Los políticos latinoamericanos se “venezolanizan” a pasos recargados. El problema es cuánto más va a durar la olla de presión calentándose antes de que nos estalle en la cara.
Alguna vez circuló en redes sociales, y en algunas pintas de la calle, un mensaje que rezaba más o menos así: “1984 es una novela, no un manual de instrucciones”. Y por más ingenioso y forzado que a algunos les suene, pareciera esconder una irrefutable verdad.
De hecho, hace días The Economist Intelligence Unit presentó su acostumbrado índice global de democracia para el año 2020 y los resultados no fueron alentadores. La democracia ha declinado en prácticamente todo el mundo. La encuesta anual, que califica el estado de la democracia en 167 países según cinco parámetros: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles; encuentra que solo el 8.4% de la población mundial vive en un democracia plena, mientras que más de un tercio vive bajo alguna variante de régimen autoritario.
En América Latina, los países peor rankeados en el índice global de democracia son obviamente Venezuela (143), Cuba (140) y Nicaragua (120); a los que le siguen Haití (106), Guatemala (97), Bolivia (94), Honduras (88) y El Salvador (77).
De acuerdo al informe, existe una tendencia de retroceso democrático en la región durante la última década, básicamente debido al aumento de las prácticas antidemocráticas en Bolivia y Centroamérica y al creciente autoritarismo en Venezuela y Nicaragua. Esta tendencia pareciera no ir a la baja, sino más bien expandirse ya que, de hecho, en 2020 El Salvador pasó de ser una “democracia defectuosa” a un “régimen híbrido”. Es evidente el deterioro de la región se focaliza principalmente en dos áreas: Proceso electoral y pluralismo y Libertades civiles. En el informe también se señala que:
“El desempeño en términos del funcionamiento de la categoría de gobierno también ha sido pobre, ya que si bien la región ha luchado para abordar los altos niveles de corrupción y violencia; la gobernanza ineficaz ha incrementado la insatisfacción, socavando la confianza en las instituciones políticas y la percepción de la democracia” [traducción propia] (pág. 37)
Fuente: The Economist Intelligence Unit
Los latinoamericanos ven diluidas sus probabilidades de prosperar y han perdido la confianza en las instituciones y en la clase política, lo cual les vuelve proclives a inclinarse por opciones populistas radicales e identitarias, como ha sido el caso de Ecuador con los resultados de su primera vuelta electoral este pasado 7 de febrero. Esta desconfianza se ve alimentada por la penetración cada vez más fuerte y escandalosa de la corrupción, el crimen organizado (y en algunos países, el narcotráfico) en la política.
Mientras este declive ocurre frente a nuestros ojos, la clase política de muchos países de la región pareciera cada vez más segura de que tendrá completa impunidad en su colusión con estas fuerzas emergentes del crimen organizado y no demuestra ningún tipo de temor frente a las posibles represalias y sanciones que pueden tomar contra ellos países como Estados Unidos. En ese sentido, la administración de Joe Biden ha prometido retomar la agenda de fortalecimiento del Estado de derecho y de lucha contra la corrupción, contrario a Trump, quien básicamente “dejó en paz” a muchos gobiernos latinoamericanos en la medida de que no permitieran que sus migrantes ingresaran a los Estados Unidos.
Esa exhibición de descaro que en otros años no veíamos en la clase política latinoamericana, tanto de derecha como de izquierda, recuerda más bien a la desfachatez de regímenes como el chavismo en Venezuela.
Por ejemplo, cuando en 2012, Hugo Chávez anunció que Venezuela abandonaría el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, el estupor en la comunidad internacional fue contundente. Hoy en día, esta misma intención es una bandera política en varios países que, apelando a un discurso de “soberanía”, buscan eludir cualquier tipo de control y nadie parece inmutarse. Otro ejemplo pintoresco es que hace meses la hija de una ex diputada guatemalteca declaró “No me preocupa, existen otros países”, tras habérsele retirado la visa y prohibido la entrada a los Estados Unidos por actos de corrupción. Tal descaro no puede sino traer a la memoria a un Maduro en 2017 condecorando a los funcionarios de su régimen sancionados por Washington.
Como vemos, los políticos latinoamericanos se “venezolanizan” a pasos recargados. El problema es cuánto más va a durar la olla de presión calentándose antes de que nos estalle en la cara.