Sobre la cultura de la cancelación

Sobre la cultura de la cancelación
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
15 Feb 2022

Este no es un fenómeno nuevo, ni siquiera del siglo XX

 

En años recientes, el tema de la corrección política y la cultura de la cancelación ha inundado mesas de debate y ha puesto en tela de juicio a uno de los pilares fundamentales de la modernidad occidental: la libertad de expresión. Ciertamente, la creciente polarización sigue crispando el ágora pública y los espacios de diálogo que antes solían ser más abiertos, están cerrándose cada vez más en burbujas de pensamiento homogéneo.

Si una figura pública hace o dice algo que un grupo considera “ofensivo”, de inmediato se enciende como pólvora un linchamiento moral, atizado por las redes sociales y luego por los medios de comunicación. De allí comienzan los llamados a “cancelar” a la persona, es decir, a boicotear su carrera y acabar con su prestigio. Puede que la persona ofrezca disculpas, pero ya el daño está hecho, y habrá pasado a ser un paria social.

Pareciera que este es un fenómeno reciente que tiene que ver con la llamada “cultura woke” y con el sector liberal-progresista, pero recordemos que, hace más de medio siglo, en la década de los sesentas, cuando a John Lennon se le ocurrió decir que los Beatles “eran más populares que Jesús” o cuando Susan Sontag escribió que “la raza blanca era el cáncer de la historia humana”; desataron una polémica enorme y sufrieron un boicot temible por parte de los sectores conservadores y religiosos, que también pidieron retirar sus obras del mercado y del consumo popular. Tampoco olvidemos en la década de los noventas, cuando la cantante irlandesa Sinead O’Connor rompió una fotografía de Juan Pablo II en plena presentación de Saturday Night Live, recibió un rechazo tan abrumador por parte de la comunidad católica norteamericana que su carrera musical nunca más pudo recuperarse y desde entonces desapareció del ojo público.

De manera que este no es un fenómeno nuevo, ni siquiera del siglo XX. De hecho, el pensador francés Alexis de Tocqueville en su obra del año 1835, La democracia en América, asoma las siguientes reflexiones sobre la actuación de las mayorías en la opinión pública en Estados Unidos:

“En Norteamérica, la mayoría traza un círculo formidable en torno al pensamiento. Dentro de ese límite el escritor es libre, pero ¡ay, si se atreve a salir de él! No es que tenga que temer un auto de fe, pero estará amargado por los sinsabores de toda clase de persecuciones todos los días. La carrera le queda cerrada: ofendió al único poder que tiene la facultad de abrírsela. Se le rehúsa todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, creía tener partidarios; le parece que los tiene ya, ahora que se ha descubierto a todos; porque quienes lo censuran se expresan en voz alta, y quienes piensan como él, sin tener su valor, se callan y se alejan. Cede, se inclina, en fin, bajo el esfuerzo de cada día y se encierra en el silencio, como si experimentara remordimientos por haber dicho la verdad.

Cadenas y verdugos, esos eran los instrumentos groseros que empleaba antaño la tiranía; pero en nuestros días la civilización ha perfeccionado hasta el despotismo, del que parecía no tener ya nada que aprender (…)

El señor no dice ya: «pensaréis como yo o moriréis»; dice: «Sois libres de no pensar como yo: vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero desde este día sois un extranjero entre nosotros…»”

En esta cita, Tocqueville hace una importante precisión, pues si bien la primera enmienda de la Constitución estadounidense consagra la protección a los ciudadanos de no ser encarcelados ni reprimidos por expresar sus opiniones, pareciera que eso no los exime de asumir el costo de ir en contra de la mayoría: la exclusión del grupo social.

Si la descripción de Tocqueville de la vida newyorkina del siglo XIX recuerda a la cultura de la cancelación del siglo XXI, probablemente hay algo más profundo que debamos analizar en torno a la democracia. Tal vez el fenómeno de la cultura de la cancelación es producto de un cambio generacional, de un cambio en los valores e ideas de una sociedad que opera dentro de un sistema democrático. Un sistema donde la actitud intolerante de las mayorías circunstanciales en la opinión pública siempre buscará imponer sus valores frente a cualquier disenso.

Es decir, el problema es que hoy, la mayoría son los otros.