Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado.
América Latina sigue perdida en su laberinto y en su historia, con unas élites “light” que no se enteran que el futuro de nuestro continente depende de ellas.
Los números económicos y sociales de Centro América y el momento político que vive cada uno de nuestros países permiten hacer análisis y proyecciones que deberían comprometer a las élites de la región a identificar los consensos necesarios, tomar las decisiones impostergables y embarcarse en los esfuerzos indispensables para enderezar el rumbo y poner a nuestros países, de una vez por todas, en dirección a la estabilidad política, la certeza jurídica y el desarrollo.
Nuestra región, como la mayor parte de América Latina, desentona con lo que sucede en el resto del Occidente democrático y próspero. Solo Chile, Argentina, Uruguay y tal vez Panamá se salvan hoy de no ser calificados como típicos países subdesarrollados, sobre todo, en su cultura cívica y en la política.
Colombia y Perú iban bien pero su vida política se complicó y están en peligro de comprometer el buen crecimiento que traían. Brasil y México están paralizados por su dinámica electoral y corren riesgo de caer en manos del populismo. Maduro y su banda de criminales convirtieron a Venezuela en el infierno del continente y el mundo hace gala de su indiferencia.
En Centro América, Costa Rica está perdiendo los exámenes en materias como gasto público financiado con deuda, déficit fiscal y débil infraestructura. La finca de Ortega viene de muy abajo, y por eso, sus números sorprenden; pero, es la finca de un señor. Y los 3 del norte no saben a dónde van, la amenaza populista es real y sus números son muy malos en prácticamente todo, excepto en remesas familiares.
Con esos números y realidades políticas y sociales “se puede vivir”. Incluso, algunos ven el presente y el futuro con gran optimismo. Especialmente porque ellos están bien. Pero la realidad para millones de seres humanos en América Latina es muy distinta. El optimismo es bueno, pero también lo es la responsabilidad.
El problema es el estancamiento, las crisis recurrentes, la inestabilidad y la lentitud en llevar soluciones sólidas y permanentes a las decenas de millones de latinoamericanos que, cada día, pierden fe en la democracia y la libertad. Hoy, México y Brasil don dos claros ejemplos.
América Latina sigue perdida en su laberinto y en su historia, con unas élites “light” que no se enteran que el futuro de nuestro continente depende de ellas. Sí, de la academia, del sector empresarial, del sector profesional, de los grupos de jóvenes y de la sociedad civil.
Es de estos grupos de donde deben salir los nuevos funcionarios públicos, los nuevos tecnócratas y los nuevos líderes políticos para América Latina. Así es, una nueva élite política que rompa con la cultura de la incompetencia, con el cáncer de la corrupción y con el venero de la indiferencia.
Las economías desarrolladas están creciendo a buen ritmo, y en los foros mundiales y las cumbres hablan de un optimismo cauteloso, pues se sabe que el planeta sigue padeciendo problemas y amenazas que pueden convertirse en crisis con relativa facilidad: guerras, terrorismo, malos gobiernos, problemas sociales y fenómenos climáticos.
Centro América debe cambiar los ingredientes en su fórmula para alcanzar el desarrollo. Tenemos cosas buenas en la región, pero son insuficientes. Necesitamos una nueva clase dirigente y una cultura política más propicia para el desarrollo. Necesitamos élites mucho más comprometidas con la política, pues ahí está la clave del éxito. Debemos gobernarnos mejor. Y no podemos perder de vista que necesitamos altas dosis de creatividad para articular alianzas y acuerdos económicos que nos permitan acelerar el crecimiento, resolver los graves problemas sociales y consolidar las instituciones de nuestras democracias para garantizar continuidad a los consensos, consecuencia a las decisiones y resultados positivos y permanentes a los esfuerzos que logremos emprender.