Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado.
Nuestra libertad está amenazada
El final de la segunda guerra mundial en 1945 marcó el inicio de una era de gran crecimiento económico y de aumento en el bienestar de los países que triunfaron; los países fundados en los valores de occidente: libertad, Estado de Derecho, igualdad de oportunidades, responsabilidad individual.
A partir de aquellos días, pero en especial, a partir de la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría en 1989, el mundo libre, el hemisferio occidental, con escasos momentos de excepción, cayó en la trampa de la ingenuidad, la comodidad y la indiferencia para preservar y fortalecer los valores occidentales. Las élites renunciaron a su responsabilidad de defenderlos pues confundieron la libertad y la justicia con privilegios. Esta es en gran medida, la causa del drama latinoamericano.
El comunismo internacional y los enemigos de la libertad, ante el fracaso de sus doctrinas, de sus políticas y de sus economías, encontraron nuevas formas para hacer avanzar su agenda expansionista, autoritaria, intervencionista y totalitaria. Usan métodos tramposos, traicioneros y hasta criminales.
Desde los primeros días del Siglo XXI, en un mundo globalizado; en la era exponencial de la desinformación, de las "fake news" y de la inseguridad cibernética; con una economía global insuficiente y un creciente desencanto en la política, en los políticos y en la democracia; las formas y los métodos infames que usan los enemigos de occidente, los enemigos de la libertad han avanzado de manera peligrosa y efectiva.
Los campos de batalla dejaron de ser el respeto a la ley, la constitución, el debate por las mejores ideas, por los mejores métodos, por la búsqueda de la verdad. Hoy vivimos en las trampas del nacionalismo, del colectivismo, del populismo, de la mentira; vivimos tiempos de criminalización en la política; y en demasiados países, tiempos de democracias falsas y elecciones de fachada. Por eso, nuestra libertad está amenazada.
Los campos de batalla, en los que se promueven el conflicto, la separación y la imposibilidad de alcanzar acuerdos son hoy los que provocan las emociones y los prejuicios sobre la identidad de género, de raza, el sexo, el cambio climático, la religión, la ideología.
Estos son los nuevos sujetos revolucionarios, en lugar del clásico discurso de la explotación capitalista contra la clase trabajadora. Y su caballo de Troya es la desigualdad social como instrumento político de lucha de clases para culpar a la riqueza por la pobreza, cuando el problema es que la escalera social está paralizada y solo volverá a funcionar cuando tengamos más libertad, más certeza jurídica y economías activas y robustas.
Hemos permitido que los valores de occidente pierdan brillo. Pero también es cierto que eso que llaman el Club de Sao Paulo o el Grupo de Puebla, desde donde conspiran los populistas de la extrema izquierda latinoamericana, son aliados e instrumento de China, Rusia y sus satélites en su misión por asfixiar las democracias y las libertades en América Latina y tomar control de sus economías, de sus recursos.
La guerra fría del Siglo XXI es entre Estados Unidos y China; y América Latina está en llamas y bajo ataque porque es su campo de batalla principal.
Para enfrentar el peligroso momento que vive el hemisferio occidental solo hay que hacer valer su mayor conquista moral: el ciudadano libre y presente; porque lo único que importa a la condición humana es su deseo de libertad.