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El lado correcto de la historia
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Luis Miguel es Director del Área Social de Fundación Libertad y Desarrollo, catedrático universitario y tiene una maestría en Administración Pública de Escuela de Gobierno.
11 Mayo 2017

Hoy el lado correcto de la historia es el reformista.

El proceso de reformas, que se pensaba vendría como resultado natural de la cruzada contra la corrupción, ha desnudado una vez más que la polarización ideológica, la ausencia de liderazgos y la incapacidad de generar espacios de diálogo honestonos están condenando a seguir metidos en el lodazal.

Ambos lados están cometiendo errores. Los sectores que se ubican más a la izquierda presionaron con demasiada fuerza por temas que estaban destinados a volver irreconciliables las discusiones, como el pluralismo jurídico en el caso de la reforma al sistema de justicia y la paridad de género en el caso de la reforma electoral. También creyeron que ganando por mayoría una votación en las mesas técnicas se habían logrado los consensos y cerraron la discusión. Por otro lado, los sectores que están más a la derecha se empeñaron tanto en combatir esos temas que olvidaron ser propositivos y hacer énfasis en que hay acuerdos sobre la necesidad de reformar.

Pareciera que nunca se entendió realmente el espíritu de las reformas actuales y en algunos casos se apostó por hacer avanzar, aunque sea de a pocos, ciertas agendas políticas sectoriales. La polarización generada terminó entrampando las reformas o permitiendo que fueran manoseadas por el sistema político corrupto. Los beneficiarios han sido aquellos a quienes la cruzada contra la corrupción afectó directamente, los corruptos.

Claro que este beneficio está lejos de ser casuístico. Haciendo uso de sus abundantes recursos, los corruptos contrataron o potenciaron a mercenarios de la opinión. La mayoría de estos, ubicados en los extremos más radicales del espectro ideológico. Estos lograron exitosamente abonar conflicto a la discusión, banalizando las propuestas, descalificando personas y mintiendo. Todo con el propósito de inmovilizar cualquier intento por reformar el sistema del cual se benefician solo ellos.

El error de los reformistas de izquierdas y derechas fue haberse dejado utilizar por los mercenarios y los corruptos. Debieron haberse desmarcado desde el principio y dejado en claro que tienen un interés porque este país salga del atolladero. No se vale apostarle siempre al inmovilismo por miedo, como tampoco se vale empujar irracionalmente por el cambio, sin permitir un espacio para la duda, el disenso y la reflexión.

Reconozcamos con honestidad que en materia de diseño institucional no existe la receta perfecta para el éxito. Todos los modelos son potencialmente cooptables, pero estamos en un momento en que la lucha contra la corrupción no ha terminado de asentarse y necesitamos presentarle alternativas al sistema político para que se reconfigure. La opción de no reformar debería estar fuera de la mesa y si usted se opone a estas reformas tiene la obligación de proponer una alternativa que sea políticamente viable.

Para lograr estos acuerdos, hacen falta cabezas frías que tengan capacidad de convocatoria y puedan sentar a actores de distintos sectores a discutir. Liderazgos conciliadores que actualmente no existen en el Congreso y mucho menos en el Ejecutivo. Aquí hay que hacer un pacto de convivencia, señalar a los corruptos como únicos enemigos y comenzar a tender puentes entre sectores que permitan sanar las heridas del pasado.

Hoy el lado correcto de la historia es el reformista. Pero necesitamos reformistas que estén dispuestos al diálogo y que moderen sus expectativas. ¿De qué lado de la historia quiere estar usted?

Enfoques incorrectos sobre la discriminación
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Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
24 Jul 2017

Como guatemaltecos, debemos hacer una reflexión profunda sobre la discriminación. Desde una ángulo responsable y evitando los extremismos que a nada nos conducen.

La discriminación es una realidad. No solo en Guatemala, sino en diversos países del mundo. El tratar de forma despectiva al que es distinto a nosotros, parece ser algo inherente al ser humano. Ya sea por razones étnicas, religiosas, de género u otras, la discriminación ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad.

La discriminación se manifiesta de múltiples formas. Ataques verbales, evitar el contacto con el grupo discriminado, negación de acceso a servicios básicos o derechos fundamentales, violencia física contra las personas o su propiedad y el caso más extremo es la búsqueda del exterminio de dicho grupo, como ocurrió con los judíos en la Alemania Nazi.

En el caso de las mujeres, no es sino hasta el siglo XIX y XX que comienzan a gozar del ejercicio de sus derechos básicos en los países occidentales, como el derecho a la propiedad privada, a votar y a integrarse plenamente en el mercado laboral. No obstante, las mujeres aún continúan sufriendo diversos tipos de violencia, generalmente infringidos por su círculo familiar más cercano. Y en muchos países árabes, africanos y asiáticos muchas mujeres prácticamente tienen anulados sus derechos fundamentales.

Guatemala no escapa a esta realidad y sin duda existen diversos tipos de discriminación. Si bien se han realizado avances muy significativos, lo cierto es que aún se tiene mucho camino por recorrer. La población indígena y las mujeres presentan rezagos sociales significativos que se deben de abordar desde una política de Estado bien articulada. Y como sociedad debemos romper con los estereotipos mentalesque históricamente hemos construido.

Fuente: http://www.prensalibre.com/

Sin embargo, se debe ser muy cuidadoso al momento de calificar lo que es y lo que no es discriminación. El caso de la tienda de ropa María Chula es un ejemplo de cómo un abordaje inadecuado del tema solo genera más polarización. El hecho que la dueña de esta tienda se llame María, al igual que su madre y su abuela debería haber sido razón suficiente para que los argumentos de discriminación perdieran total validez.

¿Acaso no tiene derecho una persona a utilizar su nombre en la marca o en la empresa que decide fundar? Y si decide agregar a su nombre, una palabra que tiene connotación positiva para el guatemalteco urbano promedio ¿Es eso un delito?

Sin duda este caso hace reflexionar sobre lo cuidadoso que se debe ser al momento de calificar lo que constituye un auténtico acto de discriminación. Porque flaco favor se le hace a esta causa, cuando se comenten errores de este tipo.

Pero además debemos aprender a discutir de este tema de forma responsable. Hay aquellos que simplemente pretenden negar que exista discriminación en Guatemala, como si este fuera un país de ángeles y no de seres humanos. También está el otro extremo que pretende encasillar a Guatemala como un caso único en el mundo en donde se ha registrado discriminación, obviando por completo la historia de la humanidad y el contexto mundial. Ninguno de los dos extremos ayuda en nada.

A propósito de la tienda María Chula, también han surgido posiciones que indican que los trajes típicos deben ser preservados tal cual y que cualquier sincretismo con la “cultura occidental” es un acto de irrespeto. ¿Acaso esta posición no es racista? La interacción y la mezcla cultural es parte de cómo se supera el racismo. Hablar de “purismos” no ayuda en nada cuando lo que se pretende es luchar contra la discriminación.

Como guatemaltecos, debemos hacer una reflexión profunda sobre la discriminación. Desde una ángulo responsable y evitando los extremismos que a nada nos conducen. Superar la discriminación requiere de un ejercicio mental que nos aleje de nuestros instintos humanos más básicos. Y eso requiere un esfuerzo por comprender “al otro” y dejar atrás los estereotipos.

Nuestro ideal debe ser que todos los ciudadanos, independientemente de su identidad étnica, gocen de los mismos derechos y obligaciones.

Texto original publicado en: https://elperiodico.com.gt/domingo/2017/07/23/enfoques-incorrectos-sobre...

Cambio de guardia
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

05 Mayo 2017

América Latina necesita que su juventud aspire a liderar un movimiento renovador.

En los últimos 10 años, en la mayoría de pueblos del mundo, la clase política se convirtió en una clase apestada y rechazada por los ciudadanos. El “establishment” político y su forma de gobernar, provocaron la pérdida de respeto y confianza en la clase política y en la democracia.

La sensación de que trabajan para sus intereses, su incapacidad para generar soluciones en un mundo cada día más complejo y carente de oportunidades, su corrupción y su cinismo generaron la aparición, el avance y en muchos casos el triunfo de una categoría de políticos aún peor que los apestados.

Los pueblos no hemos aprendido a elegir, aunque debo decir en nuestro favor, que la oferta es limitada, prosaica y deshonesta.

Ortega decía que una nación no puede ser solo pueblo. Necesita una minoría intelectual y honesta que articule, proponga y lidere los cambios y los proyectos que desarrollan y generan bienestar para todos.

La ausencia de los mejores en la sociedad impide que seamos países más normales, como otros, en los que después de sus próceres vino esa minoría dirigente que continuó con los valores que fundan y construyen naciones de verdad.

La ausencia de los mejores provoca en los pueblos una peligrosa ceguera para distinguir al hombre mejor del hombre peor; por eso elegimos a tanto político oportunista y deshonesto, por eso consentimos tanto abuso e incompetencia; por eso, la corrupción y la crisis permanente. Y cuando aparece un individuo honesto, capaz, respetable y digno, la masa no sabe apreciarlo y los corruptos le destruyen.

Demasiados países en nuestra región tienen serios problemas sociales y económicos. Pero el verdadero problema es político. Si la política no funciona, todo lo demás falla. La política no puede seguir siendo una guerra de bandas combatiendo por un botín.

La verdadera política, la Política con mayúscula, necesita principios, compromiso y debate. Requiere oponentes honorables y que estos alcancen acuerdos para avanzar.

La ausencia de esa minoría eminente es la que provoca que los pueblos se queden para siempre en ese estadio elemental de la evolución que es la aldea.

Esta minoría eminente no puede estar formada por esa mayoría de políticos indecentes y pícaros que ha producido América Latina, o por esas elites rancias e indiferentes o por los ciudadanos que no están dispuestos a hacer el sacrifico de entregar a su nación su máximo esfuerzo, su alma y su corazón.

América Latina necesita que su juventud aspire, no a ser víctima, eco o consecuencia de una realidad decadente en muchos de sus países, sino al contrario, líder de un movimiento renovador y constructor. ¿Por qué no habría de sentir la juventud el orgullo de ser la generación del cambio, e iniciar la misión impostergable de rescatar su país con los ideales y valores que fundan naciones en libertad y democracia?

Son los jóvenes que se imponen a sí mismos un código de valores, una disciplina ejemplar y mayores exigencias quienes deben llenar el vacío que ha dejado la ausencia de los mejores en la sociedad. La juventud debe sentir la urgencia de adquirir el conocimiento, las ideas y el valor para cambiar su destino y rescatar su futuro. Y esto, aunque nos moleste reconocerlo, solo se puede lograr a través de los partidos políticos.

Por eso, el primer gran desafío de nuestro tiempo es formar una nueva generación de dirigentes que rescaten la política y el rumbo de las naciones. Y que los ciudadanos se den a respetar.

Y el segundo desafío es generar una auténtica ofensiva intelectual para poner al servicio de las naciones el repertorio de ideas que puedan aclarar, unificar y construir los países que queremos.

No es noticia y mucho menos secreto, pero son el despertar de las elites y el compromiso de la juventud lo que podría cambiar la peligrosa ruta que llevan algunos de nuestros países.

El país del caos
31
Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
02 Mayo 2017

Construir un Estado democrático, en donde la ley y la justicia prevalezcan, en el marco del respeto a los derechos humanos, es uno de los desafíos más grandes que enfrentamos como sociedad.

La visión que se tiene en el exterior de Guatemala es que somos un país caótico, en donde el Estado de Derecho es casi inexistente. Con una tasa de homicidios que nos coloca entre los países más violentos del mundo, la incrustación del narcotráfico en el aparato estatal y un nivel de impunidad que sobrepasa el 90 por cierto, no es de extrañar que se tenga esa percepción.

Este caos se puede palpar todos los días en el tráfico de la ciudad. Las personas manejan a su gusto y antojo, tratando de imponerse al resto, haciendo maniobras que ponen en riesgo la seguridad de peatones y conductores por igual. Se tiene que manejar siempre pendiente del próximo loco que piensa que la vía pública le pertenece. Y muchas veces esto ocurre ante la mirada impasible de la Policía Municipal de Tránsito.

En el interior del país también se manifiesta este caos. En algunos sitios la Policía Nacional Civil es incapaz de ejercer control porque la población les amenaza con lincharlos. Qué decir de los territorios en donde el narcotráfico es quién impone las reglas y ha desplazado por completo al Estado.

Las leyes en el país simplemente no se aplican. Las invasiones de tierra y el despojo de las mismas se dan sin que los ciudadanos se puedan defender. Hay bandas criminales que se dedican al robo de propiedades y las personas no les denuncian por temor a perder la vida. Sin mencionar que el robo de energía eléctrica se realiza en algunos casos con total impunidad.

En general, el Estado guatemalteco es incapaz de hacer valer la ley. Es un Estado débil que no posee el monopolio de la fuerza. Las fronteras son paso expedito para el contrabando y toda clase de ilícitos. Y dentro de la misma ciudad capital, existen lugares en donde las autoridades de seguridad parecen haber claudicado de su responsabilidad. El colmo es que las cárceles, en donde el Estado debería ejercer su máximo control, se encuentran administradas por los propios privados de libertad. Somos un país caótico.

Para muchos la solución es la dictadura. Se hace referencia al orden que supieron imponer los dictadores del pasado y la supuesta seguridad que gozaban en ese entonces los ciudadanos. Por supuesto, el costo de esa situación era la anulación de la libertad individual y la total discrecionalidad con la que actuaban los dictadores.

La democracia, sin embargo, no implica caos. En los países desarrollados el Estado es capaz de hacer valer la ley, respetando siempre los derechos de los ciudadanos. La policía en esos países es respetada y actúa con fuerza cuando tienen que hacerlo. Es que si no se respeta la ley, el resultado es el predominio de los criminales.

Construir un Estado democrático, en donde la ley y la justicia prevalezcan, en el marco del respeto a los derechos humanos, es uno de los desafíos más grandes que enfrentamos como sociedad. Nunca en la historia del país hemos disfrutado de tal régimen y por esa razón, nos cuesta tanto conceptualizarlo.

En Guatemala podemos seguir discutiendo de políticas económicas, lo cual resultará estéril, si continuamos siendo un país en donde el Estado es incapaz de tener presencia y hacer valer la ley en todo el territorio nacional. Un país caótico no atrae inversiones, las ahuyenta. Un país caótico no garantiza los derechos fundamentales de los ciudadanos, sino simplemente permite a los criminales tomar el poder.

La crisis de gobernabilidad en la que se ha sumido el Estado guatemalteco, difícilmente podrá superarse si no logramos conceptualizar toda la cadena de justicia como un pilar fundamental de una auténtica democracia. De esta cuenta, las reformas constitucionales que actualmente se están discutiendo, podrían representar un punto de quiebre en nuestra trágica historia de caos y dictaduras. Pero deben realizarse conscientes de la responsabilidad que implica. Nos guste o no, en estos momentos, el futuro del país está en manos del Congreso.

Publicación original en http://elperiodico.com.gt/domingo/2017/04/30/el-pais-del-caos/

SOS Venezuela...
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

18 Abr 2017

¿Hasta dónde debe llegar la desgracia y la opresión de un pueblo hermano en América Latina para que el continente se levante y exija su liberación?

¿Hasta cuándo va a terminar la hipocresía y la complicidad o en el mejor de los casos la tímida protesta de la comunidad internacional ante la farsa democrática que el chavismo ha erigido en Venezuela?

¿Cómo se puede afirmar que “todo volvió a la normalidad” por que “se devolvieron” los poderes a la Asamblea Nacional cuando nunca los tuvo?

¿Cuánto más grande debe ser la mentira democrática para que el mundo libre, de una vez por todas, llame a las cosas por su nombre y afirme que en Venezuela hay una dictadura insolente y criminal?

¿Qué más pruebas hacen falta para demostrar que Venezuela es un país secuestrado y gobernado por una banda de criminales, narcotraficantes y asesinos?

¿Cómo es posible que en uno de los países más ricos del mundo, sus habitantes se estén muriendo de hambre?

¿Qué circunstancias pueden llevar a la población adulta en una nación a perder 19 libras de peso en promedio y estar sufriendo desnutrición crónica?

¿Cómo puede ser posible que en el país con la mayor reserva petrolera del mundo haya escases de combustibles?

¿Con qué objetivo el chavismo destruyó el aparato productivo y lo dejó sin oportunidades de trabajo, sin bienes y servicios, sin impuestos, sin inversión y sin futuro? ¿Qué creen que pueden esperar de una realidad con esas condiciones? ¿Lo consideran sostenible? ¿Es cuestión de locura, de ignorancia, de ambición, de revancha o de un poco de cada una?

¿Dónde creen que terminarán sus días ese club de sociópatas que han destruido a Venezuela?

¿Seremos capaces las élites de América Latina de reconocer con humildad y responsabilidad que han sido nuestra indiferencia hacia la política, nuestra incapacidad para articular Proyectos de Estado para nuestros países, nuestra ineptitud para construir una visión de largo plazo comprometida con el Estado de Derecho y la libertad las causas que han motivado la aparición de bandas criminales con una mutación del virus comunista, las cuales, con un discurso populista y oportunista han alcanzado el poder por las urnas, engañando al electorado, para luego destruir el sistema que los llevó al poder?

Fuente: http://spanish.latinospost.com

Hoy en día, en Venezuela, más del 70% de la población no puede comprar alimentos ni medicinas; primero por que no hay, pero aunque hubiere, no tiene dinero.

Asfixiaron al sector empresarial y destruyeron PDVSA, la gallina de los huevos de oro negro de Venezuela, y llevaron la economía nacional a la ruina. Venezuela es hoy el país con más inflación del mundo y con niveles de pobreza llegando al 80% de la población. Estadísticas que se ven en países africanos donde lo que hay es desierto y desolación.

¿Qué tipo de seres, que se consideren humanos, pueden hacer esto con uno de los países con más riqueza y recursos naturales?

Es cierto que Chávez llegó al poder por la vía de la urnas como lo hicieron otros dictadores de la historia. Pero todos sabemos que a partir de ese día el chavismo se dedicó a desvirtuar, controlar y destruir el sistema democrático. Venezuela es hoy una nación secuestrada por una camarilla de déspotas y matones.

No son suficientes las declaraciones oficiales de países y organizaciones internacionales que denuncian o señalan. No son suficientes las opiniones como ésta. Llegó la hora de que el mundo occidental y los hombres y mujeres que creemos en la libertad y la democracia hagamos algo mucho más contundente para liberar a Venezuela.

¿Tiene esperanza Guatemala?
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Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
21 Mar 2017

La pregunta obligada ante una tragedia como la ocurrida en el Hogar Virgen de la Asunción es hasta cuándo vamos a seguir tolerando vivir en un país subdesarrollado, en donde la niñez apenas si tiene un futuro.

Lo sucedido en el Hogar Virgen de la Asunción pone en evidencia, una vez más, que el Estado que hemos construido es totalmente inoperante. Es un Estado incapaz de garantizar la vida y la integridad de los ciudadanos, sobre todo de los más vulnerables.

Las niñas que perecieron tuvieron una corta existencia llena de dolor, sufrimiento y desesperación. En algunos casos, los familiares cercanos les infringieron ese sufrimiento y en vez de encontrar refugio en este Hogar, experimentaron el infierno en la tierra. Lo más terrible es pensar que en estos momentos, hay miles de niños en Guatemala que están pasando por una situación similar o peor.

A estos casos trágicos, se le tiene que sumar el de los niños que en pleno siglo XXI, no tienen acceso a educación y tampoco a un servicio de salud que les garantice un crecimiento sano. Niños que viven en lo profundo de las montañas, cerca o incluso dentro de los centros urbanos, que no tienen ninguna perspectiva de futuro. Lo más probable es que morirán tan pobres como nacieron. Es la historia trágica que se ha repetido durante generaciones y que no parece terminar en Guatemala.

Niños en las calles y semáforos pidiendo limosna, en vez de atender la escuela. Niños trabajando para ayudar al sustento de su hogar. Niños involucrados en maras, víctimas de redes criminales, cuyo final sólo puede ser la cárcel o una muerte violenta. Niños asesinados por las balas perdidas que todos los días se disparan en Guatemala. Es el país que tenemos, por más que volteemos la cara y no queramos verlo. Es la evidencia de una sociedad que ha fracasado en la búsqueda por encontrar el camino del desarrollo y la prosperidad.

En una sociedad en donde los habitantes tienen los ingresos suficientes para vivir dignamente, el panorama es totalmente distinto. Es un país de oportunidades laborales y de movilidad social, algo que pareciera ser un sueño lejano para Guatemala.

La pregunta obligada ante una tragedia como la ocurrida en el Hogar Virgen de la Asunción es hasta cuándo vamos a seguir tolerando vivir en un país subdesarrollado, en donde la niñez apenas si tiene un futuro. Hasta cuándo la indignación será lo suficientemente grande, como para decidirnos a construir un país distinto.

Si en algún lugar se puede encontrar una esperanza de cambio en una sociedad es en los centros urbanos. En aquellos ciudadanos que han superado la pobreza y que tiene los medios suficientes para educarse, reflexionar sobre su sistema de gobierno y actuar en consecuencia. La responsabilidad del cambio no puede recaer en alguien más.

Edmund Burke, el célebre filósofo inglés, dijo hace más de dos siglos que un “Estado sin medios para cambiar carece también de medios para conservarse”. Y es de cuestionarnos hasta dónde puede degradarse nuestro Estado, si no lo reformamos. Las acusaciones por narcotráfico de parte de Estados Unidos en contra de funcionarios del gobierno anterior, nos debe hacer reflexionar que probablemente estábamos a punto de entrar en uno de los períodos más sombríos del país.

El fracaso de las naciones se debe al diseño inadecuado de los Estados. Sin un Estado que garantice los derechos individuales y que brinde ciertos servicios públicos básicos, como salud y educación, es imposible lograr el desarrollo. Y debe ser un Estado que sea capaz de atraer a los profesionales del más alto nivel de la sociedad. Burke lo ponía en estas palabras: “¡ay del país que (..) considere que una educación escasa, una visión limitada de las cosas y una ocupación sórdida y mercenaria son los mejores títulos para ejercer el mando!”.

¿Tiene esperanza Guatemala? Cuándo vemos la situación de la niñez en el país, pareciera que no. El panorama es por demás desalentador. Sin embargo, si fuéramos capaces de indignarnos lo suficiente, talvez podríamos construir un futuro distinto.Ojalá ésta no sea una coyuntura más. Ojalá no volvamos a sentarnos cómodamente en el sillón de nuestra sala.

Publicación original en El Periódico.

Hay vida política después de la cruzada contra la corrupción
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Luis Miguel es Director del Área Social de Fundación Libertad y Desarrollo, catedrático universitario y tiene una maestría en Administración Pública de Escuela de Gobierno.
07 Abr 2017

¿En dónde están los líderes políticos que necesita Guatemala?

La cruzada contra la corrupción está sacudiendo el sistema político guatemalteco, pero difícilmente podemos decir que se ha ganado la guerra. El proceso no ha terminado de ser asimilado por nuestras instituciones y sus efectos sin duda podrían revertirse si las fuerzas corruptas logran reacomodarse. Lo cierto es que la sacudida nos ha inmerso en una crisis política permanente y en una eterna fijación por la coyuntura que nos impide tener, como mínimo, una visión de mediano plazo que permita trazar una ruta para cuando lleguen momentos menos convulsos.

La falta de planteamientos serios para reconstruir el sistema político después del terremoto es culpa de la falta de liderazgo. Las pocas voces sensatas y serias que existen en esta sociedad son tímidas o fácilmente deslegitimadas por la eterna lucha ideológica de la sociedad civil que impide construir lazos de confianza.

El único liderazgo verdadero está siendo demostrado por la Fiscal General Thelma Aldana y el Comisionado Iván Velásquez. Sin embargo, la condición de sus roles les limitan porque no podemos abordar el desarrollo del país únicamente desde la perspectiva de la lucha contra la corrupción; esta no puede ser la única política pública que mueva la agenda nacional. Hacerlo sería un gran error porque, citando al académico venezolano Ricardo Hausmann, combatir la corrupción no terminará con la pobreza[1].

Según Hausmann, es cierto que los países más prósperos tienden a ser menos corruptos. Sin embargo, los países con bajos niveles de corrupción, o que han mejorado en el combate a la misma, no necesariamente han dado el salto al desarrollo. Algunos ejemplos son Costa Rica, Ghana, Zambia, Macedonia, Uruguay o Nueva Zelanda. Construir un país toma más que solo combatir la impunidad.

Que esto no se malinterprete, la lucha contra la corrupción debe continuar con fuerza, hasta que nuestras instituciones logren asimilarla y se socaven completamente los cimientos del sistema político putrefacto que tiene de rodillas a la administración pública. Lo que planteo es que, paralelo a este proceso, se comience a discutir otra gran política de Estado con la que se pueda llenar el vacío dejado por la corrupción.

Y es que en sistemas como el guatemalteco, la corrupción y el clientelismo han cumplido una función: se convirtieron en una suerte de lubricante que ayuda a que los recursos públicos se muevan fácilmente para que pudieran ser ejecutados (y robados). Conforme avance el proceso, se asimile el nuevo modelo y se haga más difícil ser corrupto o corruptor, comenzaremos a experimentar una especie de inmovilismo en las instituciones públicas que provocará nuevos problemas. De hecho, algunos funcionarios públicos ya comienzan a hablar tímidamente de este tema; están apareciendo los primeros síntomas.

Lejos de permitir que este inmovilismo debilite aún más a las instituciones públicas guatemaltecas, deberíamos primero preguntarnos cuál será nuestra alternativa al modelo de Estado corrupto que hasta ahora conocíamos y cómo vamos enfrentar las nuevas dinámicas políticas del país. Si no lo hacemos, simplemente nos estaremos dejando arrastrar por la ola y perderemos la oportunidad.

Por supuesto que nada de esto se puede lograr sin liderazgos reales que tengan la valentía de desmarcarse de la política tradicional, la que está siendo embestida por la cruzada contra la corrupción. ¿En dónde están esos líderes políticos?

Hay que hacer un llamado a esos diputados honestos, a esos políticos idealistas, a esos funcionarios capaces y a esa sociedad civil tímida para que tomen las riendas de la discusión pública. En algún momento hay que quitarle el micrófono a la “vieja política” para dar mensajes nuevos y más fuertes. ¿Alguien se anima?


[1]Ricardo Hausmann. Fighting Corruption Won’t End Poverty. https://www.project-syndicate.org/commentary/fighting-corruption-wont-en...

Publicación original en: http://bit.ly/2oRuOEC

Fuego para reflexionar
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Directora de Comunicación y Prensa de la Fundación Libertad y Desarrollo. Comunicadora Social graduada de la Universidad Rafael Landívar. 
10 Mar 2017

No podemos seguirle dando la espalda a los grupos de guatemaltecos que viven dentro de centros y hogares con derechos violentados.

En el Día Internacional de la Mujer, la paradoja se cumple cuando un incendio en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, cobra la vida de niñas y adolescentes. Como si la historia quisiera recordar la lucha de las mujeres y la tragedia en Nueva York.

La indignación no tardó mucho en llegar, cuando las primeras noticias de la muerte de más de 30 niñas eran anunciadas en medios de comunicación. Sin embargo, no es la primera vez que el Hogar Seguro Virgen de la Asunción es escenario de trágicas noticas. Plaza Pública[1] publicó el año pasado un reportaje donde describen una realidad llena de abusos, violaciones y humillaciones para todo aquel que ingresa a este centro. Hasta el 2015, el Hogar había recibido hasta 28 tipo de demandas. Incluso en diciembre del año pasado, el Juzgado Sexto de Niñez y Adolescencia del Área Metropolitana condenó al Estado de Guatemala por las violaciones contra los derechos de los menores de edad resguardados en el Hogar.

Tuve la oportunidad de hablar con una psiquiatra que ofrecía sus servicios a una familia de las muchas que salieron afectadas en esta tragedia. Ella contó sobre cómo una de las víctimas, Estela*, había ingresado al hogar por un cuadro de consumo de drogas (tenía 15 años).

“Necesitábamos un lugar para alejar a esta chica de las calles que la estaban destruyendo. Un centro privado especializado en mujeres te cuesta Q8,000 al mes, pero la familia es de escasos recursos. Lo único que podíamos hacer, era confiar en la institución pública que se supone debe resguardar los derechos de los menores de edad que ahí ingresan.”

Estela era una de las chicas que tenía el respaldo de su familia y que utilizaba este centro para un fin específico; no tenía mucho tiempo de estar dentro del Hogar seguro. Sin embargo, en la última visita habló con su abuela y su tía de los abusos que recibía, incluso de sus mismas compañeras. Peleas, castigos y una historia sobre una monitora que se burlaba de ella, fueron los detonantes para que la familia se acercara a la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH) a presentar la denuncia correspondiente. Buscaban sacar a la joven del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, pues si bien no tenían los recursos, su casa era un ambiente mucho más adecuado para asegurar su recuperación. La PDH tomó la denuncia, pero no se acercó al lugar. Esto sucedió el martes 7 de marzo.

Algunos medios de comunicación también narran que, semanas anteriores a esta tragedia, personas avisaron a la PNC sobre el amotinamiento que desde adentro querían hacer y esta no atendió el lugar, hasta que fue demasiado tarde. Las chicas se fugaron, las regresaron al hogar, las encerraron y el incendio cobró las vidas.

La negligencia de la administración pública es lo que indigna en estas circunstancias. La responsabilidad de la Secretaria de Bienestar Social de la Presidencia (SBSP) por la vida de estas menores no es discutible. Según una voluntaria entrevistada, los mismos monitores del centro no son personas certificadas para el trabajo: "No saben como controlarlas. Las mismas niñas son causantes de muchos de los problemas que hay dentro. Estos lugares necesitan personas comprometidas." Se supone que se trata un refugio destinado a la protección de menores víctimas de agresiones, pero la fuga de 60 niñas, en un intento desesperado de escapar de la situación de violencia y maltrato que viven diariamente, demuestra el riesgo que están dispuestas a tomar para tener una vida mejor.

La poca prioridad que grupos vulnerables como este tienen en la agenda de Gobierno es desconsoladora. Incluso, que el mismo presidente haya dado declaraciones sobre el caso hasta el final del día, envía un mensaje a la población.

 

Cerrar “temporalmente” el centro no soluciona la muerte de las niñas, ni soluciona las miles de violaciones y abusos que se cometen diariamene en otros albergues y centros de ciudado para niños. La cola de denuncias sigue apilándose y los culpables siguen sin ser castigados.

Las autoridades intentaron limpiarse las manos, pero una persecución penal por la responsabilidad de la vida de más de 30 niñas, es lo menos que podemos exigir como sociedad indignada. No podemos seguirle dando la espalda a grupos de guatemaltecos que viven dentro de centros y hogares con derechos violentados.


[1] Reportaje de Plaza Pública

* Se cambió el nombre de la joven para resguardar la seguridad de la familia.

El mundo en un impase...
32
Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

07 Mar 2017

¿Estamos presenciando el fin de la globalización o esto es solo un paréntesis?

Dicen que en política la forma importa tanto como el fondo, pero con las innumerables alternativas de comunicación e información de hoy, la forma en que se dice o hace algo puede ser desfigurada y tergiversada por medios de comunicación sesgados y por grupos con agenda ideológica, a tal extremo que pueden alterar, no solo la forma sino el fondo de políticas públicas y decisiones de Estado.

A pesar de que hoy nos podemos comunicar e informar “mejor”, también vale decir que nos pueden desinformar y confundir con demasiada facilidad si los receptores de esa información no tenemos el criterio y la capacidad de analizar y discernir. Y si a esto sumamos las redes sociales, nos encontramos que en el mundo de hoy, tenemos armado un diálogo de sordos en el que nadie escucha a nadie y nadie cree en nadie.

Lo que sucede en Washington no tiene precedente en la historia contemporánea. Las decisiones que se están tomando son polémicas y en algunos casos podrían tener consecuencias graves para el mundo. Sobre todo, por la forma. No se trata de quién tiene la razón. Eso el tiempo lo dirá. El problema es la incomunicación y la desconfianza creciente entre ciudadanos, países y aliados que son indispensables para la estabilidad y seguridad del planeta.

Intentando aislar el ruido, los sesgos, las cargas y los intereses, hay ciertas cosas que se deben reconocer: en los últimos 15 años, en la mayoría de pueblos del mundo, culturas, razas e ideologías, la clase política se convirtió en una clase apestada y rechazada por los ciudadanos.

“El “establishment” y las élites, y su forma de gobernar, provocaron la pérdida de respeto y confianza en la clase política y en la democracia.”

La sensación de que trabajan para sus intereses, la incapacidad para generar soluciones en un mundo cada día más complejo y carente de oportunidades, la corrupción y el cinismo, generaron la aparición, el avance y en muchos casos el triunfo de una categoría de políticos aún peores que los apestados.

A partir de la primera guerra mundial, el planeta construyó la exitosa y poderosa alianza transatlántica con los acuerdos del Bretton Woods, el nacimiento de la ONU y el plan Marshall. Esto marcó una era de dominio anglosajón en el mundo. Y la prueba de esa hegemonía hoy, es que Estados Unidos e Inglaterra fueron los países que más rápido se recuperaron de la crisis de 2008.

El Brexit, Trump, Le Pen y los nacionalistas alemanes entre otros, obligan a plantearse estas preguntas: ¿Qué ha hecho el resto del mundo para provocar esa reacción en estos pueblos del primer mundo? ¿Por qué están votando para cambiar el rumbo de su historia? ¿Será que sienten que ciudadanos de países subdesarrollados vienen a quitarles lo que ellos construyeron?

Hay otras interrogantes que, por sus delicadas consecuencias, merecen un cuidadoso análisis:

• ¿Estamos presenciando el fin de la globalización o esto es solo un paréntesis?

• ¿Cuáles serían las consecuencias de que nos convirtamos en un mundo aislacionista, proteccionista y xenófobo?

• ¿Qué papel va a jugar China frente a las políticas de Trump y May y de qué manera intentará aprovecharse Putin?

• ¿Cómo va a reaccionar el mundo musulmán ante el nacionalismo creciente que presenta el occidente desarrollado?

• ¿Cómo queda América Latina en medio de este complejo ajedrez geopolítico?

• ¿Podrá México convertir este momento de incertidumbre y amenaza en un reto de unión y oportunidad?

• ¿Qué cosas positivas pueden salir de esta nueva plataforma que presenta la geografía política mundial?

En un mundo ideal, la discusión debiera centrarse en buscar soluciones para corregir lo que estaba mal y asegurarse que las decisiones que se tomen resuelvan los problemas que hoy sufre el mundo para rescatar el Siglo XXI.

La corrupción "pequeña"
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Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
24 Ene 2017

Las instituciones no surgen del vacío, sino que reflejan a una sociedad. Un cambio institucional fracasará, si la ciudadanía no está comprometida con un modelo de acción totalmente transparente.

La sociedad guatemalteca se acostumbró a convivir con la corrupción. Incluso llegó a verse como un “acto generoso”. Quiénes ostentaban un cargo público repartían entre conocidos y amigos los puestos en el gobierno, no importando si tenían la capacidad para desempeñarlos, con el argumento que “daban sustento a muchos hogares”. De igual forma se repartían los contratos públicos.

Claramente esta corrupción no sólo se manifestaba en el ámbito público, sino que llegó a “normalizarse” dentro de la ciudadanía. Desde corromper a policías en un puesto de registro, comprar licencias de conducir; hasta el soborno de jueces y funcionarios públicos, la corrupción penetró lo más profundo de nuestra sociedad.

Cuando la corrupción llega a ser parte de la idiosincrasia de una sociedad, el desafío es mayúsculo, dado que cambiar las normas y las reglas para erradicarla resulta muchas veces inútil. “Hecha la ley, hecha la trampa” reza un dicho popular, lo que denota la tendencia de una sociedad a quebrantar persistentemente las normas y a seguir hundida en el fango de la corrupción. En este sentido, ¿Qué viene primero? ¿El cambio de normas o el cambio de actitud de la ciudadanía ante la corrupción?

Hoy hablamos y discutimos sobre las reformas a diversas leyes en el país, lo cual resulta imprescindible. Sin embargo, cabe reflexionar sobre la efectividad que tendrán estas reformas si como guatemaltecos vamos a continuar considerando normal sobornar policías, quebrantar “pequeñas” normas o comprar ciertos favores. Si esperamos un cambio radical en el país, debemos cuestionar esa cultura de ilegalidad que nos ha caracterizado desde siempre.

Si volteamos a ver a los países menos corruptos del mundo, pareciera que han logrado construir sociedades en donde quebrantar la ley es totalmente repudiado. No sólo se trata de ser encarcelado, sino que la sociedad manifieste su más profundo desprecio por los actos reñidos con la ley. Y ese cambio de mentalidad resulta todavía más difícil de lograr que las reformas legislativas.

El reto que tenemos como sociedad, es internalizar que lo que más nos conviene a todos en el largo plazo es cumplir con la ley. Por ejemplo, la cultura de estar en la informalidad debe terminar. Es cierto que el exceso de reglamentación impide que los pequeños y micro negocios se incorporen al sistema legal del país, por lo que esas normas deben discutirse y flexibilizarse. Pero también es cierto que existen muchos negocios con la escala suficiente que perfectamente pueden cumplir con las obligaciones legales, con lo cual se ampliaría la base tributaria.

Y qué decir de la cultura de comprar productos de dudosa procedencia. Ya sean productos que han sido robados, de contrabando o piratas, existe un amplio mercado para ello en el país, lo que al final termina reforzando la violencia y el crimen organizado.

En este sentido, las intervenciones de la CICIG y el Ministerio Público no podrán tener un efecto perdurable, si como ciudadanía no somos capaces de asumir la responsabilidad que nos corresponde. Las instituciones no surgen del vacío, sino que reflejan el pensamiento y el sentir de una sociedad. Y un cambio institucional fracasará estrepitosamente, si la ciudadanía no está comprometida con un nuevo modelo de acción totalmente transparente.

Este enfoque muchas veces es cuestionado. Se asume que con solo reforzar el cumplimiento de la ley, provocará un cambio en la actitud de las personas. No se puede negar el efecto de los incentivos en la conducta del ser humano. Sin embargo, la sociedad en su conjunto tiene que decidir que vivirá en un auténtico Estado de Derecho y no bajo la ley de la selva. El mayor aporte de la CICIG y el MP hasta el momento ha sido cuestionar esa cultura de ilegalidad que nos ha caracterizado. ¿Responderemos adecuadamente?

Contenido publicado originalmente en: http://elperiodico.com.gt/domingo/2017/01/22/la-corrupcion-pequena/