Entre la continuidad autoritaria, el desgaste democrático y la crisis política.
Con las recientes elecciones en Argentina y Uruguay, ha concluido un ciclo más de procesos electorales en América Latina. En poco más de 30 meses, la mayoría de países del continente vivieron procesos de elección de sus autoridades de gobierno. Este ciclo político culminado ha puesto en evidencia que la democracia a pesar de consolidarse, atraviesa una encrucijada.
Por un lado, vemos un escenario de descontento con la política. En México y en El Salvador, las victorias de Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele, mostraron el cansancio del electorado con la corrupción de la partidocracia tradicional. Caso similar se vivió en Brasil, donde la victoria de Jair Bolsonaro fue una clara reacción a la corruptela y clientelismo de dos décadas del PT bajo Lula y Rousseff. Y en una línea similar podemos agrupar a Panamá y Laurentino Cortizo, luego de una década de relativo continuismo bajo Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela.
El descontento también aparece a mitad de regímenes a medio término. En 2019, varios gobiernos de la región han enfrentado complejas crisis políticas. En Ecuador, Lenín Moreno, quien poco a poco fue separándose de la política de Correa y apostó por mayor libertad económica, sufre el embate de sindicatos que han dirigido protestas en contra de las medidas liberalizadoras. En Chile, la joya de la democracia latinoamericana, Sebastián Piñera, también ha visto el rechazo de un segmento importante de la ciudadanía, a raíz del aumento a las tarifas del transporte. En ambos casos, las manifestaciones y movilizaciones institucionales ponen en jaque a los gobiernos a medio período.
En otras latitudes, aprendices de dictadores apelan a un mal llamado “derecho humano” para aspirar a la reelección. Evo Morales en Bolivia y Juan Orlando Hernández en Honduras desvirtuaron la protección a los derechos fundamentales, para perpetuarse en el poder. Ambos regímenes llegaron al extremo de forzar elecciones sobre las cuales se posaron los fantasmas del fraude.
La reacción ciudadana llegó. Jornadas de manifestaciones, paros y denuncias de la comunidad internacional se hicieron presentes. En Honduras, Hernández apeló a la experiencia de Nicolás Maduro en Venezuela: “si no me sacan por la fuerza, me quedo en el poder”. Morales parecía encaminado a replicar la misma ruta, pero ante el desplome de su gabinete y la falta de apoyo de las fuerzas armadas bolivianas, renunció del cargo el pasado domingo.
Mientras en Honduras, la situación interna se agrava, luego que en el reciente juicio por narcotráfico contra Tony Hernández, el hermano del Presidente, saliera a relucir la vinculación de altas autoridades del país con carteles de la droga.
Y por último, el fantasma del populismo regresa a la región. Hace cuatro años Argentina logró librarse de las cadenas del kirchnerismo. Pero bajo el gobierno liberal bajo Mauricio Macri hubo pocos avances sociales y el crecimiento económico no fue el esperado, en 2019, retorna el fantasma de Cristina de Kirchner. El regreso de la polémica figura, sobre quien pesan varios casos de corrupción, se da como vicepresidenta del electo Alberto Fernández.
Y así la realidad de la democracia en América Latina. Una ciudadanía cuyo descontento con los partidos tradicionales le lleva a votar por opciones de cambio. Gobiernos acechados por el descontento popular. Regímenes que utilizan mil argucias para aferrarse al poder. Mientras en Venezuela y Honduras las sombras de la captura criminal del Estado se consolidan con el paso de los días.
Sólo en Costa Rica, Uruguay y Paraguay la estabilidad política -con sus matices y bemoles- es la norma.