Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado.
La confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.
Hace unos años encontré un proverbio que dice: No hay puerta mejor cerrada que la que puede dejarse abierta”.
Decía un maestro, “la vida buena es cuestión de confianza”; y es cierto, la vida diaria tiene otro pulso cuando se puede confiar en el doctor, en la tienda de la esquina, en la empresa en que se trabaja, en el juez, en la policía, en las instituciones del Estado.
En los últimos 20 años, o sea, casi todo lo que va del Siglo XXI, según estudios serios, la política, la economía, y ahora la salud, han venido sufriendo un descalabro de tal magnitud que ha hecho que los latinoamericanos hayamos perdido la confianza en nuestro entorno a niveles tan bajos que comprometen el desarrollo de nuestra región.
En estos estudios se demuestra que la virtud de la confianza en América Latina está mucho más deteriorada que en los países desarrollados. Sus hallazgos confirman que nuestras sociedades viven con desconfianza en su prójimo, con desconfianza en su comunidad, en las autoridades, en las instituciones públicas y privadas.
Según los expertos, este déficit de confianza compromete el desarrollo y el futuro. Nos hace sociedades débiles y sumisas, descabeza el civismo, facilita la autocracia y erosiona las libertades.
La confianza es la base de la cooperación social. Sin ella, no hay desarrollo. La prosperidad depende de la capacidad de asociarse y esto solo se alcanza cuando hay desarrollo humano. Un desarrollo que solo dan la confianza y la asociación para alcanzar consensos que anhelan y trabajan por causas comunes. Esta es la clave del desarrollo.
Dice un querido maestro que las personas confiamos únicamente en quienes aún no nos han mentido. El problema es que, en los últimos 20 años, la América Latina se ha llenado de mentiras e indiferencia, de sus gobiernos, de sus políticos, de sus élites.
Dice el maestro que la confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.
¿Quién va a confiar en los estafadores que mienten; en quienes no honran su palabra o deshonran los contratos?
Si esto es cierto en el orden económico, lo es mucho más en el orden político. Por eso, las personas – los ciudadanos – los grupos y las instituciones de la sociedad deben volver a los valores fundacionales que construyen naciones libres y prósperas. El primero, la confianza en nosotros mismos.
En estos tiempos aciagos y seculares debemos rescatar la confianza porque es la base de la unidad, el requisito de la cooperación social, la cláusula del bienestar, la razón que nos da paz y armonía
Ante la decadencia de lo público y la indecencia de los políticos, el ciudadano se refugia en su grupo y en su familia. Ante el abandono del Estado no le queda más que confiar en si mismo, en su familia, en sus amigos, en sus compañeros; las únicas personas en este mundo a quienes, como dice el proverbio, se puede dejar abierta la puerta de su hogar.