Tiempos de polarización

Tiempos de polarización
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Luis Miguel es Director del Área Social de Fundación Libertad y Desarrollo, catedrático universitario y tiene una maestría en Administración Pública de Escuela de Gobierno.
14 Oct 2020

Los momentos de crisis económica o social, como la pandemia y la falta de soluciones a los problemas socioeconómicos de millones de personas, suelen resultar en mayores niveles de polarización política. Esta polarización es principalmente un tema de élites que intentan buscar soluciones a las demandas ciudadanas, pero rara vez suele manifestarse en otras capas de la sociedad.

En ese sentido, se ajusta al contexto actual la tesis de Pareto: tenemos élites que chocan constantemente, en un proceso interminable de renovación y resistencia a la misma. Son esas minorías organizadas, que en todas las sociedades ejercen la dirección política, administrativa, militar, religiosa, económica y moral; y que marcan el carácter de una sociedad, las que hoy parecieran tener nuevamente dificultades para buscar espacios civilizados de encuentro. Tanto en Guatemala, como en muchas otras latitudes. 

Muchas discusiones o encuentros importantes se generan hoy en pequeñas burbujas, principalmente, pero no solo, a través de las redes sociales, que en países como Guatemala tienen todavía poco alcance, a pesar que dan la impresión de lo contrario. Su influencia y mayor alcance es todavía en las pequeñas burbujas de las distintas élites.

Quienes crearon estas redes sociales, hoy nos explican que sus algoritmos están diseñados para dos cosas: uno, mantener a los usuarios adheridos a sus pantallas consumiendo información; y dos, recolectar datos que les permite elaborar perfiles de cada usuario, para dirigirles información y publicidad de su interés.

Para mantenernos capturados, las redes sociales nos presentan constantemente información que nos gusta consumir o aquella por la que en algún momento hemos mostrado interés. Esto tiene el efecto secundario de encapsularnos en un sesgo de confirmación, un fenómeno social de larga data, pero que hoy ha sido automatizado, perfeccionado y llevado a nuestras manos. 

Este sesgo de confirmación nos priva de contrastes e información que nos rete a cuestionar nuestras propias ideas, provocando en muchos casos mayores niveles de radicalización y polarización. 

Lo cierto es que la polarización política no es un fenómeno nuevo, ni provocado exclusivamente por las redes sociales, pero hoy los instrumentos para instrumentalizarla y promoverla están al alcance de cualquiera.

En Guatemala, por ejemplo, los grupos criminales han encontrado que es altamente rentable pintar de conflicto ideológico los temas que les resultan incómodos o que desean bloquear. Las élites hoy rompen cualquier intento de pacto temporal o espacio de encuentro ante la primera alusión que se haga a los conflictos del pasado.

Esta acalorada discusión ideológica entre élites en Guatemala es histórica y no es más que un recordatorio de los años que precedieron a la llegada de la democracia en los ochentas. La apertura democrática y los Acuerdos de Paz, habían prometido años de fortalecimiento democrático, cerrando el capítulo del conflicto armado. Pero su espíritu terminaría de morir con el juicio por genocidio en 2013 y los posteriores reveses en tribunales.

Lo que el juicio por genocidio revelaría es que las heridas del conflicto armado no estaban cerradas, se habían suturado pero jamás sanaron. La condena sobre Efraín Ríos Montt abriría nuevamente la herida y activaría a organizaciones dedicadas al conflicto, empoderaría a viejos y nuevos activistas y radicalizaría a grupos en distintos sectores; algunos grupos temían tener que rendir cuentas que podían haber quedado pendientes y otros buscaban cobrarlas.

Esta revitalización de la polarización dio vida a grupos de choque ideológico, integrados por una mezcla entre convencidos e instigadores a sueldo, que han encontrado que la fórmula perfecta para tener al país en el más penoso inmovilismo, es mantenerlo polarizado. Lo único que toma es una pequeña chispa, en forma de ideología, para que las burbujas ardan, particularmente en las redes sociales.

La estrategia no funciona siempre porque quienes la mueven suelen ser poco organizados pero cuando funciona lo hace muy bien. Un caso de éxito fue la destrucción de la lucha contra la corrupción, un éxito de la campaña de la mafia para azuzar a la extrema derecha con ayuda de la izquierda romántica e incapaz de ser pragmática. La receta quedó perfecta, élites en franca batalla y mafias escapando libres y en silencio por la puerta de atrás. 

Discusiones importantes como la reforma al sistema de justicia en 2016, el actual proceso de elección de Corte Suprema de Justicia y magistrados de apelaciones o la discusión sobre la política de electrificación e infraestructura del país son entorpecidas utilizando la estrategia de polarización de las élites.

También se ven muestras de la polarización natural o histórica en temas menos relevantes, cosas sencillas, como el baile de Don Lobo Vásquez, el juicio de Jabes Meda o una portada de una revista son víctimas de exhaustivos análisis ideológicos que usualmente terminan en insultos y violencia verbal en las redes sociales.

Tanto la polarización artificial como la histórica conviven en los ambientes de discusión. Ambas son útiles a los planes de quienes se benefician del entretenimiento que provocan. Se benefician de la incapacidad de las élites de alcanzar acuerdos mínimos. Acuerdos que no deberían pretender terminar la discusión de ideas y los desacuerdos, sino consensuar una agenda mínima de reforma y avance para un país en franco deterioro político, económico y social.

Todavía falta ver cómo se traduciría esta polarización ideológica a un proceso electoral en Guatemala. El ejemplo más cercano es Estados Unidos, país que vive una de las elecciones presidenciales más conflictivas y polarizadas de los últimos años, con altos niveles de incertidumbre sobre cuál será el resultado social si gana uno u otro partido.

Y es que para Guatemala, particularmente en los últimos 20 años, la discusión de ideas y la confrontación ideologica ha sido práctica de todas las élites menos la política.

Los políticos se han acostumbrado a practicar el más descarado pragmatismo en sus decisiones y sus campañas se limitan a reciclar ofrecimientos demagogos que hace difícil diferenciar a unos de otros. Solo en pequeños grupos, frente a sus pares de otras élites, es que muestran tímidamente sus colores, pero también en esos espacios cambian descaradamente de camiseta según sea necesario.

A pesar de esto, las elecciones de 2019 pueden habernos dado una pequeña muestra de lo que sería una elección más ideologizada. Dos ejemplos son el sorpresivo 10.37% de votos del Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP), un partido antisistema de extrema izquierda, que propone una Constituyente y la nacionalización de los servicios públicos; y la radicalización hacia la extrema derecha del discurso de candidatos con posibilidad de crecimiento como Roberto Arzú y Zury Ríos. Es posible que la desideologización de los partidos locales pudiera desvanecerse en los próximos procesos electorales.

Es importante acotar que la discusión de ideas no es dañina, de hecho es deseable en una democracia. Pero cuando esta se da solo en función del conflicto, cuando no hay intención de buscar acuerdos, cuando el único interés es destruir al contrario, es allí cuando podemos comenzar a ver deformaciones de la democracia que nos pueden llevar incluso al autoritarismo.

Hoy es un hecho que está disminuyendo el apoyo a la democracia. Según Latinobarómetro, en Guatemala este pasó de 46% en 2010 a 28% en 2018, somos junto a El Salvador, los países con menor apoyo a la democracia de 18 países medidos en América Latina.

Las consecuencias de mantener a las élites polarizadas, de cerrar las puertas a los espacios de encuentro y discusión, de importar conflictos ideológicos de otras latitudes pueden ser graves para una democracia incipiente como la nuestra.

Lo cierto es que se avecinan cambios políticos y sociales importantes, tanto para Guatemala, como para el mundo. Ese ha sido siempre el resultado histórico de los momentos de mayor polarización política. Es en estos momentos que las élites guatemaltecas tienen la responsabilidad de buscar espacios de encuentro y discusión honesta. Si no lo hacen, el futuro será de los intereses perversos.