Reformar o morir

Reformar o morir
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Paul Boteo es Director General de Fundación Libertad y Desarrollo. Además, es catedrático universitario y tiene una maestría en Economía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. 
09 Sep 2019

Las revoluciones sangrientas y los dictadores usualmente surgen en sociedades que se niegan a cambiar.

 

Esta semana se cumplieron cuatro años de la renuncia de Otto Pérez Molina de la presidencia. Aquel lejano septiembre de 2015 nos abriría una brecha de esperanza a los guatemaltecos, ya que nos sentíamos empoderados y creíamos que era posible construir un país en el cual la corrupción y el abuso de poder finalmente serían castigados con severidad, por un Sistema de Justicia que parecía lograr cierta independencia. 

Aquello quedó atrás y cuatro años después, ya sin la fuerza y el apoyo  que algún día logró la lucha contra la corrupción, enfrentamos el desafío de transformar el Estado inoperante, corrupto y cooptado que actualmente tenemos. Algunos tratan de ser autocomplacientes y dicen que no estamos tan mal. Pero el Índice de Estado de Derecho 2019 nos coloca entre los últimos seis lugares de América Latina y el Caribe. ¿Es posible atraer grandes cantidades de inversión extranjera a Guatemala, si somos catalogados como un paraíso de impunidad y corrupción?

El sistema capitalista y de libre mercado sacó de la pobreza a millones de personas en los últimos doscientos cincuenta años, permitiendo que Occidente emergiera y se desarrollara como nunca antes en la historia de la humanidad. Pero el capitalismo requiere de un Estado mínimamente funcional, que sea capaz de tener presencia e imponer orden en el territorio que administra, impartiendo justicia con independencia y brindando ciertos servicios públicos básicos.

El problema es que nosotros hemos sido incapaces de construir un Estado con ese mínimo de funcionalidad. En Guatemala, los grupos políticos constantemente buscan el poder para beneficiarse cínicamente de los fondos públicos y para que su esquema de latrocinio funcione a la perfección, necesitan tener el Sistema de Justicia subyugado y a sus órdenes. Es prácticamente imposible que un Estado pueda funcionar adecuadamente, con niveles tan altos de corrupción como los que presenta Guatemala. ¿De verdad somos tan ingenuos de pensar que el capitalismo surgirá exitosamente con una institucionalidad tan ruinosa?

Luego del fin del ciclo político que inició en 2015 y que terminó esta semana con sus saldos positivos y negativos, los guatemaltecos no podemos ser autocomplacientes y asumir que este país puede desarrollarse con el Sistema de Justicia tan poroso y endeble que tiene. Y no sólo es la justicia la que funciona mal en este país. Es el Estado y el sistema político en general el que es incapaz de generar las condiciones indispensables para el desarrollo.

Por eso, las principales amenazas que enfrenta Guatemala en estos momentos son la autocomplacencia, el inmovilismo  y el conservadurismo a ultranza. La Rusia de Nicolás II sucumbió al comunismo, precisamente por su negativa a evolucionar y construir instituciones más democráticas y funcionales.  Si el Zar hubiese accedido a realizar cambios graduales en la dirección correcta, tal vez jamás hubiesen conocido los horrores del comunismo.

Las revoluciones sangrientas y los dictadores usualmente surgen en sociedades que se niegan a cambiar. Es la historia de Venezuela de finales de los años noventa. La negativa al cambio,  fermentó el clima político para que emergiera Hugo Chávez, con el resultado que hoy todos sabemos.

¿Quién debe liderar el cambio de esta sociedad? El nuevo gobierno que asumirá el 14 de enero de 2020, es el llamado a cumplir ese rol.  Si bien tendrá un congreso fragmentado y posiblemente hostil, el  próximo Ejecutivo podría impulsar una agenda de reformas en el Legislativo que nos permita construir una institucionalidad más transparente y funcional.

El peor escenario para el país, sería que el próximo gobierno desaproveche la oportunidad de realizar reformas y termine envuelto en escándalos de corrupción. Sería condenarnos a que dentro de cuatro años, surjan proyectos políticos rapaces, radicales y dictatoriales, que finalmente destruyan y den muerte a nuestra frágil e incipiente democracia. Ojalá y aprendamos de la historia.

Columna publicada en El Periódico.