La votación por alguien y no por un proyecto o una idea moderna en 2019, impidió la construcción de un Estado moderno limitado por el ideal de Estado de Derecho.
Cualquier lector de George Orwell conoce las ventajas de los anagramas. En este año de votaciones no de elecciones, cabe esperar un ejercicio de imaginación del lector sobre lo que podría suceder en la Guatemala del 2091. No pretendemos llevar el análisis institucional al ámbito de la ucronía o del ejercicio intelectual contra-factual, sino de manera seria poner al votante en la seriedad del ejercicio de su derecho al sufragio, tomando en cuenta las implicaciones que tendrá su decisión, o más triste aún, lo irrelevante de su decisión.
Imaginemos la situación. En 2019 la gente votó por alguien, no por un proyecto ni una idea, dado que eso es muy sofisticado en el ecosistema electoral. La votación no retrasó el agravamiento de la crisis que padece el país desde épocas remotas. A la clase política y a la sociedad civil, le fue irrelevante el indicador del WJP Rule of Law Index 2017–2018, el EIU Democracy Index 2018, el Fragile States Index, el International Property Rights Index y la situación de los derechos humanos. [1]
La votación por alguien y no por un proyecto o una idea moderna en 2019, impidió la construcción de un Estado moderno limitado por el ideal de Estado de Derecho. El artefacto civilizador que tiene el monopolio de la coacción física legítima con arreglo a Max Weber, denominado Estado, no fue una preocupación en 2019.
En una votación-lotería como esas que se dan en América latina, la ciudadanía confió en el hombre o mujer redentora. La necesidad de una burocracia profesional, sólida organización, funcionamiento, procedimientos, financiación y control de la Administración pública, fue suplantada en 2019 por la insistencia voluntarista por arreglar las cosas que irrumpe cada cuatro años. Esa votación en 2019, fomentó la inercia de hacer las cosas mal una y otra vez desde 1985.
El voluntarismo en 2019 como prédica política, consistió en que se pueden hacer cosas con audacia y valentía, a pesar de que la realidad desmienta el entusiasmo por la acción temeraria. Alejados de cualquier discusión sensata en materia de Estado, diversos intelectuales, políticos, empresarios y advenedizos insistieron en que el problema de 2019, es que no tenemos los buenos hombres que han de cambiar las cosas.
No se leyó, la corrupción de un presidente sin tacha de Francisco Pérez de Antón pero si se fue a las urnas a ejercer el sufragio.
El mesías o salvador que se buscó en 2019, mostró una vez más la inocencia política de una sociedad que frente a la realidad adversa o bien sucumbe a sus deberes cívicos o se entrega a un salvador, outsider o redentor de pueblos, casi siempre aceitado con la consigna de que es «mejor malo conocido que bueno por conocer», cuando no en el advenedizo sin trayectoria política.
Cautivos de la imitación acrítica, Guatemala en 2019 como muchos países de la región, equivocadamente fomentó la idea de que es más importante lo que debe hacer el Estado que lo que realmente puede hacer. Esta equívoca forma de pensar se tradujo en un Estado que quiso hacer mil cosas y que no pudo hacer ninguna bien.
Desesperados porque no mejoran las cosas luego de la votación de 2019, se comenzó a buscar apoyo a la comunidad internacional para hacer las tareas y retos que la cacareada «soberanía nacional» decimonónica no pudo hacer.
Ello implicó que políticos, funcionarios, organizaciones no gubernamentales (ONG), bancos de desarrollo y agencias de ayuda bilateral, investigadores, académicos y defensores inventaran en 2019, 2029, 2049 etc., una «gran política pública» para revertir la situación. El resultado fue un sinfín de proyectos, planes o proyectos que terminaron en estruendosos fracasos o grandes corruptelas.
La inercia por décadas nos llevó al 2091. Algunos académicos, habían advertido que 2019 era la oportunidad para revertir el deterioro. Si se hubiese tenido una idea institucional moderna en ese año se cosecharían buenos frutos en 2091. Como ello no ocurrió, la sociedad volvió a recordar que los académicos Matt Andrews, Lant Pritchett y Michael Woolcock, habían sostenido en 2017 que tal y como marchaban las cosas «Guatemala solo alcanzaría una gran capacidad estatal en el año 2584».
Ello no importó en 2019 dado la cultura egoísta. La votación era lo que demandaba el presente. Quizás el elector pensó desde el punto de vista político que «In the long run we are all dead» como sostuviere John Maynard Keynes. Lo cierto es que en 2019, 2091 y posiblemente 2584 estamos igual si no nos tomamos las cosas en serio.
Referencias:
[1] «Guatemala se encuentra en la encrucijada de adoptar medidas para resolver estos problemas y garantizar los derechos humanos del pueblo guatemalteco, o de lo contrario se arriesga a enfrentar retrocesos en esta materia y repetir episodios de graves violaciones de los derechos humanos del pasado».