Estamos en peligro de nuevas guerras comerciales.
Desde 1945, ya casi 80 años, el mundo inició el proceso de globalización más exitoso de la historia de la humanidad. Muchos países alrededor del mundo comenzaron a reducir los impuestos a las importaciones y el comercio pasó de representar el 10% de la producción mundial en 1945 a más de 60% en 2008.
Estados Unidos lideró la apertura al comercio internacional, con la convicción que el intercambio era el camino hacia la prosperidad y la democracia.
Durante décadas, América Latina implementó una política de rechazo al comercio, con la idea que podíamos crecer promoviendo las industrias locales. Fue una idea errónea que nos aisló del mundo y que prevaleció hasta los años ochenta, pero a partir de los noventa la región se comenzó a integrar al comercio mundial. Esto trajo productos de mejor calidad y a precios más bajos, lo cual benefició a todos los consumidores.
Lamentablemente, en los últimos años, se ha perdido el entusiasmo por el libre comercio. Estados Unidos, el país que lideró esta política durante más de 70 años, inició una guerra comercial con China y ha impuesto aranceles a la Unión Europea. Donald Trump, el presidente electo de ese país, ha amenazado a Europa con poner aranceles de 10% a todos los productos de ese continente y ha hecho igual amenaza a México.
En el caso de Inglaterra, que fue el país líder de la globalización entre 1870 y 1914, decidió salirse de la Unión Europea, la segunda zona de libre comercio más grande del mundo.
El libre comercio impulsa mayor crecimiento económico, más empleo, mejores productos, menores precios. La pobreza se reduce.
A pesar de las políticas en contra del libre comercio que podrían implementarse en los siguientes años, no debemos olvidar los beneficios de permitir que las personas intercambien con total libertad.
Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el 14 de noviembre.