Con 16 candidatos presidenciales, varias candidaturas en impugnación y profundas tensiones políticas, el país se divide entre los seguidores del ex presidente Rafael Correa, inhabilitado y con varios procesos por corrupción a cuestas, y sus detractores, entre quienes se encuentran el actual presidente Lenín Moreno y la centro-derecha amalgamada en la figura del banquero Guillermo Lasso.
El próximo 7 de febrero Ecuador elige presidente y vicepresidente de la república. Además, en esa primera vuelta, los ecuatorianos elegirán Asamblea Nacional y Parlamento Andino.
Con 16 candidatos presidenciales, varias candidaturas en impugnación y profundas tensiones políticas, el país se divide entre los seguidores del ex presidente Rafael Correa, inhabilitado y con varios procesos por corrupción a cuestas, y sus detractores, entre quienes se encuentran el actual presidente Lenín Moreno y la centro-derecha amalgamada en la figura del banquero Guillermo Lasso.
Rafael Correa, quien hace cerca de una década formó parte del coro de gobiernos populistas afines al Foro de Sao Paulo y al llamado “socialismo del siglo XXI”, ahora con la alianza de izquierda llamada Unión por la Esperanza, pretende aplicar la misma fórmula de Evo Morales para regresar al poder en Bolivia: postular a un delfín “moderado” con un background de “tecnócrata”, como es el caso del joven economista Andrés Arauz, quien promete recuperar la devastada economía del país a causa de desequilibrios fiscales y déficits que vienen arrastrando desde hace varios años y, además, de la crisis que trajo consigo la pandemia del Covid-19. Y quien según la encuestadora Market, no llega al 40% para ganar en primera vuelta, sin embargo, lidera la intención de voto con un 36%.
Por su parte, Guillermo Lasso, con una intención de voto del 30%, es el candidato de oposición por la centro-derecha y lo que algunos medios de comunicación han denominado la “alianza conservadora” entre su partido CREO y el Partido Social Cristiano, ofrece la misma receta de prácticamente toda la derecha latinoamericana que cree ingenuamente que al discurso populista se le ataca solamente con números fríos: un plan económico seguramente bien diseñado y con las mejores intenciones para hacer crecer la economía, pero que no conecta con la mayoría de la población que no ve solución concreta a sus problemas del día a día.
Además de Arauz y Lasso, otro aspirante está llamando la atención de la opinión pública y sobresaliendo entre los tantos nombres en campaña. Se trata de Yaku Pérez, del movimiento indígena, con un 13% de intención de voto. Detrás de él, tenemos una oferta política completamente fragmentada con candidaturas que no superan el 3% de intención de voto. Esto —como sabemos por experiencia en países como Guatemala— lo más seguro es que llevará a tener un Poder Legislativo profundamente atomizado sin una bancada fuerte, lo cual es poco favorable para quien termine ocupando la primera magistratura del Ejecutivo.
Por otra parte tenemos el curioso caso del candidato Álvaro Noboa, postulado por el movimiento Justicia Social, cuya candidatura surgió a mitad de la precampaña como una suerte de candidato de consenso, o tercera vía, alejada de las fuerzas del correísmo y de la derecha representada por Lasso. Al parecer, a pesar de la resolución favorable del CNE sobre su candidatura extemporánea, aún sigue en el limbo si correrá en las elecciones por lo ajustado de los plazos del cronograma electoral y la impresión de papeletas.
Ante tal fragmentación del sistema, las preferencias de los electores se inclinan hacia la total indecisión. Según otra encuesta presentada hace pocos días por la firma Cedatos, en el área rural es mayor la indecisión que llega al 70%, mientras que en el área urbana es del 60%. Además, si lo segmentamos por edad, la mayor indecisión se observa en los jóvenes menores de 25 años. El 67% dice que todavía está indeciso; de 25 años a 45 años la indecisión es del 62% y en los mayores de 46 años llega al 58%.
La encuesta de Cedatos es reveladora porque pone en relieve los graves problemas del sistema, como que a escasos 12 días de a elección, la población está muy poco informada sobre los binomios. Apenas conocen de tres a seis candidatos a las elecciones y sólo el 30% de los encuestados “al menos tuvo una idea” del debate presidencial y de los planes de gobierno de los aspirantes presentados al país en aquella oportunidad.
Toda esta descripción apunta a que el correísmo tiene altas —por no decir todas— las posibilidades de imponerse. La presidencia de Lenín Moreno (otrora también delfín de Correa, pero posteriormente apartado de su persona), habrá pasado sin pena ni gloria, sin haber podido dejar siquiera un sucesor y con la incapacidad de haber completado cambios necesarios en materia tributaria y laboral y sin haber podido mitigar los efectos devastadores de la pandemia en términos de mortalidad y caída de la economía.