Lo que hoy tenemos en Guatemala es un deterioro perceptible en todas las políticas públicas.
Lo que está en juego hoy en día en Guatemala es la oportunidad de convertirnos en un Estado con altos estándares de transparencia, similares a los países occidentales desarrollados; o bien quedarnos con un Estado disfuncional y plagado por la corrupción, que no tendría ni la intención, ni la capacidad de facilitar e impulsar el desarrollo económico y social del país.
El éxito de Occidente es que lograron construir Estados que respetan los derechos individuales, rinden cuentas a los ciudadanos comunes, el sistema de justicia es independiente de intereses políticos y no están cooptados por redes de corrupción, mafias o crimen organizado. Los estándares que se les exigen a los funcionarios públicos son tan altos, que el más mínimo atisbo de corrupción es motivo de rechazo de la ciudadanía. Eso es Occidente, que por supuesto tiene sus imperfecciones, pero es a lo que deberíamos aspirar si algún día queremos ser un país próspero.
Lo que hoy tenemos en Guatemala es un deterioro perceptible en todas las políticas públicas. Las carreteras están en pésimas condiciones por la corrupción y la incapacidad de los funcionarios públicos; la salud pública está en crisis permanente también por la corrupción que se ha dado en esa cartera; la educación pública está a merced de un sindicato acusado de venderse al mejor postor; los consejos de desarrollo y los listados geográficos de obras son el botín de alcaldes, gobernadores y diputados voraces e inescrupulosos, por poner algunos ejemplos.
Con un Estado en estas condiciones, es imposible que podamos articular un modelo de desarrollo que promueva tasas de crecimiento económico del 7 u 8 por ciento. Si lo que caracteriza al servicio público de Guatemala es la corrupción, la incapacidad y la búsqueda de rentas en general, jamás podremos implementar políticas públicas exitosas. Simplemente no existen atajos hacia el desarrollo. Tenemos que construir instituciones transparentes.
Algunas personas justifican que es posible lograr un alto crecimiento económico, aun cuando la corrupción es rampante y mencionan como ejemplo a Brasil o China. La cuestión es que son países tan grandes, que el riesgo que corren las empresas de operar en un ambiente corrupto, se ve “compensado” por la escala de las utilidades que esperan. Y por otra parte, hay que ver que Brasil no está pasando precisamente por su mejor momento y China es una enorme interrogante sobre si su modelo es sostenible.
Los países pequeños exitosos que cuentan con los mejores índices de desarrollo humano a nivel mundial, son precisamente los más transparentes. Es el caso de los países nórdicos. Noruega, Finlandia, Suecia y Dinamarca se encuentran entre los más transparentes y con el Estado de Derecho más consolidado del mundo.
En América Latina, los tres países más desarrollados son Chile, Uruguay y Costa Rica, que precisamente cuentan con las mejores evaluaciones en cuanto a transparencia y Estado de Derecho de la región. Esto es evidencia suficiente para comprender que sin transparencia, no hay desarrollo.
Es interesante notar además, que muchos de estos países cuentan con mayor o menor participación del Estado en la vida de los ciudadanos, pero lo que tienen en común es la transparencia y el Estado de Derecho. Pareciera que estos dos factores, son los más relevantes para explicar el desarrollo. La calidad de las instituciones es la clave. De allí la relevancia de no claudicar en la lucha contra la corrupción en el país.
Construir un Estado transparente, con funcionarios capaces, que cuenten con altos estándares éticos es impostergable. Y eso solo será posible, si logramos hacer que la cadena de justicia funcione como en los países occidentales. Porque hasta hoy, con sus honrosas excepciones, la función pública y la actividad partidaria han atraído solamente a los más corruptos y voraces de nuestra sociedad. No hay futuro promisorio si continuamos en la misma situación.