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La designación de Alejos y Bac: a oídos de la Corte Suprema de Justicia
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
28 Oct 2020

El secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, anunció vía Twitter que “Los actos corruptos de Delia Bac y Felipe Alejos Lorenzana socavaron el estado de derecho en Guatemala. Los designo públicamente junto con los miembros de la familia inmediata de Alejos como no elegibles para ingresar a los EE. UU. Seguimos #UnitedAgainstCorruption con nuestros socios en Guatemala.” (Traducción libre). El comunicado en la web del Departamento de Estado se puede leer aquí.

¿Qué significa esto? Básicamente una herramienta del gobierno de los Estados Unidos para promover la lucha contra la corrupción y el respeto a los derechos humanos consiste en prohibir a funcionarios extranjeros corruptos o violadores de derechos humanos y a sus familiares ingresar a Estados Unidos. Esta es una herramienta que existe en los presupuestos anuales relacionados con política exterior desde el año fiscal de 2008.

La designación no se debe tomar a la ligera pues se aplica cuando el gobierno de EE. UU. tiene “información creíble” que indique que estas personas han estado relacionadas o involucradas a actos de corrupción de alta importancia. Esto se puede leer en la sección 7031 (c) de la ley de presupuesto sobre política exterior del año fiscal 2020.

Esta es la segunda designación pública de importancia que ha hecho el Departamento de Estado en los últimos meses. En junio anunciaron la designación de Gustavo Alejos, imputado en varios casos de corrupción y protagonista de una actuación de la Fiscalía Especial Contra la Impunidad (FECI) del MP en febrero donde se le acusó de manipular la elección (aún inconclusa) de magistrados de Corte Suprema de Justicia y Salas de Corte de Apelaciones.

La importancia de la designación de Felipe Alejos cobra importancia en el contexto actual porque él ha sido uno de los operadores más importantes de las alianzas que han combatido con mayor ferocidad la lucha contra la corrupción. Además, porque desde que fuera señalado por la extinta CICIG y el Ministerio Público en enero de 2018 en el Caso Traficantes de Influencias por presuntamente cobrar sobornos para agilizar devolución de crédito fiscal ha sido imposible perseguirle penalmente.

¿Quién ha protegido a Felipe Alejos? Incondicionalmente la actual magistratura de la Corte Suprema de Justicia (con la excepción de las magistradas Dávila, Morales y García) se han negado a retirarle el antejuicio en cuatro oportunidades. La evidencia es suficiente para retirarle la inmunidad y abrirle una investigación. La designación que hace ahora el gobierno de EE. UU. desnuda la desfachatez de la Corte Suprema de Justicia de proteger sin razón a Felipe Alejos. ¿Se atreverán a protegerle por quinta vez después de esta designación?

An answer to the criminal cash economy
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Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
27 Oct 2020

La semana pasada, con ocasión de la incautación del equivalente de más de 122 millones de quetzales en efectivo en una residencia que hoy sabemos está vinculada con el ex Ministro de Comunicaciones, José Luis Benito, escribí algunas reflexiones sobre la economía criminal del efectivo (https://elperiodico.com.gt/editorial-de-hoy/2020/10/20/la-economia-criminal-del-efectivo/). Hoy quiero ampliar el tema, incluyendo una propuesta que he realizado en reiteradas ocasiones.

Desde finales de los noventa, los expertos en el combate contra la criminalidad organizada llegaron a una conclusión: para derrotar a los grupos de narcotráfico, corrupción y lavado de dinero hay que embargar los bienes y activos que hayan sido adquiridos, o utilizados por medio de actividades ilícitas. La idea es que al golpear el poder económico de las estructuras criminales, no solo se limita su capacidad de operar, sino también de acceder a poder de fuego, o de corromper a autoridades y operadores de justicia.

De esta filosofía, surge la legislación de extinción de dominio, como herramienta que permite a los Estados embargar y tomar control sobre los bienes de las estructuras criminales. En el caso de Guatemala, la Ley de Extinción de Dominio ha estado vigente desde el año 2010, pero ha sido gracias a la ola de casos de corrupción, que se ha generado mayor atención pública a los esfuerzos por tomar control de los bienes procedentes de estructuras ilícitas y de corrupción.

A modo de ejemplo, en días recientes más de 10 millones de quetzales en inmuebles vinculados con Roxana Baldetti pasaron a poder del Estado. O qué decir de la extinción de casi 100 millones de quetzales en inmuebles, vehículos y semovientes vinculados con Alejandro Sinibaldi.

Sin embargo, a pesar de estos avances, hay un problema en el esquema de la lucha anticorrupción. Si bien los procesos de extinción de dominio han arrojado resultados importantes, existe siempre la duda de qué ocurrirá con el dinero en efectivo guardado en caletas. La aseveración parece digna de una serie de Netflix (una mezcla de Ozark, Narcos y el Mecanismo), pero los 122 millones en Antigua Guatemala, los casi 3 millones de quetzales en efectivo secuestrados de la residencia de Alfonzo Castillo –ex-Intendente Jurídico de SAT–, o los 1.6 millones de quetzales encontrados en Boutique Emilio durante los operativos de La Línea, nos dan una luz sobre las enormes cantidades en cash que manejan las estructuras de corrupción. Todo ello sin olvidar las declaraciones de Anelisse Herrera, quien narró en reiteradas ocasiones la forma en que ella junto a familiares y cómplices de Sinibaldi se encargaron de mover dinero en efectivo.

Agreguemos algo. La circulación de billetes de 200 quetzales parece estar ralentizada. Pregúntese usted, ¿qué tan frecuentemente recibe un billete de dicha denominación? Si elimina las transacciones bancarias, ¿qué tan frecuente ve usted la circulación de los citados billetes en transacciones ordinarias del día a día? Y esto, a pesar de que los billetes de 200 representan alrededor del 13% del circulante monetario en Guatemala. Lo anterior nos lleva a intuir que muchos de esos billetes se encuentran encaletados.

De ser así, existen dos soluciones para atajar el fenómeno. La primera, que las autoridades logren hallar las caletas por medio de las investigaciones, para luego proceder con el decomiso y extinción de dominio. Esa fue la ruta “Benito”. Pero aún así, es lenta y requiere de un componente exógeno: la suerte.

Otra alternativa pasa por el BANGUAT y la Junta Monetaria: cambiar el diseño de los billetes de 200 y dar un plazo para que los guatemaltecos cambien los billetes actuales por los nuevos, siempre bajo un registro personal, tal y como se ha implementado en el control de depósitos en dólares. Esta ruta pondría en aprietos a los grupos criminales, que se verían obligados a cambiar con celeridad los billetes encaletados. Y al implementar el control respectivo, la IVE podrá levantar las alertas correspondientes cuando identifique patrones anómalos o excesivos de cambio de billetes. Y dichas alertas, a su vez, permitirían realizar investigaciones de inteligencia financiera que podrían servir como base para identificar estructuras de lavado vinculadas a los actores de la criminalidad organizada y la corrupción.

Una respuesta a la economía criminal del efectivo
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Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
27 Oct 2020

La semana pasada, con ocasión de la incautación del equivalente de más de 122 millones de quetzales en efectivo en una residencia que hoy sabemos está vinculada con el ex Ministro de Comunicaciones, José Luis Benito, escribí algunas reflexiones sobre la economía criminal del efectivo (https://elperiodico.com.gt/editorial-de-hoy/2020/10/20/la-economia-criminal-del-efectivo/). Hoy quiero ampliar el tema, incluyendo una propuesta que he realizado en reiteradas ocasiones.

Desde finales de los noventa, los expertos en el combate contra la criminalidad organizada llegaron a una conclusión: para derrotar a los grupos de narcotráfico, corrupción y lavado de dinero hay que embargar los bienes y activos que hayan sido adquiridos, o utilizados por medio de actividades ilícitas. La idea es que al golpear el poder económico de las estructuras criminales, no solo se limita su capacidad de operar, sino también de acceder a poder de fuego, o de corromper a autoridades y operadores de justicia.

De esta filosofía, surge la legislación de extinción de dominio, como herramienta que permite a los Estados embargar y tomar control sobre los bienes de las estructuras criminales. En el caso de Guatemala, la Ley de Extinción de Dominio ha estado vigente desde el año 2010, pero ha sido gracias a la ola de casos de corrupción, que se ha generado mayor atención pública a los esfuerzos por tomar control de los bienes procedentes de estructuras ilícitas y de corrupción.

A modo de ejemplo, en días recientes más de 10 millones de quetzales en inmuebles vinculados con Roxana Baldetti pasaron a poder del Estado. O qué decir de la extinción de casi 100 millones de quetzales en inmuebles, vehículos y semovientes vinculados con Alejandro Sinibaldi.

Sin embargo, a pesar de estos avances, hay un problema en el esquema de la lucha anticorrupción. Si bien los procesos de extinción de dominio han arrojado resultados importantes, existe siempre la duda de qué ocurrirá con el dinero en efectivo guardado en caletas. La aseveración parece digna de una serie de Netflix (una mezcla de Ozark, Narcos y el Mecanismo), pero los 122 millones en Antigua Guatemala, los casi 3 millones de quetzales en efectivo secuestrados de la residencia de Alfonzo Castillo –ex-Intendente Jurídico de SAT–, o los 1.6 millones de quetzales encontrados en Boutique Emilio durante los operativos de La Línea, nos dan una luz sobre las enormes cantidades en cash que manejan las estructuras de corrupción. Todo ello sin olvidar las declaraciones de Anelisse Herrera, quien narró en reiteradas ocasiones la forma en que ella junto a familiares y cómplices de Sinibaldi se encargaron de mover dinero en efectivo.

Agreguemos algo. La circulación de billetes de 200 quetzales parece estar ralentizada. Pregúntese usted, ¿qué tan frecuentemente recibe un billete de dicha denominación? Si elimina las transacciones bancarias, ¿qué tan frecuente ve usted la circulación de los citados billetes en transacciones ordinarias del día a día? Y esto, a pesar de que los billetes de 200 representan alrededor del 13% del circulante monetario en Guatemala. Lo anterior nos lleva a intuir que muchos de esos billetes se encuentran encaletados.

De ser así, existen dos soluciones para atajar el fenómeno. La primera, que las autoridades logren hallar las caletas por medio de las investigaciones, para luego proceder con el decomiso y extinción de dominio. Esa fue la ruta “Benito”. Pero aún así, es lenta y requiere de un componente exógeno: la suerte.

Otra alternativa pasa por el BANGUAT y la Junta Monetaria: cambiar el diseño de los billetes de 200 y dar un plazo para que los guatemaltecos cambien los billetes actuales por los nuevos, siempre bajo un registro personal, tal y como se ha implementado en el control de depósitos en dólares. Esta ruta pondría en aprietos a los grupos criminales, que se verían obligados a cambiar con celeridad los billetes encaletados. Y al implementar el control respectivo, la IVE podrá levantar las alertas correspondientes cuando identifique patrones anómalos o excesivos de cambio de billetes. Y dichas alertas, a su vez, permitirían realizar investigaciones de inteligencia financiera que podrían servir como base para identificar estructuras de lavado vinculadas a los actores de la criminalidad organizada y la corrupción.

La nueva vacante en la Corte de Constitucionalidad y una posible crisis de legitimidad
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
23 Oct 2020

Quizás los argumentos expuestos no sean motivo para dudar de las facultades legales de la CSJ para designar los cargos vacantes ante la CC. Pero sí hay un aspecto crucial: se abre la duda sobre la legitimidad de esta CSJ para hacerlo. Esa duda de legitimidad nace directamente de la irresponsabilidad del Congreso de no cumplir con su función y designar a los nuevos magistrados de la CSJ

 

La cesantía de Neftaly Aldana

El 21 de octubre la Corte de Constitucionalidad (CC) declaró la cesantía en el cargo del ahora exmagistrado Neftaly Aldana. En una columna anterior abordé la situación de una Corte de Constitucionalidad que estaba incompleta debido a la licencia de la que gozaba Aldana, la de su suplente porque se impugnó la designación de Conrado Reyes, ambos designados por la Corte Suprema de Justicia, y la de Bonerge Mejía, designado por el Colegio de Abogados, quien lamentablemente falleció.

La decisión de la cesar en su cargo a Neftaly Aldana fue correcta a mi parecer. El artículo 161 de la Ley de Amparo establecía una serie de condiciones que se cumplieron en este caso. Fue correcto además tomar la decisión con base a informes médicos.

Las vacantes y la tesis de la “desintegración” de la CC

Es momento de determinar los pasos que siguen para llenar estas vacantes. Llama la atención que tres magistrados de la CC, Dina Ochoa, Henry Comte y María de los Ángeles Araujo enviaran una carta planteando que la CC se encuentra “desintegrada” debido a que este tribunal no tenía un integrante titular ni suplente designado por la Corte Suprema de Justicia. Si eso fuera cierto, la CC ni siquiera se pudo haber integrado para conocer la cesantía de Neftaly Aldana, pero Dina Ochoa misma integró la CC para tal efecto.

En cualquier caso, la integración de la CC por parte de la magistrada Ochoa descarta por completo la tesis de la desintegración de este tribunal. De hecho, la práctica histórica de este tribunal ya preveía la ausencia de algún magistrado o magistrados y el acuerdo 3-89 de la CC establece un mecanismo para que la Corte pueda integrarse y continuar impartiendo justicia hasta que se designen los cargos vacantes.

El proceso de designación en la Corte Suprema de Justicia (CSJ)

En tal sentido, ahora estamos a la espera que la Corte Suprema de Justicia defina la designación de un magistrado titular y su suplente para integrar la Corte de Constitucionalidad. Al respecto la Corte Suprema debe iniciar un proceso de convocatoria, pues la designación en 2018 del abogado Conrado Reyes se impugnó y dejó sin efecto en sentencia de amparo (expediente 3300-2018) precisamente por falta de convocatoria pública como lo manda la ley de amparo. Ahora bien, el proceso no estará libre de objeciones.

La tesis de la desintegración ahora aplicada a la CSJ

Si seguimos la lógica de quienes plantearon la (a mi juicio errada) tesis de la desintegración de la CC, en la CSJ encontramos algo similar. Rafael Rojas renunció a su cargo como magistrado de la CSJ y el Congreso le aceptó la renuncia pues lo designaron magistrado del Tribunal Supremo Electoral. Bajo la lógica formalista de quienes defendieron al tesis de la desintegración de la CC, la CSJ está en una situación similar pues el Congreso no designó a nadie para suceder a Rojas bajo el entendido que ya hay una nómina para designar a la CSJ para el periodo 2019-2024.

Críticas por legitimidad de la actual CSJ

Otra línea de crítica surgirá respecto de la legitimidad de la actual magistratura de la Corte Suprema de Justicia para designar magistrados de la CC. Esto vendrá por dos vías.  Primero porque habrá cuestionamientos del alcance de las atribuciones de los actuales magistrados “interinos” de la CSJ. Su mandato caducó el 14 de octubre de 2019, pero ante las impugnaciones no fue posible el relevo en aquel momento.

La CC en su resolución de 2019 dijo que siguiendo la lógica de que no se puede interrumpir la prestación de justicia los magistrados de la CSJ continuarían en su cargo hasta que el Congreso nombrara a quienes deben relevarles. La CC se valió del artículo 71 de la Ley del Organismo Judicial que dice que establece la imposibilidad de un juez o magistrado de abandonar el cargo hasta que su sucesor tome posesión del mismo.

Ciertamente se le reconoce a los actuales magistrados la posibilidad de ejercer también funciones administrativas. Naturalmente reconociendo la calidad de “interinato” de esta magistratura y dado que el mandato del presidente de la CSJ venció en octubre de 2019, asumió la presidencia la magistrada Valdés quien era vocal I al momento del vencimiento del plazo mencionado.

¿Qué ocurrirá? Es difícil saberlo. Quizás los argumentos antes expuestos no sean motivo para dudar de las facultades legales de la CSJ para designar los cargos vacantes ante la CC. Pero sí hay un aspecto crucial: se abre la duda sobre la legitimidad de esta CSJ para hacerlo. Esa duda de legitimidad nace directamente de la irresponsabilidad del Congreso de no cumplir con su función y designar a los nuevos magistrados de la CSJ. En sus manos está cumplir con su obligación y rescatar la legitimidad del proceso y si no lo hacen serán culpables de una crisis de legitimidad de la propia CC. Espero que la nueva Junta Directiva esté consciente de ello.

La economía criminal del efectivo
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Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
21 Oct 2020

Un sistema paralelo de gestión de capitales

 

En medio de una tormenta de señalamientos, ataques, denuncias y campañas de desprestigio, la Fiscalía Especial contra la Impunidad, dirigida por el valiente e incansable fiscal Juan Francisco Sandoval atestó otro golpe a las mafias políticas que han hecho del Estado de Guatemala un botín.

Las lecciones sobre mejores prácticas para combatir el crimen y la corrupción organizada convergen en una conclusión: hay que golpear el poder financiero de estas estructuras. Esa es la razón detrás de marcos normativos como la Ley de Extinción de Dominio, que más que buscar la persecución penal de los responsables, busca dotar de herramientas para atacar precisamente ese poder financiero.

Aquel dicho popular, que alegaba que el corrupto podía esperar años en la cárcel sabiendo que al salir gozaría de sus bienes, se rompe cuando se persigue precisamente la riqueza producto del crimen.

Esta vez, la FECI y Sandoval dirigieron la incautación en efectivo más grande de la historia de Guatemala: 122 millones de quetzales. Incluso, por encima de aquellos $14 millones de Otto Herrera en 2003.

Sin embargo, más allá del valor mismo de la noticia y de la cantidad de personas que desde la semana pasada se han sumado al “club de los desvelados”, la magnitud de la incautación invita a realizar una reflexión más profunda: la existencia de un complejo esquema financiero paralelo e informal del efectivo.

Veamos. Con la gradual introducción de mecanismos de control sobre transacciones en efectivo, el sistema bancario ha hecho más difícil mover grandes sumas de dinero en cash. Al mismo tiempo, la corrupción y el narcotráfico tienen en el efectivo la forma más eficiente para no dejar rastro. Incluso, sumemos el mismo aprendizaje criminal. El modelo de las empresas de cartón que utilizaron personajes como Otto Pérez, Baldizón y Baldetti es susceptible de perseguirse al vincular el origen y destino final de los fondos con bienes de sus beneficiarios. El modelo de empresas offshore de Sinibaldi también fue quebrantado gracias a que tarde o temprano, notarios o contadores tienen el incentivo de colaborar.

Pero con el efectivo, el trabajo del fiscal se hace más difícil. Sin trazabilidad financiera, se necesitan testimonios que coincidan, fotografías, etc. para armar el rompecabezas Y siempre, es mucho más difícil probar en un juicio lavado de dinero cuando las transacciones se hicieron en efectivo y este ya no está.

En ese contexto, personajes como Jonathan Chevez o Álvaro Cobar prestaban el servicio de proveer un sistema paralelo de efectivo. El narcotraficante que transa en efectivo o el político que recibe una coima en efectivo, necesitan blanquear esos capitales. El financista o el corruptor que busca pagar sobornos sin rastro requiere de dinero no-rastreable. Así de sencillo, Chévez o Cobar reducían el costo de transacción: reciban dinero sucio en cash y lo ponían a disposición de quien necesitaba el efectivo para sobornar.

A cambio, el corruptor o el financista proveen bienes financieros “limpios”: dinero bancarizado, acciones, propiedades, inmuebles, etc. Y los blanqueadores simplemente lo hacía llegar al narco o al corrupto que necesitaba lavar el dinero. Todo lo anterior a cambio de “módicas” comisiones por servicios de blanqueo.

Otra reflexión está asociada al equivalente criminal del encaje. Tanto el narco, el corruptor como el lavador necesitan mantener reservas en efectivo. De ahí la idea de las caletas. Con Sinibaldi y Baldetti los investigadores llegaron cuando los boquetes ya se habían abierto. Esta semana, la FECI encontraron “el dorado”. Lo cierto es que la posibilidad de la existencia de más caletas en efectivo, que no nos extrañe que esto explique la razón por la que la circulación ordinaria de billetes de 200.00 es menor a la que por probabilidad debería de ser por el mero volumen de estos. Por ello algún día habrá que plantearse la necesidad de cambiar el diseño de los billetes para “obligar a las caletas a salir a la luz”.

En fin. Entender y combatir ese modelo alterno del efectivo se vuelve ahora una clave para desbaratar el aparato criminal y de corrupción política.

Bolivia y el mito de Sísifo de América Latina
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
20 Oct 2020

El lunes 19 de octubre amanecimos con la noticia de que Luis Arce, el candidato del MAS (partido de Evo Morales), se perfilaba como virtual ganador de las elecciones presidenciales del país suramericano, con una ventaja de 10 puntos y con el 52.4% del voto popular, que lo ha llevado a la presidencia sin necesidad de ir a una segunda vuelta.

 

Por su parte, el candidato centrista Carlos Mesa apenas obtuvo el 31.5% de los votos, y una buena parte de los votos opositores fueron canibalizados por el candidato de derecha, el empresario Luis Fernando Camacho, que alcanzó apenas el 14% del apoyo del electorado. El otro golpe letal sucedió en el parlamento, donde el MAS también habría ganado ambas cámaras de la Asamblea Legislativa Plurinacional. La jornada electoral contó con una participación abrumadora del 85% del padrón electoral.

Este es el resultado de los mínimos (o más bien nulos) esfuerzos de la oposición política por concertar una candidatura de unidad nacional que hiciera frente a la opción populista del moralismo. Además, es la consecuencia de una presidencia interina que, a lo largo de 11 meses, se vio envuelta en escándalos de corrupción por la compra irregular de insumos en el Ministerio de Salud para combatir el COVID-19. También, es el corolario de la crisis económica que trajo consigo la pandemia, donde el desempleo se disparó en Bolivia del 3.9% al 11.8% en lo que va de año. Adicionalmente, se ha proyectado una caída del PIB para ese país del -5.2%. Incluso, ha aumentado la pobreza en 3.8 puntos porcentuales y la pobreza extrema, se ha agudizado en 2.5 puntos porcentuales. Se preveé también un incremento de la desigualdad en la distribución de ingreso entre el 3.0 y 3.9%, según datos de la Cepal. En ese sentido, las preferencias del electorado se inclinaron por el modelo interventista, redistributivo y socialista del MAS.

Ciertamente, los demócratas del mundo respetamos el resultado de esta elección, a pesar de las violaciones y desafueros cometidos por Evo Morales al irrespetar la decisión del propio pueblo boliviano de no reelección en 2016, y luego tratar de modificar el ordenamiento jurídico de su país a través de sentencias de interpretaciones antojadizas de jueces activistas para perpetuarse en el poder, eliminando los límites para la reelección indefinida, en 2017.

En ese sentido, es importante precisar que el hecho de que un proyecto político gane elecciones limpiamente, no significa que carezca de vocación autoritaria. De hecho, desde hace más de 10 años existe la categoría de “Autoritarismo Competitivo”[1], para designar regímenes que combinan las elecciones competitivas con serias violaciones a los procedimientos democráticos. Analistas serios como el doctor Sánchez Berzain han declarado (incluso desde mucho antes de la elección), que si bien se removió del poder al dictador Morales en 2019, se dejó intacta la estructura institucional y legal de su sistema autoritario, lo cual hacía imposible y fallida una verdadera transición a la democracia. 

De manera que, el efecto inmediato de la victoria de Arce ha sido expuesto por el propio delfín del moralismo durante la campaña: el retorno de Evo Morales a Bolivia, con plena impunidad para retomar su proyecto político populista; la extinción de la policía nacional y la creación de milicias y cuerpos armados paralelos que reemplacen a las Fuerzas Armadas.

Hacia el exterior, continuará la exportación de coca (Bolivia es el tercer productor de cocaína en el mundo) y por ende, veremos una regresión en la lucha contra los cárteles de droga y de redes criminales en la región. Además, continuarán los manejos oscuros, lavado y desvíos ilícitos de capitales de la estructura criminal que existe entre Bolivia y Venezuela desde los gobiernos de Evo Morales y Hugo Chávez. Y no olvidemos, el apoyo irrestricto al régimen autoritario, criminal, terrorista y violador de Derechos Humanos de Nicolás Maduro en Venezuela ante los organismos multilaterales.

Lo cierto, es que, si bien la voz del pueblo debe escucharse cuando se expresa en las urnas, también es válido decir que especialmente en América Latina, la ciudadanía no se caracteriza por elegir liderazgos que representen los valores liberales del mundo civilizado, sino que suele decantarse por las opciones más populistas y decadentes una y otra vez, hasta el infinito. Así como en Nicaragua el electorado en democracia eligió dos veces al sandinismo, y como en Venezuela se votó mayoritariamente por Hugo Chávez hasta 2012; Bolivia hoy vuelve a escoger a su caudillo.

 

 

 

[1] Levitsky, Steve. Competitive Authoritarianism. UK. Cambridge Universuty Press. 2010

Tres reflexiones sobre el debate entre Pence y Harris
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Daphne Posadas es Directora del Área de Estudios Internacionales en Fundación Libertad y Desarrollo. Participa en espacios de análisis político en radio, televisión y medios digitales. Está comprometida con la construcción de un mundo de individuos más libres y responsables.
14 Oct 2020

El miércoles 7 de octubre se llevó a cabo el primer y único debate entre los candidatos a la vicepresidencia de los Estados Unidos; Kamala Harris, por el partido demócrata; y Mike Pence, por el partido republicano. Casi 58 millones de personas vieron el debate, convirtiéndose en el segundo debate entre vicepresidenciables más visto en la historia de la televisión.

De acuerdo con una encuesta de Político, 4 de cada 10 del total de encuestados le dieron el debate a Pence, mientras que el 51 por ciento aseguró que fue Harris la que más destacó. Como todo en la política, es cuestión de percepción. Según esa misma encuesta, el 90 por ciento de los Demócratas prefieren a su candidata y el 80 por ciento de los Republicanos escogen a Pence. Con los votantes independientes (aquellos que no tienen partido), el 41 por ciento prefiere a Pence sobre el 39 por ciento que prefiere a Harris.

Generalmente, los debates entre candidatos a la vicepresidencia tienen pocos efectos en el resultado final de la elección. Un análisis publicado por Gallup en 2012 declaró que el cambio medio después de los debates vicepresidenciales en 1992, 1996, 2000 y 2008 fue de 1 punto porcentual. Sin embargo, los candidatos a la vicepresidencia participaron en una discusión bastante más sustantiva que la que tuvieron Trump y Biden una semana antes. 

En este artículo enumero tres reflexiones del debate entre Mike Pence y Kamala Harris.

 

El debate sobre el Covid19

Los primeros veinte minutos de los debates políticos suelen ser cruciales. Son los minutos que disponen los candidatos para poner las cartas sobre la mesa y hablar con el votante que no está lo suficientemente interesado en la política para ver el debate completo, pero que sí quiere conocer lo que los candidatos tienen por decir. No es coincidencia que el primer tema a debatir -tanto en esta ocasión como en el debate presidencial- fuera el Covid19.

Pence, enfocó sus esfuerzos en defender las acciones de la Casa Blanca y asegurar que ha sido la estrategia correcta en el combate de la pandemia. Destacó que la intervención de Trump con la restricción de vuelos desde China les permitió comprar tiempo y salvar millones de vidas. Aseguró que se está coordinando un esfuerzo para lograr tener la vacuna hacia finales del año, un tiempo record. Aseguró que la administración Trump-Pence tiene completa confianza en los ciudadanos y que sus acciones se han alineado con esta premisa.

Kamala Harris aseguró que la forma en la que la administración Trump-Pence ha manejado la pandemia “ha sido el fracaso más grande de cualquier administración en la historia de los Estados Unidos”. Aseguró que los demócratas implementarían una respuesta nacional de rastreo y vacunación (algo que ya se han planteado desde la Casa Blanca). Intentó culpar a la actual administración por la pérdida de miles de empleos. 

Sin lugar a dudas la percepción de los votantes sobre este tema es decisivo para las próximas elecciones. El fuerte de la administración Trump era su economía y con el Covid19, los resultados obtenidos se desplomaron. La línea más efectiva de ataque para los demócratas era esta y una Harris más “empática” con la población, enfocada en el aspecto emocional, probablemente logró conectar más con el votante indeciso. Pence intentó defender la estrategia de la Casa Blanca, y tuvo una ardua tarea en sacar el primer round, sin embargo, dijo una de las líneas más memorables del debate “deja de jugar a la política con la vida de las personas.”

 

Menos interrupciones, más dudas que respuestas

Al inicio del debate, la moderadora Susan Page, Jefa de la oficina de Washington de USA Today, llamó a los candidatos a tener una discusión ordenada y respetuosa. Solicitó a ambos que sus intervenciones fueran sin interrupciones, algo que se logró solo de manera parcial. Pero más que interrupciones, Page tuvo que lidiar con la forma en la que los candidatos eludieron algunas preguntas por completo.

Para el segundo tema de la noche, Page preguntó respecto a la posible incapacidad de los candidatos presidenciables a asumir sus funciones por sus condiciones de salud. Pence y Harris evadieron la pregunta.

Pence no respondió las preguntas sobre el Affordable Care Act y lo que sucedería en caso de perder las elecciones. Harris no respondió la pregunta que Pence le planteó sobre “empacar la corte”. Ambos eludieron la pregunta de Page sobre sus posturas respecto a lo que cada estado debería hacer respecto al aborto si la Corte Suprema revierte Roe v. Wade.

Susan Page optó por pasar a nuevos temas en lugar de replantear las preguntas o hacer un interrogatorio de seguimiento. Sin lugar a dudas se perdió la oportunidad de conocer la postura de los partidos y sus candidatos sobre algunos temas clave para el futuro de los Estados Unidos.

 

Un debate de posturas “extremas”

Pence representa el ala más conservadora del partido republicano, Harris la posición más progresista de los demócratas. Esto se puso en evidencia en el debate.

Pence aseguró que la propuesta Biden-Harris está capturada por la extrema izquierda. Destacó que en 2019 Kamala Harris fue nombrada como el miembro “más progresista” del Senado. Pence insistió sobre la vinculación del partido demócrata con el “Green New Deal”. En la pregunta sobre su postura en temas de aborto, enfatizó su postura “a favor de la vida”.

Kamala Harris simpatizó con la base progresista del partido demócrata (votantes jóvenes, blancos urbanos, minorías y mujeres). En sus intervenciones confirmó que en una eventual administración Biden-Harris habría cambios en la estructura económica de los Estados Unidos con un aumento del gasto público (que ya asciende a 25 millardos). En la pregunta sobre su postura sobre el aborto, aseguró estar a favor de las “decisiones” de cada mujer. A lo largo del debate, Harris demostró tener una visión más asistencialista del Estado.

 

En el debate hubo varios elementos discursivos que permitieron identificar a los candidatos con su posición respecto algunos temas. El debate se convirtió en una verdadera batalla de las ideas al tener una discusión ordenada con dos figuras que tienen posiciones ideológicas y morales diametralmente opuestas. 

Estados Unidos, el defensor del mundo libre, se combate entre dos polémicas candidaturas a la presidencia y vicepresidencia. Para preservar el estandarte del mundo libre, Estados Unidos necesita libertad, propiedad privada, mercados libres, seguridad y estado de derecho.

 

Tiempos de polarización
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Luis Miguel es Director del Área Social de Fundación Libertad y Desarrollo, catedrático universitario y tiene una maestría en Administración Pública de Escuela de Gobierno.
14 Oct 2020

Los momentos de crisis económica o social, como la pandemia y la falta de soluciones a los problemas socioeconómicos de millones de personas, suelen resultar en mayores niveles de polarización política. Esta polarización es principalmente un tema de élites que intentan buscar soluciones a las demandas ciudadanas, pero rara vez suele manifestarse en otras capas de la sociedad.

En ese sentido, se ajusta al contexto actual la tesis de Pareto: tenemos élites que chocan constantemente, en un proceso interminable de renovación y resistencia a la misma. Son esas minorías organizadas, que en todas las sociedades ejercen la dirección política, administrativa, militar, religiosa, económica y moral; y que marcan el carácter de una sociedad, las que hoy parecieran tener nuevamente dificultades para buscar espacios civilizados de encuentro. Tanto en Guatemala, como en muchas otras latitudes. 

Muchas discusiones o encuentros importantes se generan hoy en pequeñas burbujas, principalmente, pero no solo, a través de las redes sociales, que en países como Guatemala tienen todavía poco alcance, a pesar que dan la impresión de lo contrario. Su influencia y mayor alcance es todavía en las pequeñas burbujas de las distintas élites.

Quienes crearon estas redes sociales, hoy nos explican que sus algoritmos están diseñados para dos cosas: uno, mantener a los usuarios adheridos a sus pantallas consumiendo información; y dos, recolectar datos que les permite elaborar perfiles de cada usuario, para dirigirles información y publicidad de su interés.

Para mantenernos capturados, las redes sociales nos presentan constantemente información que nos gusta consumir o aquella por la que en algún momento hemos mostrado interés. Esto tiene el efecto secundario de encapsularnos en un sesgo de confirmación, un fenómeno social de larga data, pero que hoy ha sido automatizado, perfeccionado y llevado a nuestras manos. 

Este sesgo de confirmación nos priva de contrastes e información que nos rete a cuestionar nuestras propias ideas, provocando en muchos casos mayores niveles de radicalización y polarización. 

Lo cierto es que la polarización política no es un fenómeno nuevo, ni provocado exclusivamente por las redes sociales, pero hoy los instrumentos para instrumentalizarla y promoverla están al alcance de cualquiera.

En Guatemala, por ejemplo, los grupos criminales han encontrado que es altamente rentable pintar de conflicto ideológico los temas que les resultan incómodos o que desean bloquear. Las élites hoy rompen cualquier intento de pacto temporal o espacio de encuentro ante la primera alusión que se haga a los conflictos del pasado.

Esta acalorada discusión ideológica entre élites en Guatemala es histórica y no es más que un recordatorio de los años que precedieron a la llegada de la democracia en los ochentas. La apertura democrática y los Acuerdos de Paz, habían prometido años de fortalecimiento democrático, cerrando el capítulo del conflicto armado. Pero su espíritu terminaría de morir con el juicio por genocidio en 2013 y los posteriores reveses en tribunales.

Lo que el juicio por genocidio revelaría es que las heridas del conflicto armado no estaban cerradas, se habían suturado pero jamás sanaron. La condena sobre Efraín Ríos Montt abriría nuevamente la herida y activaría a organizaciones dedicadas al conflicto, empoderaría a viejos y nuevos activistas y radicalizaría a grupos en distintos sectores; algunos grupos temían tener que rendir cuentas que podían haber quedado pendientes y otros buscaban cobrarlas.

Esta revitalización de la polarización dio vida a grupos de choque ideológico, integrados por una mezcla entre convencidos e instigadores a sueldo, que han encontrado que la fórmula perfecta para tener al país en el más penoso inmovilismo, es mantenerlo polarizado. Lo único que toma es una pequeña chispa, en forma de ideología, para que las burbujas ardan, particularmente en las redes sociales.

La estrategia no funciona siempre porque quienes la mueven suelen ser poco organizados pero cuando funciona lo hace muy bien. Un caso de éxito fue la destrucción de la lucha contra la corrupción, un éxito de la campaña de la mafia para azuzar a la extrema derecha con ayuda de la izquierda romántica e incapaz de ser pragmática. La receta quedó perfecta, élites en franca batalla y mafias escapando libres y en silencio por la puerta de atrás. 

Discusiones importantes como la reforma al sistema de justicia en 2016, el actual proceso de elección de Corte Suprema de Justicia y magistrados de apelaciones o la discusión sobre la política de electrificación e infraestructura del país son entorpecidas utilizando la estrategia de polarización de las élites.

También se ven muestras de la polarización natural o histórica en temas menos relevantes, cosas sencillas, como el baile de Don Lobo Vásquez, el juicio de Jabes Meda o una portada de una revista son víctimas de exhaustivos análisis ideológicos que usualmente terminan en insultos y violencia verbal en las redes sociales.

Tanto la polarización artificial como la histórica conviven en los ambientes de discusión. Ambas son útiles a los planes de quienes se benefician del entretenimiento que provocan. Se benefician de la incapacidad de las élites de alcanzar acuerdos mínimos. Acuerdos que no deberían pretender terminar la discusión de ideas y los desacuerdos, sino consensuar una agenda mínima de reforma y avance para un país en franco deterioro político, económico y social.

Todavía falta ver cómo se traduciría esta polarización ideológica a un proceso electoral en Guatemala. El ejemplo más cercano es Estados Unidos, país que vive una de las elecciones presidenciales más conflictivas y polarizadas de los últimos años, con altos niveles de incertidumbre sobre cuál será el resultado social si gana uno u otro partido.

Y es que para Guatemala, particularmente en los últimos 20 años, la discusión de ideas y la confrontación ideologica ha sido práctica de todas las élites menos la política.

Los políticos se han acostumbrado a practicar el más descarado pragmatismo en sus decisiones y sus campañas se limitan a reciclar ofrecimientos demagogos que hace difícil diferenciar a unos de otros. Solo en pequeños grupos, frente a sus pares de otras élites, es que muestran tímidamente sus colores, pero también en esos espacios cambian descaradamente de camiseta según sea necesario.

A pesar de esto, las elecciones de 2019 pueden habernos dado una pequeña muestra de lo que sería una elección más ideologizada. Dos ejemplos son el sorpresivo 10.37% de votos del Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP), un partido antisistema de extrema izquierda, que propone una Constituyente y la nacionalización de los servicios públicos; y la radicalización hacia la extrema derecha del discurso de candidatos con posibilidad de crecimiento como Roberto Arzú y Zury Ríos. Es posible que la desideologización de los partidos locales pudiera desvanecerse en los próximos procesos electorales.

Es importante acotar que la discusión de ideas no es dañina, de hecho es deseable en una democracia. Pero cuando esta se da solo en función del conflicto, cuando no hay intención de buscar acuerdos, cuando el único interés es destruir al contrario, es allí cuando podemos comenzar a ver deformaciones de la democracia que nos pueden llevar incluso al autoritarismo.

Hoy es un hecho que está disminuyendo el apoyo a la democracia. Según Latinobarómetro, en Guatemala este pasó de 46% en 2010 a 28% en 2018, somos junto a El Salvador, los países con menor apoyo a la democracia de 18 países medidos en América Latina.

Las consecuencias de mantener a las élites polarizadas, de cerrar las puertas a los espacios de encuentro y discusión, de importar conflictos ideológicos de otras latitudes pueden ser graves para una democracia incipiente como la nuestra.

Lo cierto es que se avecinan cambios políticos y sociales importantes, tanto para Guatemala, como para el mundo. Ese ha sido siempre el resultado histórico de los momentos de mayor polarización política. Es en estos momentos que las élites guatemaltecas tienen la responsabilidad de buscar espacios de encuentro y discusión honesta. Si no lo hacen, el futuro será de los intereses perversos.

A la vuelta del narco-estado
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Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
12 Oct 2020

Cuando la cooptación ocurre bajo el silencio cómplice de actores relevantes

 

 

Durante años, Guatemala ha atestiguado en cámara lenta el proceso de consolidación del poder criminal dentro del aparato estatal.

Hace un a;o, atestiguamos cómo las agencias de seguridad norteamericanas develaron una parte de la problemática. Sólo en 2019, la DEA coordinó la captura o la solicitud de antejuicio contra tres candidatos a cargos de elección popular. Un alcalde, un candidato a diputado y un candidato presidencial procesados por sus vínculos con estructuras del narcotráfico. Lo preocupante de este escenario es que sin duda, la capacidad de depuración de la DEA es relativamente limitada.

Los casos de Mario Estrada, Julio Rosales y Erik Súñiga seguramente representaron tan solo la punta del iceberg. Para nadie es un secreto que los carteles de la droga han buscado cooptar el poder a nivel municipal durante varias elecciones. Municipios fronterizos o aquellos ubicados en los grandes corredores de trasiego (Franja Transversal del Norte, Costa Sur) son los ejes territoriales más apetecidos por las estructuras criminales. Y así, llegamos a convertirnos en un país donde una cuarta parte de las elecciones municipales ocurren sin competencia, como consecuencia de la ley de la “plata o el plomo”.

Vemos también que la enfermedad hace metástasis. Es un secreto vox populi que el poder del crimen organizado históricamente se enfocaba en alcaldías y corporaciones municipales. Pero bajo una lógica expansiva lo vemos tomando también espacios en el Congreso. Una fuente de inteligencia me revelaba hace unos meses un estudio –conservador para mi gusto– según el cual 22 de 160 diputados al Congreso tendrían vínculos identificables con grupos del narcotráfico.

Pero el caso Mario Estrada vino a abrir una puerta más de la casa de brujas. El cuarto donde candidatos a la Jefatura de Estado negocian con carteles el control de las instituciones encargadas de la seguridad y la defensa, además de los puertos y aeropuertos. La fallida negociación de Mario Estrada tampoco es nueva. Hoy sabemos a posteriori, que el Gobierno de la UNE habría recibido alrededor de US$11.5 millones de carteles de la droga para su campaña 2007. Y sabemos también que el Partido Patriota en 2011, habría tenido vínculos de financiamiento con Marllory Chacón, una de las principales piezas en el engranaje del lavado de activos de los carteles del narcotráfico internacional. Pero saben qué es lo peor, todo ello, ocurre bajo un silencio sepulcral del resto de las elites del país.

Hace poco compartía esta historia con unos colegas colombianos, con quienes recordábamos la historia del país sudamericano de mediados de los noventa. Y ambos me repitieron una frase que no la he podido borrar: “cuando los carteles cooptan espacios de poder; cuando los carteles toman control de la Policía, el Ejército y los juzgados; y cuando todo ello se vuelve normal a los ojos de los actores políticamente relevantes; así te conviertes en un narcoestado. Así fue como estuvimos a punto de perder nuestro país”.

Hoy entendemos mejor que antes las dificultades que tienen los Estados para combatir al narcotráfico. La asimetría de poder económico entre los carteles y Estados débiles. La asimetría de poder militar entre fuerzas de seguridad mal armadas y mal equipadas con los grupos dedicados al sicariato. Conocemos también la dificultad de evitar que expolicías, exmilitares, jóvenes y campesinos sean reclutados por carteles, más cuando estos últimos pueden ofrecer ingresos que superan en proporción 10 a 1 los ingresos que estas personas podrían obtener en el mercado laboral.

Sabemos también lo difícil que es combatir un fenómeno criminal cuando las mismas instituciones del Estado están capturadas por esos intereses criminales. Pero quizá nos falta entender lo nocivo que es cuando el cáncer del narcotráfico toma el control del Estado y ni las elites ni la ciudadanía se inmutan ante tal extremo. De ahí, el siguiente paso es el narcoestado.

La primavera democrática de América Latina
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Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
09 Oct 2020

La “Revolución de Octubre” que se vivió en Guatemala hace 76 años, pertenece a un proceso de transformaciones políticas y sociales más amplio, de carácter continental y hemisférico. Es parte entonces de una oleada democratizadora que las élites nacionales fallaron en convertir en un proyecto político de conciliación y pactos fundamentales y fundacionales, que hubiese podido ser clave en la consolidación de factores estabilizadores de un sistema democrático.

 

La década de 1940 en América Latina presagiaba importantes cambios políticos y sociales. En esa década se abre una etapa de reformismo democrático en esta parte del continente que se verá impulsada por las transformaciones para el mundo occidental que traería consigo la posguerra.  

En ese sentido, podemos analizar tres liderazgos políticos que condujeron procesos de reformas democráticas con alcances que fueron desde lo moderado hasta lo categórico: se trata de las “revoluciones” democráticas que encabezaron políticos latinoamericanos como Juan José Arévalo, en Guatemala (1944); Rómulo Betancourt, en Venezuela (1945) y José Figueres, en Costa Rica (1948).  A quienes podríamos —con las continuidades y rupturas de esos procesos— considerar como los “padres” de esa primera oleada democratizadora en América Latina.

En el ámbito político, esta “primavera democrática” estuvo alimentada por “el talante y el espíritu de reforma y renovación, inspirados en la Carta del Atlántico y la lucha contra el totalitarismo”[1]. Estos procesos de democratización pretendieron, entre otras cosas, ampliar la base electoral incluyendo por primera vez el voto universal, de mujeres y analfabetos, contra sistemas de gobierno que les segregó y excluyó del ejercicio de sus derechos políticos durante siglos. Y en lo económico, se buscaba articular a estos sectores al llamado Estado de bienestar (seguridad social, derechos sociales como educación y salud, etc.) que emergería en todo el mundo occidental a partir de la posguerra, con los acuerdos de Bretton-Woods. También estas transformaciones constituirán una re-formulación de los proyectos nacionales liberales del siglo XIX.

Cabe mencionar que estas tres revoluciones democráticas de la década del cuarenta, también hallaron inspiración en una serie de antecedentes y otros liderazgos en la región como las ideas y el plan político de Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA en Perú, y en el gobierno de Lázaro Cárdenas en la década anterior en México. De igual forma, se debe precisar que, si bien estos procesos comparten ciertos rasgos temporales y de acción política con el proyecto populista de Juan Domingo Perón en Argentina, entre los cuales se encuentran su carácter policlasista, su ruptura con el orden político existente y la movilización de masas; son muy distintos en naturaleza y esencia al peronismo argentino, sino que más bien se vinculan al reformismo moderado. 

Otro aspecto interesante es que los casos de Guatemala, en octubre de 1944; Venezuela, en octubre de 1945 y Costa Rica, en marzo y abril de 1948; comparten el rasgo común de que los factores que desencadenaron la instalación de sus respectivas revoluciones reformistas, están profundamente ligadas a los conflictos en relación a la sucesión presidencial, al clamor por elecciones presidenciales libres y al establecimiento de procesos constituyentes que aseguraran una serie de derechos y garantías sociales.

De estas tres experiencias reformistas, sólo una sobrevivirá hasta nuestros días, que es el caso de Costa Rica, nación consolidada en el presente como la democracia más longeva de América Latina y de los países con mejores indicadores sociales e institucionales de la región.

En el caso venezolano, hubo varias continuidades y rupturas: la primera, entre 1948 y 1958, con el derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos y la década militar de Marcos Pérez Jiménez. Luego, en 1958, Rómulo Betancourt en su segundo gobierno, retomaría la agenda reformista-democrática y sentaría las bases del sistema democrático venezolano que colapsará cuatro décadas después, en 1998.

Y finalmente, tenemos el caso de Guatemala, que será el más traumático de los tres, con la radicalización y derrocamiento de Árbenz en el 1954, la sucesión de gobiernos militares y el estallido del conflicto armado que duró tres décadas.

De manera que la “Revolución de Octubre” que se vivió en Guatemala hace 76 años, pertenece a un proceso de transformaciones políticas y sociales más amplio, de carácter continental y hemisférico. Es parte entonces de una oleada democratizadora que las élites nacionales fallaron en convertir en un proyecto político de conciliación y pactos fundamentales y fundacionales, que hubiese podido ser clave en la consolidación de factores estabilizadores de un sistema democrático, como sucedió en Costa Rica hasta el presente y en Venezuela hasta 1998.

 

[1] LUJÁN MUÑOZ, Jorge. Breve historia contemporánea de Guatemala. Guatemala. FCE. 2016 Pp. 269