La pandemia de coronavirus es la mayor crisis mundial en lo que va del siglo. Cada una de sus subsecuentes crisis tendrán su impacto en el sistema internacional, en el equilibrio del poder global y en la defensa por las libertades individuales en todo el mundo.
La escala e intensidad de las consecuencias por la pandemia en el corto, mediano y largo plazo son enormes. Por un lado, la crisis sanitaria amenaza a los más de 7 mil millones de personas al no saber a ciencia cierta los efectos del virus y no contar con un medicamento o vacuna para atacarlo. Por otro lado, expertos en economía aseguran que el impacto de la crisis financiera podría superar la recesión de 2008. Finalmente, es imposible dejar de un lado la discusión respecto a las libertades individuales de los modelos políticos y económicos líderes en el planeta.
En 2016, el entonces candidato Donald Trump, en su campaña política hizo un esfuerzo por dejar ver a China como el enemigo número 1 de Estados Unidos por sus prácticas comerciales “desleales” que desde su punto de vista dejaban miles de pérdidas en empleos y ganancias. Todo esto finalmente desencadenó en la guerra comercial en 2019 que trajo graves consecuencias para ambas economías. Por estas razones y más, algunos analistas plantean la posibilidad de un mundo postpandemia como el de la guerra fría. Esta vez las dos potencias que disputarían un juego de suma cero por la supremacía global son Estados Unidos y China.
La pandemia de COVID19 vino a alimentar ese discurso disruptivo de China como enemigo del mundo. Donald Trump insiste en nombrar al coronavirus como el “virus chino” para intentar consolidar una retórica de victimización de los estadounidenses frente a la incompetencia o perversidad de China. Sin embargo, este discurso quizá no ha jugado tan bien para Trump ante su cuestionable liderazgo en la respuesta a la crisis sanitaria que presenta un fuerte contraste con la ascendente tendencia de contagios y muertes en Estados Unidos. Según el Centro de Recursos de la Universidad John Hopkins, Estados Unidos alcanza casi el millón de personas contagiadas y registra más de 50mil fallecidos.
Todo esto sucede mientras China empieza su reapertura comercial, dona equipo de protección y lleva médicos especialistas a las ciudades más afectadas por el virus. Además, en las últimas semanas, oficiales del régimen chino empezaron una narrativa en la que culpan a los Estados Unidos de introducir el virus con una tropa del ejército. Estas acciones le han permitido ganar simpatía, sospechar de Estados Unidos y posicionarse nuevamente dentro de la contienda como la potencia global.
La pandemia ha reavivado las discusiones entre dos modelos políticos y económicos diametralmente opuestos. Por un lado, el orden mundial consolidado después de la Segunda Guerra Mundial que tiene como referente a Estados Unidos. En un modelo como este, el éxito depende -entre varias otras cosas- de los liderazgos de sus sistemas, la confianza institucional y de la fortaleza de su sociedad civil en la gestión de sus libertades.
Por otro lado, China con su autoritarismo de “libre mercado”, un modelo que ha sido ampliamente cuestionado pero que a su vez permitió mejorar el desempeño económico de sus habitantes en un tiempo récord. Esto desde el sacrificio de derechos políticos y libertades individuales.
¿El modelo occidental de democracias podría pender de un hilo en los próximos años? ¿Habrá un único ganador por la disputa de la supremacía global? ¿Regresaremos a un mundo bipolar? Son preguntas que permanecen pero que mientras tanto, es importante reconocer que la libertad es -y siempre ha sido- el cimiento del progreso humano. El fortalecimiento de la sociedad civil, la credibilidad de los liderazgos políticos y la racionalidad científica de las políticas públicas implementadas son pilares a los que se deben aspirar para el éxito de la humanidad y especialmente, para el éxito en superar la crisis de esta pandemia.