Este ambiente pareciera la oportunidad perfecta para la emergencia de una tercera opción.
En abril de 2021, en medio de una contienda electoral deslucida con la mayoría del electorado indeciso por quién votar apenas a días de los comicios, la sorpresiva llegada al poder de Guillermo Lasso, con el partido CREO, parecía augurar el comienzo de una nueva era democrática para Ecuador y el fin del “correísmo”: el movimiento populista de Rafael Correa, que en su momento se denominó la “Revolución Ciudadana”, y que fue parte de la oleada de gobiernos del “Socialismo del siglo XXI” en América Latina.
Sin embargo, la esperanza duró poco. En un principio, con un parlamento en contra (pero no con suficientes votos como para destituirlo), Lasso intentó hacer un consenso democrático con el partido socialcristiano que fue infructuoso. En el primer año de gobierno, en junio de 2022, se desataron protestas en todo el país por parte de grupos indígenas de la Conaie, que tenían un amplio pliego de demandas y que obligaron a Lasso a decretar un estado de excepción y abrir una negociación con los radicales.
Con tan poca capacidad de maniobra frente a sus adversarios, y sin poder implantar su plan de gobierno, Lasso optó por saltarse a la Asamblea Nacional y llevar a cabo un referéndum en el que se le consultaba a la población sobre ocho reformas a la Constitución varias materias delicadas: la administración de justicia, las funciones del Poder Legislativo, el funcionamiento de los partidos políticos, el medio ambiente, entre otras.
El problema con la figura del referéndum es que en la práctica realmente se convierte más en un termómetro de aprobación o rechazo del gobierno de turno, que en una instrumento de democracia directa.
De esta manera, el referéndum se llevó a cabo el mismo día de las elecciones municipales, el domingo 5 de febrero. Hacer los dos procesos electorales juntos, aunque suena muy eficiente y responsable desde el punto de vista presupuestario por el ahorro en el gasto público, es un pésimo cálculo desde el punto de vista político ya que se está jugando básicamente a una apuesta del “todo o nada”, tanto para el que gane o para el que pierda. El resultado fue una derrota abrumadora del oficialismo, pues perdió en las ocho reformas de la consulta, y perdió también en la gran mayoría de alcaldías del país, algunas claves como Guayaquil y Quito.
La pregunta que se han hecho muchos es si esta derrota implica el regreso del “correísmo”, y en ese sentido, hay varias variables a considerar.
A diferencia de otros populismos en la región, en los que un grupo político se congrega alrededor de un líder carismático o de un proyecto de poder en el que todos cierran filas; el “correísmo” es un caso atípico ya que Rafael Correa no pareciera tener dentro de sus filas una red de lealtades recíprocas e incondicionales. Basta recordar que quien fuese su alfil en 2017, Lenín Moreno, tuvo la valentía de denunciar el autoritarismo y la corrupción de su predecesor y encarrilarse en la senda democrática, lo cual Correa (hoy prófugo de la justicia y con un nuevo grupo llamado Unión de la Esperanza) califica hasta el día de hoy como “traición”.
En ese sentido, por más de que los correístas ganaron en muchas provincias, el movimiento de Correa se quedó sin candidatos presidenciables a la vista. No es descartable que algún nuevo candidato salga de las alcaldías, pero lo más seguro es que -como pasó con Moreno- esos liderazgos actúen por cuenta propia, sin seguir los lineamientos del ahora youtuber exiliado en Bélgica.
Otro aspecto a notar es la gran cantidad de votos nulos que se emitieron en estas elecciones. En un sistema electoral como el ecuatoriano con voto obligatorio, esto puede interpretarse como un rechazo al status quo, es decir, hacia toda la clase política en general. El descontento de los ecuatorianos se debe concretamente a dos temas: seguridad y economía, asuntos en los que ninguno de los grupos políticos han presentado soluciones satisfactorias. Este ambiente pareciera la oportunidad perfecta para la emergencia de una tercera opción.
Lo que está sucediendo en Ecuador se suma a la tendencia regional que venimos observando en el ciclo electoral de los últimos años con mucha polarización en el discurso, pero con una alta fragmentación política, que hace imposible a los gobiernos ser una “aplanadora”. Lo cual los lleva a dos caminos: o el pacto o la ingobernabilidad.