La fascinación por el autoritarismo

La fascinación por el autoritarismo
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Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
30 Mayo 2022

En América Latina, hemos ensayado con la democracia, pero hasta el momento con resultados muy pobres

 

En la historia de la humanidad, la concentración del poder y el autoritarismo ha sido la norma. La idea de la democracia y de limitar el poder es un fenómeno reciente. Atenas y Roma fueron los primeros ensayos, pero luego se tendría que esperar varios siglos más para que naciera la Carta Magna en Inglaterra, que pretendía restringir las arbitrariedades de la monarquía.

En la era moderna, el nacimiento de la democracia de Estados Unidos sin duda tuvo un efecto multiplicador en el resto del mundo. En los últimos doscientos años, hemos sido testigos del florecimiento, pero también de los retrocesos de la democracia liberal. En el siglo XIX, gran parte de Europa adoptó cierto tipo de democracia, junto con una era dorada para la globalización. Pero las guerras mundiales y el auge de movimientos comunistas y fascistas terminaron pulverizando varias democracias europeas.

En América Latina, hemos ensayado con la democracia, pero hasta el momento con resultados muy pobres. Una de las razones es que se piensa sólo en garantizar elecciones limpias, pero no en construir un sistema de pesos y contrapesos, que limite efectivamente el poder. Los gobiernos latinoamericanos son raramente fiscalizados y la corrupción se convierte en la norma. El poder se utiliza para el enriquecimiento propio y la repartición de privilegios entre los allegados.

En casos extremos, pareciera que nuestras sociedades terminan siendo cómplices de regímenes perversos. En América Latina se han tenido dictadores de ambos espectros ideológicos, que han contado con el apoyo de cierta parte de la ciudadanía. Tal parece que existe una visión utilitarista en las sociedades latinoamericanas: en la medida en que el dictador de turno atienda mis intereses, le brindo mi apoyo, aunque en el camino ese autócrata destruya la institucionalidad y atente contra los derechos individuales básicos. No existe en la región una convicción por defender un sistema de democracia republicana, sino más bien el afán por obtener ciertos beneficios de corto plazo.

En su momento, muchas personas de izquierda celebraron todo lo que hizo Hugo Chávez en Venezuela, aun sabiendo que se estaba destruyendo la democracia de aquel país. Decían que lo importante era que se estaban impulsando políticas sociales y que por fin se estaba reduciendo la pobreza. Pero también es cierto que muchas personas de derecha apoyaron en su momento “los excelentes resultados económicos” de Nicaragua, a sabiendas que se estaba consolidando una dictadura. En ambos casos, los resultados de largo plazo han sido dantescos.

En el imaginario latinoamericano existen dictadores icónicos a los que se les rinde pleitesía según el signo ideológico. Los “seguidores” de estos autócratas pasan por alto las graves violaciones a los derechos humanos que perpetraron en nombre de sus respectivas ideologías. Es una tragedia que se valore tan poco la construcción de un sistema de democracia liberal o republicana.

Hoy en día, la democracia liberal está en franco deterioro en todo el mundo y en la región. Con incredulidad vemos cómo están surgiendo de nuevo los discursos extremistas. Está el grupo de los falsos “liberales clásicos”, que en realidad son anticomunistas sin escrúpulos que utilizan cualquier medio para alcanzar su fin. Y por otra parte están los nuevos comunistas, que ya sabemos los horrores a que nos conducen. Estos grupos extremistas son los que están allanando el camino para los dictadores de nuestro tiempo. 

Y por supuesto, están los que no tienen ideología y sólo desean que les resuelvan sus problemas y que el Estado brinde mejores servicios. Ese es el fenómeno Bukele que goza de una alta popularidad por ser un incipiente autócrata “eficiente”.

¿Se puede hacer algo para detener esta ominosa tendencia? Sólo seguir insistiendo que los fines jamás justifican los medios y que el poder siempre debe tener límites, sin importar el signo ideológico.  Quizás algún día lo comprendamos.