El futuro de la democracia liberal está en peligro y los ciudadanos de muchos países corremos el riesgo de perder nuestra libertad. Lo cierto es que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
La democracia en el mundo está pasando por un momento crítico; la revista The Economist publicó su Índice de Democracia 2020 en el cual apunta que actualmente solo el 8.4% de la población mundial vive en democracia plenas y que el 50.6% de la población vive en regímenes híbridos o autoritarios.
Según la revista británica, el 2020 puso a prueba las democracias del mundo, una de las razones fue la pandemia del COVID-19 la cual despertó la tentación autoritaria de muchos gobiernos que recibieron carta blanca para limitar derechos y libertades fundamentales de sus ciudadanos. Lamentablemente la democracia mundial no pasó la prueba satisfactoriamente y se experimentó una reducción generalizada en el punteo del Índice de democracia global, el cual está actualmente en su punto más bajo desde que se comenzó a producir este informe en 2006.
Este retroceso democrático tiene muchas explicaciones, el profesor de Harvard Yascha Mounk asegura que la crisis que parece atravesar la democracia liberal en el mundo se debe a que se han separado sus dos ingredientes principales: la democracia, entendida como el respeto a la voluntad del pueblo, y el liberalismo, que asegura la igualdad de derechos y la igualdad ante la ley. De allí que se han creado regímenes que se dicen liberales en donde aparentemente se respeta la ley y los derechos pero no se atiende la voluntad popular, no son democráticos; también democracias poco liberales que atienden a la voz del pueblo sin respetar la ley, los derechos, los procedimientos y las instituciones.
El deterior de la democracia en Occidente es cada día más evidente y la región centroamericana no es la excepción. Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua se encuentran en procesos de franco deterioro institucional, siendo Nicaragua el caso más grave, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha tomado recientemente la decisión de detener ilegalmente a 13 opositores políticos en las vísperas de las elecciones que se llevarán a cabo en noviembre. Una acción como esta hace evidente que el dictador está consciente que ha perdido popularidad y teme que una elección libre pueda dejarle fuera del poder.
El caso de Nicaragua fue escalando lentamente y en un período de cuatro años pasó de ser un autoritarismo competitivo a un régimen autoritario tradicional, con un saldo de más de 300 muertos por violencia política y una oposición política completamente derrotada.
Los casos del El Salvador, Guatemala y Honduras son distintos; El Salvador tiene actualmente en el poder al presidente más popular de América Latina, Nayib Bukele se sienta en el trono de este pequeño país centroamericano con una cómoda popularidad que fácilmente está por arriba del 80% dependiendo de la encuesta que se consulte. Esto le ha dado a Bukele gran facilidad para tomar control de los tres poderes del Estado y comenzar un proceso de desplazamiento de las muy corruptas élites políticas tradicionales de aquel país, todo con la venía de un pueblo hastiado del bipartidismo ARENA/FMLN que había gobernado por varios años, con resultados muy pobres.
El caso salvadoreño cabe en lo que el profesor Mounk llama una democracia sin derechos, Bukele cumple con el mandato que le dan sus votantes de depurar a la clase política de su país sin detenerse a ver si sus acciones cumplen con un mínimo estándar republicano. De momento Bukele es muy popular pero la deteriorada economía de su país puede ponerle en aprietos pronto y eso le complicaría seguir gobernando con tanta popularidad, el futuro de El Salvador es incierto pero la historia nos enseña que la acumulación de poder en una sola figura rara vez termina en algo bueno.
Por otro lado, Mounk diría que Guatemala y Honduras caen en las categorías de regímenes en apariencia liberales pero sin democracia. Los gobernantes de ambos países son altamente impopulares y gobiernan sin mayor apoyo del pueblo, su mayor soporte es una frágil legitimidad que les otorga un aparente respeto a la legalidad y a los derechos de los ciudadanos.
El deterioro democrático que han sufrido estos países es visible pero por momentos se requiere analizar cada caso con una lupa para poder encontrar las trampas que el sistema utiliza para desgastar sus instituciones. Activistas, defensores de derechos humanos y políticos de oposición sufren ataques pero no directamente de los gobiernos, el sistema encontró que es más eficiente utilizar vías alternas para amenazarles e impedir su trabajo.
Estos regímenes híbridos como les llama The Economist, no tienen figuras autoritarias fuertes en la presidencia, el poder está desconcentrado en varios actores que lo ejercen para poder seguir alimentándose de la corrupción y otras actividades ilícitas. El ánimo de mantener el poder, y lo que une a estos actores, es la posibilidad de seguir haciendo negocios ilícitos y para asegurarlo han cooptado a los tres poderes del Estado, municipalidades y otras entidades autónomas.
El futuro de la democracia liberal está en peligro y los ciudadanos de muchos países corremos el riesgo de perder nuestra libertad. Lo cierto es que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.