El domingo 11 de abril de 2021 fue un día de grandes expectativas para Latinoamérica porque se llevaron a cabo procesos electorales en dos importantes países andinos. Cada uno con sus particularidades y complejidades internas, pero también con tendencias regionales a partir de las cuales puede trazarse un análisis que busque comprender el estado de la salud democrática de la región.
Comencemos con las buenas noticias del Ecuador, donde finalmente se contuvo el avance que lideraba el correísmo desde hace 14 años. Las causas que explican este repliegue se explican por varias razones: primero, el “correísmo” nunca dejó de ser un proyecto personal amalgamado en la figura de Rafael Correa, lo que obstaculizó una sucesión. De hecho, recordemos que su primer alfil, Lenín Moreno, se distanció del correísmo en su gobierno, al punto de convertirse en enemigo acérrimo de Rafael Correa. Segundo, tenemos a la propia figura polarizante de Correa, que en términos electorales tiene sus pros y sus contras, porque si bien en primera vuelta sirve de elemento diferenciador y además cuenta con una base de voto duro; en segunda vuelta siempre se encuentra con el problema del anti-voto. Esto fue problemático porque vimos cómo Arauz en la primera vuelta se apoyó muchísimo en la figura de Correa y logró pasar sin problemas al balotaje, pero en la segunda vuelta apostó por distanciarse (sin éxito) de su figura polarizante, resultándole imposible “controlar” el carácter volátil del caudillo que hacía todo tipo de declaraciones disruptivas en medios y en su cuenta Twitter. También hay que incluir elementos como el discurso de unidad nacional que adoptó Guillermo Lasso que se distanció de la confrontación ideológica y, finalmente, no hay que dejar de lado otros “cisnes negros”, como el contingente de refugiados venezolanos en Ecuador —que asciende al medio millón de personas— y cuya crisis probablemente haya persuadido al electorado ecuatoriano de votar en contra del modelo del “Socialismo del siglo XXI”[1] que Correa defiende abiertamente.
La presidencia de Lasso, aparte de detener al correísmo, inaugura una nueva era en el Ecuador. Las apuestas son altas y las expectativas son grandes porque se tiene la oportunidad histórica de cambiar el rumbo que el país ha tenido en casi tres lustros. De hecho, un buen signo de lo que se ha comenzado a llamar el “Efecto Lasso”, es que el día de ayer, apenas se hicieron oficiales los resultados electorales, el “Riesgo País” bajó 400 puntos[2], así que el reto es que el país se enrumbe a la senda de la democracia y el crecimiento.
Por otra parte, también tuvimos la primera vuelta electoral en el Perú, con un panorama completamente distinto y quizá menos optimista. Lo primero que hay que recordar son los momentos turbulentos que hicieron que esta administración tuviera al menos cuatro presidentes distintos y donde la mayoría de sus expresidentes están presos o se encuentran enfrentando graves casos de corrupción. Estos escándalos de corrupción han generado una serie de problemas muy graves que de alguna forma explican los resultados de los comicios: en primer lugar, han creado un hastío y una desafección por el sistema político en la ciudadanía. Segundo, este proceso ha “barrido” prácticamente a toda la clase política tradicional, es decir, desapareció lo que se conocía como el “centro político” conformado por el APRA y otros partidos moderados de centro-derecha como Acción Popular. Y tercero, (como consecuencia del segundo) ha fragmentado al sistema en un abanico infinito de partidos políticos atomizados, que lo que han hecho es fortalecer las dos tendencias populistas autoritarias y extremas que pasaron a segunda vuelta: Pedro Castillo y Keiko Fujimori.
El escenario que enfrenta Perú, gane quien gane la presidencia, es el del populismo autoritario. Recordemos que el fujimorismo es una fuerza política que hace casi 30 años protagonizaría uno de los momentos más nefastos y que más daño han hecho a la democracia latinoamericana. Y por otro lado, está el proyecto de Pedro Castillo, que dice abiertamente y sin complejos que seguirá los pasos de Hugo Chávez y Evo Morales con la agenda del “Socialismo del Siglo XXI”, con Asamblea Nacional Constituyente y nacionalización de empresas incluidas.
En conclusión, el 2021 es un año electoral para la región latinoamericana que presentará varias encrucijadas en distintos países. Habrá que seguir atentos a los vaivenes del subcontinente con sus virajes, refrescamientos, recambios y continuismos en los liderazgos que marcarán el rumbo político de la presente década.
[1] Cabe aclarar que Correa emuló el proyecto chavista del socialismo del siglo XXI en su vertiente política y en su retórica, más no en su vertiente económica.
[2] Datos elaborados por Inteligencia Empresarial al 12 de abril de 2021. Fuente: J.P. Morgan.