En las últimas semanas se ha intensificado la discusión respecto al origen del SARS-CoV-2. En medio de la más grande crisis que atraviesa la humanidad desde hace un siglo, la especulación podría alimentar narrativas catalizadoras de conflictos en el futuro post-pandemia.
Las infecciones por Coronavirus ya superan los dos millones de personas y hasta la fecha ha cobrado la vida de más de 170mil seres humanos en 185 países. Desde que se reportó el primer caso de Coronavirus en Wuhan, provincia de Hubei en China, se empezaron a levantar sospechas sobre el origen del virus SARS-CoV-2.
Varias publicaciones en redes sociales afirman que en China, la propagación del coronavirus se limitó a la ciudad de Wuhan y que no llegó a las ciudades de Beijing o Shanghai evitando así el contagio de los líderes del régimen chino. Algunas, aseguran que el mercado de valores chino tampoco se vio afectado por la propagación de la pandemia, a diferencia de los países en Europa y Estados Unidos. Las anteriores, son algunas especulaciones sobre la posible instrumentalización del virus por parte de China para consolidarse como una potencia mundial.
El pasado 17 de abril se reportó que el PIB de China cayó un 6.8% en el primer trimestre de 2020 respecto a el año 2019. Así, se registró la primera caída de la economía del país desde 1992. Con esto vemos que la pandemia ya puso a prueba el sistema económico en el país y probablemente siga haciéndolo por algunos meses.
Por otro lado, varios esfuerzos científicos, como el de la revista Nature, aseguran que la evidencia recopilada permite afirmar que el SARS-CoV-2 no se trata de una construcción de laboratorio o un virus manipulado a propósito sino más bien de una mutación natural de un virus zoonótico. Bajo este escenario, algunas publicaciones exploran que, aunque se trata de un virus con origen natural, pudo haberse propagado por prácticas negligentes en el Instituto de Virología en Wuhan donde se realizaban estudios sobre mutaciones de la familia de los coronavirus en murciélagos.
Hasta el momento sabemos que para evitar una propagación con las dimensiones a las que ahora nos enfrentamos, quizá China debió haber elaborado una estrategia de contención más estricta. Quizá, también debió haber alertado a tiempo a las autoridades de la Organización Mundial de la Salud y definitivamente debieron haber sido transparentes con la información sobre la evolución del virus. Los líderes del régimen chino fallaron en las tres cosas -así como lo han hecho con muchas otras- no sabemos si con la intención perversa de hacerlo o por incompetencia, el resultado es el mismo, catastrófico.
Lo anterior, únicamente viene a reforzar y presentar evidencia sobre cómo los regímenes totalitarios y centralizados van a fracasar en la coordinación de actores y asignación de recursos. Es momento para apostar por sistemas en los que se permita la libertad, la descentralización del poder, la democracia y el estado de derecho para evitar ser víctimas de los mismos errores.
Las afirmaciones sobre una posible conspiración de China para declararse la potencia mundial son meramente especulativas en ausencia de evidencia contundente que pruebe lo contrario. Los discursos de algunos líderes políticos reflejan una peligrosa narrativa que podría desembocar en un conflicto de proporciones alarmantes a nivel global. Lo anterior, en un mundo post-pandemia únicamente agudizará los problemas y retrasará aún más la recuperación sanitaria y económica de los países.
Es indispensable que aprendamos de los errores del pasado y evitemos el surgimiento de discursos polarizadores y generadores de conflicto. En un mundo post-pandemia será fundamental generar un ambiente de confianza en la que los actores del mundo cooperen para poder acelerar el proceso de recuperación en los países. Con libertad y responsabilidad, la humanidad -una vez- más saldrá adelante.