La llegada al poder de gobiernos de izquierda y el sentimiento anti status quo cada vez más acentuado en el electorado latinoamericano, que en este ciclo electoral 2021-2022 se ha inclinado por el “voto castigo”, ha precipitado un nuevo viraje geopolítico en la región que ya varios analistas adelantábamos desde el año pasado. Y que al día de hoy, en el marco de la IX Cumbre de las Américas, en las ciudad de Los Ángeles, se hace palpable y evidente.
En los últimos días, la cumbre ha estado envuelta en todo tipo de polémica que va desde los países que no fueron invitados por Estados Unidos, hasta los países latinoamericanos cuyos presidentes decidieron no asistir. Las razones por las que varios mandatarios decidieron no ir son diversas. En el caso de México, Honduras, Bolivia y algunas islas del Caribe, se debe a la negativa de Estados Unidos de invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela. En el caso de Guatemala, se debe a la posición de la embajada de Estados Unidos en ese país frente al nombramiento de Fiscal General en el mes de abril y en el caso de El Salvador, en los últimos meses las relaciones de Bukele con la Casa Blanca también han sido tensas por el enfrentamiento con del Estado salvadoreño con las pandillas y el cuestionamiento de Washington por el respeto a los Derechos Humanos.
Para no dejar de sumar a la discusión, pero tal vez aportando claves desde una perspectiva diferente, presentamos varias realidades regionales que quedan al descubierto luego de esta cumbre, en la que casi la mitad de los países de la región no asistieron.
La crisis definitiva del proyecto globalizador que lideró Estados Unidos en la Posguerra Fría. Atrás quedaron los años en donde la defensa de valores comunes de democracia, respeto a los Derechos Humanos y economías abiertas, era el marco en que se entendían los países de la región. Lo que queda claro es que el esquema post-Guerra Fría de la tercera oleada democrática y el Consenso de Washington llegó a su fin. A esto debemos sumarle la creciente debilidad de la OEA como organismo regional multilateral de cooperación, de la gradual insubordinación de los gobiernos latinoamericanos al Sistema Interamericano en tanto instancia de protección frente a las violaciones a Derechos Humanos, y ni hablar de la ineficacia e la Carta Democrática, que en sus cortas dos décadas de vida, ha probado no ser un instrumento efectivo de control democrático en la región, sobre todo frente a las autocratizaciones recientes de Venezuela y Nicaragua. Pareciera que los mecanismos internacionales encargados de subirles los costos a los gobiernos que se extralimitan en sus funciones, tienen a muchos sin cuidado.
El triunfo del discurso soberanista y los nuevos esquemas de integración. Consecuencia del punto anterior, observamos que desde comienzos de los dos mil con la llamada “marea rosada” y el “socialismo del siglo XXI”, comenzaron a parecer nuevos órganos de integración como Unasur, Celac, Alba y Petrocaribe, financiados por los petrodólares venezolanos y muy anclados en el carisma de los populistas de esa primera generación: Hugo Chávez, Lula Da Silva y Néstor Kirchner. Pero desde 2021, con la avalancha de gobiernos de izquierda que avanzan en el continente, ya se ha convertido en un bloque consolidado. Lo que vemos en estos momentos es a una región que pareciera reacomodarse: en el caso de los gobiernos de izquierda, en torno al reciclado discurso “antiimperialista” y de “dignidad de los pueblos”. Y en el caso de los gobiernos de derecha, en torno a un discurso soberanista de no intromisión en sus asuntos internos.
La factura de una política exterior de Estados Unidos ambivalente con respecto a la defensa de la democracia en la región. Desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, América Latina dejó de ser una prioridad para los Estados Unidos, que centró su política exterior y recursos hacia el Medio Oriente. Estos años de abandono, que comienzan con el gobierno de George W. Bush, empezaron a hacer efecto con la emergencia de discursos cada vez más antagónicos hacia el liderazgo de Estados Unidos[1] en la región durante la primera ola de gobiernos afines al Foro de Sao Paulo y además en pleno boom de las materias primas, que los puso en una posición altiva frente a un Estados Unidos que atravesaba la severa crisis económica de 2008. Lamentablemente, la caída de los precios en las materias primas y la consecuente pérdida de popularidad de muchos de estos gobiernos populistas, coincide con el gobierno de Barack Obama, que tenía una tesis diferente sobre estos regímenes que minaban la región y que estaban patrocinados desde Caracas y La Habana[2]. La guinda la pondrían el descongelamiento de relaciones con Cuba durante el gobierno de Obama en 2013. A pesar de los intentos de Donald Trump de retomar la mano dura frente a Cuba y Venezuela y de alinear a los países democráticos en torno a un frente común[3], en el presente, Joe Biden pareciera ser un continuador de la política blanda de Obama que plantea que las sanciones son ineficaces para procurar una transición a la democracia en esos países[4]. Esta inconsistencia a lo largo de cuatro presidencias, ha pasado una factura con costos políticos y humanos incalculables en todo el continente.
El fin de la histórica neutralidad de México. México ha tenido una tradición histórica de neutralidad en la región que puso en práctica durante todo el siglo XX y buena parte del XXI. La llamada “Doctrina Estrada” del Partido RevolucionarioInstitucional de los años treinta consistió en la doctrina de la no intervención, en no apoyar golpes de Estado y en reconocer gobiernos basados en el ejercicio efectivo del poder y no en la legitimidad de origen. Sin embargo, AMLO valiéndose de una clara parcialidad disfrazada de pragmatismo, ha roto con esa neutralidad histórica al emprender este boicot a la IX Cumbre de las Américas y al decantarse tan fervientemente por la defensa de los rogue states de la región: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Por ende, AMLO, se ha erigido como el líder abanderado del bloque ideológico y geopolítico del socialismo del siglo XXI que vuelve a emerger en Latinoamérica formado por la Celac, Alba, Unasur y Petrocaribe.
[1] Recordemos los insultos de Hugo Chávez en 2006 “You’re a donkey, mister Danger”, refiriéndose al presidente Bush. El discurso del “Huele a azufre”, de Hugo Chávez en la ONU, también en 2006. Y justo el 11 de septiembre de 2008 su infame “Váyanse al carajo, yanquis de mierda”.
[2] Luego de las tensas relaciones con Bush, recordemos el gesto de Chávez con Obama en la V Cumbre de la Américas en 2009, cuando le regala el libro de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Obama intenta un abordaje diferente con el tema de Venezuela y opta por la tesis de funcionarios como Thomas Shannon y por el Centro Carter, de favorecer la vía electoral y el diálogo entre el chavismo y la oposición como fórmula para salir de la crisis política.
[3] Nos referimos a la integración a su estrategia para atender la crisis en Venezuela y Cuba de los llamados “Halcones” de la era Bush y de Reagan como John Bolton, Elliott Abrams y Mauricio Claver Carone. También al apoyo a la OEA bajo la gestión de Luis Almagro en 2019, los intentos de activación de la Carta Democrática en los casos de Venezuela y Nicaragua, y la creación del Grupo de Lima en ese mismo año.
[4] La política exterior del presidente Biden hacia América Latina es tan confusa que basta solo ver el caso de Venezuela: el gobierno de Estados Unidos no reconoce a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, de hecho, DHS está ofreciendo una recompensa de 15 millones de dólares a quien proporcione información que conduzca a su captura por sus vínculos con el narcotráfico. Sin embargo, Biden no extendió invitación a la IX Cumbre de las Américas a Juan Guaidó, a quien todavía ese gobierno reconoce como el presidente legítimo de Venezuela. Por cierto, esto no evitó que a finales de febrero de 2022, una comisión de Washington llegara a Caracas a reunirse con Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores a negociar temas de suministro de combustible al país del norte y que comenzaran a levantar las sanciones que impedían que Venezuela exportara petróleo.
El resultado de una estrategia con más garrote que zanahoria en el plan de atacar la “raíz” de la migración ilegal. En 2021, en plena crisis de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos, la vicepresidenta Kamala Harris ha liderado la estrategia de atacar las raíces de la migración ilegal desde el Triángulo Norte de Centroamérica, que abarca varios ejes que van apoyar en la mejora de la calidad institucional y de gobernanza de la región y atraer inversión extranjera, a través de la diplomacia, la cooperación y las sanciones. En varios círculos diplomáticos y técnicos de Washington de la actual administración se comparte el diagnóstico de que la causa de la migración ilegal estriba en la corrupción de las élites políticas y económicas de la región. De acuerdo con el subsecretario para América Latina, Juan González, el plan de atacar las root causes of migration, contiene “zanahorias y garrotes”, siendo la zanahoria la atracción de inversiones de empresas extranjeras y la cooperación en temas sociales y de inclusión a los países. Por su parte, el garrote sería la política de sanciones individuales a personas que incurran en delitos de corrupción. Sin embargo, luego de un año, pareciera que sólo ha habido garrote ya que las relaciones con los gobiernos del Triángulo Norte atraviesan fuertes tensiones y la promesa de la vicepresidenta el año pasado de asegurar 1200 millones de dólares en inversión privada para impulsar las economías regionales, no ha sido cumplida del todo. De hecho, este año hay un récord de migración ilegal a Estados Unidos en comparación con años anteriores, lo que hace que expertos duden de la eficacia de la estrategia, al menos en el corto plazo. Este año, la vicepresidenta Harris ha prometido redoblar esfuerzos con una inversión de 3200 millones, esperando que se comiencen a ver resultados.
La pérdida de hegemonía de EEUU frente a un nuevo competidor como lo es China que no condiciona sus relaciones a valores. En diciembre de 2021 hubo una reunión ministerial de la CELAC con China, presidida por México a la que acudieron todos los países de América Latina y China los incorporó a todos sin excepción a su estrategia de desarrollo global. Analistas afirman que esta nueva autoconfianza de los países latinoamericanos de plantársele a Estados Unidos tiene que ver con la influencia de China. Además, en días recientes, un vocero de la cancillería China, Zhao Lijian, ha salido a apoyar la postura de AMLO frente a la Cumbre de las Américas y manifestó que no era una cumbre de las Américas sino de los Estados Unidos, y que lo único que le ha dejado Estados Unidos a la región ha sido “sanciones indiscriminadas, inflación e interferencia política”. No olvidemos que desde hace varios años, China ha comenzado a copar las balanzas comerciales de los países de Suramérica, convirtiéndose en el principal socio comercial de todos los países exceptuando tal vez sólo a Ecuador y Colombia. A pesar de que en Centroamérica, el Caribe y México, Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial, la penetración de capitales chinos en esas economías es cada vez más creciente.