscando subir la intensidad política que termine detonando acciones internas que desestabilicen al régimen venezolano. La metáfora sería la de un desfibrilador que lanza descargas eléctricas, esperando que el corazón del paciente se reanime: cada “ultimátum” que se lanza es como una descarga que busca la anhelada reacción que desencadene un cambio. Pero esta estrategia plantea cuatro problemas: primero, el gobierno estadounidense debe seguir subiendo la intensidad para seguir manteniéndose creíbles. Segundo, se pierde cada vez más consenso dentro de Estados Unidos sobre un eventual cambio de régimen en Venezuela. Tercero, la operación “tun-tun” y la represión dentro de Venezuela fue tan efectiva, que un levantamiento popular es bastante improbable. Y cuarto, Maduro ya tomó la determinación de trasladar la decisión de comenzar el conflicto a Estados Unidos. Desarrollaremos mucho más este último punto de seguidas:
Conflicto planteado como un juego de brinkmanship o chickengame. Este es un tipo de juego donde se plantea llegar hasta la última consecuencia posible: los dos jugadores están frente a frente y aprietan el acelerador, buscando una colisión fatal, hasta que uno de los jugadores termine frenando o desviándose por miedo a colisionar. Al contrario de varios análisis que se han planteado, este juego no lo gana quien tenga el carro más rápido o más grande (mayor poder), sino el que asume el costo de perderlo todo, bien porque sabe en el fondo que el otro jugador está haciendo bluff y no cumplirá la amenaza de estrellarse, o bien porque no teme al peor desenlace y prefiere, antes que retirarse, no quedar en una posición más desventajosa que en la que está ahora; aunque esa decisión le cueste la vida. ¿Es esa una decisión racional? En análisis anteriores dijimos que este mismo dilema se le presentó a Fidel Castro en 1962 y supo sortear la amenaza nuclear de Estados Unidos, poniéndose justamente en el centro de la mirilla del gatillo sacrificando a la isla entera “por la lucha contra el imperialismo”. De hecho, la historia política no es ajena a este tipo de situaciones: relata Maquiavelo en sus Discorsi…, que en pleno Renacimiento italiano, la condesa de Forlì, Catalina Sforza, no le importó escapar dejando a sus hijos como rehenes en prenda a sus secuestradores y ante la amenaza de matarlos, les respondió a los asesinos “que tenía con qué hacer otros”. La clave entonces para ganar este juego es no subestimar hasta dónde tu enemigo es capaz de llegar.
¿Donald Trump hizo todo esto para nada? La mayoría de analistas se hacen esta pregunta para convencerse de que, llegados a este punto y con tanto en juego, una acción de fuerza por parte de Estados Unidos tendría que ser inminente. Pero si nuestra hipótesis anterior es correcta, entonces la respuesta a esta pregunta es necesariamente sí. Es decir, la intención de Donald Trump nunca fue entrar en Venezuela con una acción de fuerza, sino que, bajo el expertise del Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, lo que se buscaba era plantear el escenario más extremo esperando, o bien una traición interna en el régimen venezolano, o bien una rebelión popular, y por consiguiente, un eventual quiebre. Esto no es más que la estrategia del fake it till you make it, tan común en el mundo de los negocios, donde el performance puede ser mucho más costoso que el trato que se quiere conseguir momentáneamente, hasta obtener el premio gordo o el big break. El problema es que esta estrategia no siempre es trasladable al mundo de lo político, que opera bajo otros presupuestos y leyes internas a su propia esencia. Amarga lección.
Como una apuesta así es muy difícil de mantener en el tiempo, es probable que por eso desde hace dos semanas hemos escuchado declaraciones del presidente Trump sobre posibles conversaciones con el régimen venezolano. Dado este escenario y con el reloj en contra ¿qué le queda a Trump? Buscar una salida honrosa con alguna ganancia que ya veremos en los próximos días o semanas cuál será. En todo caso, el propio gobierno estadounidense, ante este probable desenlace, se cubrió las espaldas con su propio ticket de salida: nunca hablaron de regime change en Venezuela, sino de controlar el narcotráfico y la migración ilegal. Lo demás “fueron inventos del mainstream media”.
Dos últimos puntos: lo anterior no deja de ser un ejercicio de análisis bajo una hipótesis de trabajo, de ninguna manera es una sentencia o una predicción. Como dijimos antes, el escenario actual es de incertidumbre y nadie sabe realmente qué va a pasar. Podemos estar equivocados, como lo hemos estado otras veces en el pasado. Y por otra parte, no hay nada qué reprocharle al liderazgo de María Corina Machado quien, haciendo sacrificios inmensos y poniendo en juego su libertad, la de su familia y la de su equipo, además de su propia vida; se jugó su credibilidad apostándolo todo a esta estrategia que no dependía de ella y que (como todo) tenía probabilidades de fallar.
En conclusión, ya no se puede decir que no se ha intentado todo para salir de esta pesadilla, pero a veces ni siquiera "todo" es suficiente.
[1] Dice Samuel P. Huntington, que la efectividad de los golpes militares clásicos depende directamente de la concentración de autoridad en el Estado. Entonces los golpes militares clásicos suelen ser relativamente fáciles de organizar y suelen tener éxito en gobiernos donde la autoridad del Estado escasea porque “sus gobiernos se encuentran a merced de intelectuales alineados, coroneles estrepitosos y estudiantes revoltosos”. El problema de los regímenes comunistas es que si algo saben hacer a la perfección es construir autoridad dentro de la formación estatal bien sea por ideología o por terror, es decir: “crean gobiernos que pueden gobernar” y saber construir un Estado siempre será una empresa más difícil que derribarlo (El orden político en las sociedades de cambio. Pp. 28)