Los políticos deben ser cuestionados y no adorados
El fanatismo se define como “el apasionamiento desmedido en la defensa de creencias u opiniones”. El fanatismo nos conduce a una defensa irracional de nuestras posiciones. No acepta críticas o cuestionamientos.
Una persona fanática trata de no tener amigos con opiniones distintas, ya que considera que tiene la verdad absoluta y, por tanto, cualquier cuestionamiento necesariamente está equivocado.
El fanatismo es sumamente peligroso, sobre todo cuando se refiere a temas políticos. En el pasado, el fanatismo del nazismo llevó a considerar a Hitler como un “dios” que no debía ser cuestionado. Cualquiera que opinara en contra de Hitler debía ser encarcelado o asesinado.
Lo mismo sucedió con líderes como Stalin en la Unión Soviética, Mao Zedong en China o Mussolini en Italia. Estos personajes lograron “hipnotizar” a grandes masas que seguían sus ideas sin cuestionar. Eso les dio carta libre para cometer crímenes horrorosos.
Hoy vemos el surgimiento de movimientos políticos que gozan de enorme popularidad y que pareciera que no puede ser cuestionados. Esos movimientos cuentan una base amplia de “fanáticos”.
En las recientes elecciones en Estados Unidos cada candidato tenía “seguidores duros” que no aceptaban ninguna crítica al que consideraban su “mesías político”. Los partidarios de cada candidato los consideraban “salvadores” que vendrían a componer el mundo.
Después de las elecciones, los ganadores creen que el mundo se dirige a un paraíso terrenal, mientras que los perdedores creen que se viene el fin del mundo. No hay racionalidad en este fanatismo, de unos y de otros.
Como ciudadanos debemos ser responsables. Jamás debemos caer en el extremo de considerar que un político es perfecto y es el “gran mesías”. Muchos países han pagado muy caro ese fanatismo político.
Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el 21 de noviembre.