1918: Lecciones de la última gran pandemia

1918: Lecciones de la última gran pandemia
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
01 Abr 2020

Creyó ver el mundo entero asolado por una epidemia espantosa y sin precedentes, que se había declarado en el fondo de Asia y se había abatido sobre Europa. Todos habían de perecer, excepto algunos elegidos

Fyódor Dostoievski, Crimen y castigo (1866)

 

Las enfermedades simplemente epidémicas son menos útiles como metáforas, como lo demuestra la amnesia histórica que rodea la pandemia de gripe de 1918-1919, en la que murió más gente que durante los cuatro años de guerra precedentes

Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas (1978)

 

 

Como humanidad, no habíamos vivido una pandemia en 102 años. Hoy en día, no hay nadie vivo que tenga recolección o memoria de una pandemia, por ende, la única forma de conocer sus efectos en la vida cotidiana, los cambios sociales que produjo y las lecciones que pudimos tomar de ella, es a través de las fuentes históricas que asentaron el testimonio para la posteridad.

Por ejemplo, de lo primero que llama la atención es que, al igual que el coronavirus, la influenza de 1918 fue subestimada en un principio en cuanto a su letalidad y su capacidad de propagación, a pesar de que las cifras más conservadoras de decesos globales calculan que, en un lapso de 15 meses, perecieron de aquella pandemia alrededor de 21.6 millones de personas en todo el mundo[1] [2] (pero incluso algunas otras estimaciones hablan de 50 millones y hasta 100 millones de muertes si se toman en cuenta que en regiones como la India, donde el virus se expandió a casi toda la población pero el registro de decesos fue muy precario).

Sorprendentemente, en los inicios de aquella pandemia, los expertos pensaban que el virus ─al presentar en un principio los mismos síntomas de la gripe común─ no constituía una amenaza grave que debiera ser tomada en serio. Como se indica en el periódico estadounidense The Sun, el domingo 4 de agosto de 1918 (traducción propia):

Influenza española generalizada, pero no grave

La gripe española parece ser generalizada en una parte considerable de Europa. Si bien se le prestó especial atención después de su brote en España hace unas semanas, no cabe duda de que se ha convertido en una epidemia muy severa en Alemania, Austria y los territorios ocupados por el Poder Central durante los últimos dos años (…) Según el Dr. Friedrich Kraus, especialista de Berlín:

“Creo que no hay razón para alarmarse a pesar de que tenemos que lidiar con los casos en masa (…) Hasta ahora no tenemos un remedio seguro y lo mejor es que las víctimas pueden ir a la cama y tomar todas las precauciones habituales. La enfermedad no es grave cuando no se presentan complicaciones” (…)

Sir Arthur Newsholme, director médico de la Junta de Gobierno Local, al analizar el brote en Londres, dice: "La gripe actual no es tan grave como en la gran epidemia de 1899-1902. La infección se transmite por estornudos y tos, y cualquier medida general de aislamiento es impracticable, excepto: el aislamiento doméstico del paciente individual, que siempre debe practicarse. Tan pronto como aparezcan los síntomas, el paciente debe irse a la cama y permanecer aislado de los demás al menos de cuatro a cinco días. Se debe tener cuidado para evitar la fatiga excesiva o el frío durante la convalecencia, ya que una recaída puede ser más peligrosa que el ataque original ".

El Dr. C. R. Rutland, un conocido experto médico, explica que las características notables del brote actual son su brusquedad, altas temperaturas y extrema infectividad. "La fiebre (sin embargo), dice, "desaparece el segundo día, y el paciente se siente bien mucho antes que después de cualquiera de las formas más antiguas de influenza. La mayoría de nosotros tenemos un poder inherente de resistir la infección, pero deberíamos ten cuidado de evitar el peligro".

 The Sun. Sunday, August 4, 1918 (New York)

The Sun. Sunday, August 4, 1918 (New York). Library of Congress

Las similitudes, cien años después, con la cobertura de la prensa internacional a inicios de 2020, cuando el virus aún se encontraba en su fase inicial, son sorprendentes. Hoy en día, además de tomarlo con incredulidad y subestimar la capacidad de matar del coronavirus, alegando que otros virus como la influenza y otros eventos como las muertes por accidentes de carros, son mucho más letales; se proclama una excesiva confianza en los sistemas públicos de salud y en los adelantos médico-científicos para hacer frente una “eventual pandemia”.

Si bien no se trata de establecer paralelismos exactos, sí es evidente que pudimos haber importado ciertas lecciones de la pandemia de 1918 para no cometer los mismos errores de aquel momento y haber dado mejores respuestas sociales de las que hemos dado:

 

 

  1. El acceso a la información y la lucha contra la censura 

 

En tiempos de la pandemia de 1918, la desinformación y la censura de la prensa fueron el catalizador de su rápida propagación en el mundo. De hecho, es por esa y no por otra razón que se llama “Gripe Española”[3]: porque al ser España un país neutral durante la Primera Guerra Mundial se convirtió en una fuente primaria de información sobre la pandemia frente la censura que aplicaban las demás potencias en conflicto, que ocultaban la cifra de decesos e infectados. Incluso en los países que no eran sujetos de la censura por la guerra, en la mayoría de la prensa de la época encontramos avisos educativos sobre la higiene de las manos y el cuidado de los gérmenes, pero muy poca información sobre la escala verdadera de la pandemia[4], ya que para ese momento se creía en la tesis de la “turba enloquecida” y los medios tenían miedo de desatar el pánico social. Por ejemplo, los editores de periódicos australianos aplicaban la “auto-censura” y la “cláusula moral” en cuanto al uso de la palabra “plaga” para referirse a la pandemia, e intentaban presentar las noticias de la forma más positiva posible, evitando incluso asociaciones con la “peste negra”[5]. También, otra anécdota es que el periódico italiano más importante de la época, el Corriere della Sera, quiso informar de primera mano las muertes totales diarias por la gripe hasta que las autoridades civiles los obligaron a detenerse bajo el argumento de que estaban “agitando la ansiedad en la ciudadanía”[6].

Actualmente, con la crisis del COVID-19, varios periodistas y médicos han cuestionado la actuación de la República Popular China, que desde la aparición del virus en diciembre, ha aplicado sistemáticamente la censura y la persecución a quienes advertían de la pandemia, bajo el argumento de que se “perturbaba la paz social”. Hoy es claro que la censura del régimen comunista chino, escondió la extensión de la pandemia por semanas y para ese momento ya miles de personas con el virus habían viajado a Estados Unidos e Italia, que actualmente son los mayores focos de coronavirus en el mundo. Un informe reciente de la reconocida organización no gubernamental Reporteros Sin Fronteras, ha puesto en evidencia la represión del régimen chino a quienes informaron sobre la pandemia y también un estudio de la Universidad de Southampton ha sugerido que el número de casos de COVID-19 en aquel país pudo haberse reducido un 86% si se hubieran tomado las medidas de aislamiento y cuarentena al menos 20 días antes de lo que se tomaron, en lugar de estar ocupados ocultando información y encarcelando a quienes hacían pública la gravedad de la pandemia.

Lo cierto es que se ha demostrado –con esta y con las lecciones del pasado–  que la censura, la subestimación y la incredulidad ante el peligro que representa una pandemia, no funciona. En ese sentido, la prensa libre, la libertad de expresión y los medios de comunicación locales, son esenciales no sólo para las democracias y la rendición de cuentas, sino que también son vitales para evitar crisis de salud pública de la magnitud de esta pandemia.

 

 

  2. Más multilateralismo, integración y globalización

 

Los historiadores suelen ubicar el fin de la primera globalización (1870-1920), precisamente unos años después de la Primera Guerra Mundial[7] [8] y, desde luego, de la pandemia, que sería una más de las tantas justificaciones para levantar fronteras y virar duramente de una economía global basada en el patrón-oro, hacia las economías nacionales. Luego del “final estremecedor” de la primera globalización, cobró mucha más fuerza el estallido de los nacionalismos y los extremismos, también continuó la rivalidad militar entre potencias, continuaron los movimientos pangermánicos que unos años después darían origen al fascismo y al nazismo, y finalmente emergió fortalecido el aislacionismo y la preeminencia del Estado-nación sobre la globalización. Un ejemplo de esta tendencia anti-globalización fue que precisamente durante la Gran Guerra y la pandemia, surge el pasaporte[9] de hoy en día, básicamente en un principio para controlar los flujos de personas y la migración hacia los países en conflicto, pero incluso después de la guerra estos controles se mantuvieron, y se han convertido en procedimiento estándar hasta el día de hoy.

Hoy, nos enfrentamos a un escenario similar donde movimientos como el euroescepticismo, el separatismo, el autonomismo, el Brexit y los populismos de todo cuño parecen exacerbar cada vez más un malestar hacia la globalización con discursos polarizantes y anti-sistema, que comienzan a debilitar y atomizar las democracias liberales basadas en el consenso. Todo apunta a que nos dirigimos de nuevo como humanidad a una era de nacionalismos y fronteras cerradas, con mucho más controles biopolíticos con permisos sanitarios que impactarán en el libre desplazamiento de personas por el mundo.

Es por ello que en lugar de repetir los mismos errores, hoy en día se hace imprescindible apelar al espíritu global y a los beneficios civilizatorios de la globalización tanto en términos económicos, de crecimiento, desarrollo y mejoramiento de nuestro nivel de vida, de expansión comercial, de innovación tecnológica, perfeccionamiento de las comunicaciones; e incluso beneficios más intangibles como el intercambio cultural, el mantenimiento de la paz, la gobernanza y la perspectiva de Derechos Humanos universales.

 

 

  3. Repensar los modelos de sanidad pública y privada

 

La idea de sanidad pública universal ─si bien nace en la Alemania de Bismarck hacia finales del XIX y en la Inglaterra de Beveridge a principios del XX─ se concreta finalmente en Europa y en muchos países del hemisferio, a partir de la pandemia de influenza de 1918; así como también la idea de cobertura de pólizas de salud de empleadores hacia sus empleados, que se implementaría mayormente en los Estados Unidos a partir de la década de 1920 hasta nuestros días. Asimismo, se desarrolló la epidemiología como disciplina y muchos países comenzaron a recopilar estadísticas con información sobre las infecciones (e incluso enfermedades crónicas), para así desarrollar políticas de salud. A partir de 1920, también como resultado de la pandemia, los gobiernos comienzan a crear y re-organizar ministerios de sanidad y desde entonces, líderes y expertos en salud pública comenzarían a formar parte de los gabinetes de gobierno y la salud pública pasaría a ser una de las tantas responsabilidades del Estado moderno, devenido en Estado de bienestar[10]. De tal suerte que (sobre todo en los países del hemisferio occidental), el estado de salud de una nación, con el tiempo, pasaría a ser una suerte de “indicador” de su estatus civilizatorio y de modernidad[11].

En el presente, especialmente en la mayoría de los países desarrollados, repensar el modelo de sanidad es impostergable. No se trata de reducir el gasto sanitario, pero sí ─por ejemplo en el caso de Estados Unidos─ de racionalizar la demanda sanitaria para hacer la cobertura más accesible a todos. Si bien está comprobado y muchos concuerdan en que la medicina preventiva es la que garantiza más bienestar social en el largo plazo, hoy se evidencia que incluso en los países con los mejores adelantos en investigación y diagnóstico, si no hay quien racionalice la demanda sanitaria, ésta se va a disparar y se va a volver impagable e inaccesible para la mayoría de la población[12]. En el caso europeo, si bien la cobertura es más universal y accesible a la población porque el gasto y la demanda sanitaria es racionada fuertemente desde el Estado[13]; la oferta de servicios sanitarios es más limitada y restrictiva que la estadounidense.  

Por otra parte, América Latina y las demás regiones en vías de desarrollo van a ser las más afectadas en esta pandemia porque son las regiones que menos gozan de cobertura sanitaria pública y privada para su población. Esta región, en su mayoría, tiene sistemas de salud débiles, disfuncionales e ineficientes que incluso en una situación de normalidad están sobrepasados, y que lo más probable es que después de esto, queden totalmente colapsados. Así que esta crisis debe ser un llamado de atención para todos los países del mundo que están siendo afectados por la pandemia para que se replanteen los modelos de sanidad pública y privada y para que el sector público, el privado, la academia, las ONG’s, los organismos multilaterales, etc., encuentren soluciones al viejo dilema entre la salud y la sanidad gratuita y universal como derecho humano versus la salud como un bien con valor económico que debe cubrir una demanda y ser eficiente.

 

 

  4. Controlar el gasto público y la inflación 

 

Luego de la Primera Guerra Mundial y la pandemia de 1918, vino lo que se conoce como el Período Entreguerras, que se caracterizó en sus primeros años, principalmente por continuas crisis económicas, que llevaron a países como Austria, Hungría y Alemania al pánico financiero y al caos social. Antes de la Gran Guerra, el patrón-oro era el principio regidor más poderoso del capitalismo global. Cuando éste llegó a su fin, las economías nacionales giraron al proteccionismo y antepusieron sobre el libre comercio, el “comercio justo” y las barreras comerciales. Además, las naciones europeas se endeudaron con créditos a los Estados Unidos para poder financiar la guerra y la recuperación, que sólo pudieron enfrentar imprimiendo dinero: el resultado fue una oleada de brutales inflaciones e hiperinflaciones, que destruyeron las monedas, las economías, la capacidad de ahorro e incluso el tejido social de las naciones europeas[14]. Los efectos de esta devastación económica fueron el descrédito y el desprestigio a los políticos tradicionales y a los grandes capitalistas que “parecían ignorar el sufrimiento que la hiperinflación impuso a las clases medias y trabajadoras”[15]. El resultado fue una desafección absoluta hacia la democracia y una inclinación hacia opciones políticas autoritarias, siendo el ejemplo paradigmático la caída de la República de Weimar y el surgimiento del nazismo en Alemania.

En 2020, el reto es evitar que los gobiernos, para enfrentar la crisis del COVID-19, aumenten el gasto público y lo financien con déficit fiscal, endeudamiento y, consiguientemente, con devaluación e inflación. También, que impongan rigideces laborales y controles de precios que afecten los incentivos y la productividad del sector empresarial, y que disparen el desempleo, la escasez y hagan colapsar la economía. Sin embargo, ya muchos países han anunciado paquetes de rescate económico ante la crisis que parecen apelar a la vieja fórmula antes descrita. Esperemos que en la mayoría de los casos sean medidas excepcionales que atiendan el corto plazo y no se conviertan en el cánon de las décadas siguientes. 

 

Conclusión

Seguro habrá más lecciones que se nos escaparon nombrar en este ensayo, lo cierto es que pareciera que aprendimos poco o nada del siglo XX. Un siglo que no dejó de demostrarnos nunca que la moderna confianza en la idea de progreso no era más que un espejismo y un engaño. Y que aquellos “raptos de barbarie” que solíamos creer lejanos de nuestra cúspide civilizatoria, lamentablemente siempre están latentes en las sociedades, esperando brotar en el momento menos esperado. En ese sentido, el COVID-19 nos impone un reto descomunal y sin precedentes como humanidad, pero si no aprendemos las lecciones del pasado, es difícil que podamos enfrentar el presente y, mucho menos, que podamos pensar el futuro.

 

Fuentes primarias:

  • Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Washington, D. C.)

https://chroniclingamerica.loc.gov/search/pages/results/?state=New+York&date1=1917&date2=1919&proxtext=influenza&x=0&y=0&dateFilterType=yearRange&rows=20&searchType=basic

  • Colección de imágenes Harris & Ewing. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Washington, D. C.)

https://www.loc.gov/item/2016648028/

Notas

[1] Spinney, Laura. Pale rider. The spanish flu of 1918 and how it changed the world. New York. Public Affairs. 2017. Pp. 149

[2] Barry, John. The great influenza. The epic story of the deadliest plague in history. New York. Penguin Books. 2004. Pp. 8

[3] De hecho, de todas las teorías sobre el origen de la “gripe española”, la evidencia epidemiológica apunta  a que se originó realmente en los Estados Unidos, en la base militar de Camp Funston, en Haskell County, Kansas, en marzo de 1918 (Spinney, Laura. Ob Cit. Pp. 137)

[4] Spinney, Laura. Pp. 88

[5] Barry, John. Ob Cit. Pp. 228

[6] Spinney, Laura. Ob Cit. Pp. 88

[7] Judt, Tony. Algo va mal. Barcelona. Taurus. Pp. 131

[8] Frieden, Jeffry. Capitalismo global. Barcelona. Crítica. Pp. 173

[9] Judt, Tony. Thinking the twenty fist century. Pp. 16

[10] Spinney, Laura. Ob Cit. Pp. 218

[11] Ídem.

[12] “A View of Health Care from Around the World” https://www.wickhamservices.com/2014/08/view-health-care-around-world/

[13] En Europa, bien sea a través del modelo de sanidad pública (modelo Beveridge, que es el que tienen España, Inglaterra y los países nórdicos) o del modelo de seguros obligatorios estatales (modelo Bismarck en Alemania).

[14] Frieden, Jeffry. Ob Cit. Pp. 182

[15] Ídem.