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Ser demócrata es más que ganar las elecciones

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La tolerancia mutua y la contención institucional significan no tomar a los adversarios políticos como una amenaza existencial y no utilizar los poderes institucionales para aniquilarse mutuamente.

 

A pocos días de la toma de posesión de Lula Da Silva para su tercer mandato presidencial, el 8 de enero, se desataron una serie de disturbios en Brasilia encabezados por seguidores del presidente saliente, Jair Bolsonaro, que culminaron en un intento de toma violenta de los edificios de los tres poderes del Estado, con un saldo de alrededor de 1500 detenidos. Por un lado, los bolsonaristas alegan que las elecciones presidenciales fueron robadas y que hubo un fraude electoral, a la par que desde el oficialismo, el presidente Lula les acusa de “nazis” y “fascistas” y dice que va a llegar hasta las últimas instancias penales para que los saboteadores paguen sus crímenes. 

La respuesta del oficialismo ha sido tremendamente dura, más en un gobierno de supuesta "tradición garantista" como el del PT. Al momento más de 350 detenidos han sido encarcelados por orden del magistrado del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes. Otras 220 personas están libres con cargos. Y Moraes aún tiene que analizar los expedientes de unos 800 arrestados. No sólo eso, sino que en días recientes Lula (sin pruebas de ningún tipo) ha destituido a más de 80 militares por la supuesta complicidad de las Fuerzas Armadas brasileñas en el ataque al Palacio Presidencial. 

Luego de la depuración de las Fuerzas Armadas, Lula procedió a renovar todas las cúpulas de las fuerzas policiales en 18 estados brasileños. Sin embargo, si bien el ministro de Justicia de Lula, Flavio Dino, asegura que estas decisiones no tienen que ver con los acontecimientos del 8 de enero, sí "sorprenden" bastante por el timming de estas rotaciones a tan pocos días de los hechos. 

Por si fuera poco, y más grave todavía, Lula también destituyó por decreto a la dirección de todos los medios de comunicación públicos brasileños como Agencia Brasil, TV Brasil o la emisora Radio Nacional, a raíz “del tratamiento que realizaron de la toma de los tres poderes públicos en Brasilia del pasado 8 de enero”, sentando un precedente para nada conciliador sobre lo que será su presidencia en los próximos años y los extremos en que gravitarán tanto el oficialismo como la oposición. 

Con una mayoría opositora en el Congreso, la estrategia de confrontación que han elegido ambos extremos políticos de derecha e izquierda no parece la mejor. A pesar del centrismo y la moderación que muchas de las fuerzas del país le están exigiendo, la retórica de Lula no parece conciliar, además de que es bastante probable que el presidente recurra a sus facultades unilaterales de decretos ejecutivos para desmontar muchas políticas del gobierno anterior en materia de ayudas sociales y relaciones exteriores.

Ya hemos dicho en otras ocasiones que esta segunda oleada de gobiernos de izquierda en América Latina, tiene como particularidad la gran fragmentación y la alta polarización, que hace que sus proyectos no sean hegemónicos. Además de encontrarse en un contexto de crisis económica e inflación mundial, que hace este periplo totalmente distinto al de inicios del milenio con el boom de commodities, pues ahora no cuentan con la holgura financiera para aceitar sus maquinarias redistributivas y reeleccionistas. 

Según los teóricos de la democracia, esta forma de gobierno abarca mucho más que ganar elecciones, pues conlleva una serie de reglas informales que el académico Steve Levitsky ha llamado “guardarraíles de la democracia”. Estas salvaguardas impiden que la pugna política cotidiana se salga de las formas republicanas y desemboque en un conflicto de alta intensidad que transgreda el sistema y haga peligrar la existencia de la propia comunidad política. Para Levitsky estos pactos tácitos son: la tolerancia mutua y la contención institucional. Esto significa no tomar a los adversarios políticos como una amenaza existencial (acordar en no estar de acuerdo siempre) y no utilizar los poderes institucionales (y mucho menos de fuerza) para aniquilarse mutuamente.

Lamentablemente, nos encontramos en un momento de nuestra historia en el que cuesta encontrar un ejemplo donde estos guardarraíles estén intactos. 





 

Las claves del año electoral

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Hay incertidumbre por la forma en que el TSE aplique la normativa electoral

 

El 25 de junio de 2023 Guatemala celebrará elecciones generales. Se elegirán presidente y vicepresidente, 160 diputados al Congreso, 340 corporaciones municipales y a los 20 diputados al Parlamento Centroamericano (Parlacen) con sus respectivos suplentes. Si ninguna planilla para la presidencia y vicepresidencia alcanza la mitad más uno de votos válidos (lo más probable) habrá segunda vuelta el 27 de agosto.

 Las claves estarán en tres factores: la alta dispersión del voto, los vetos a candidaturas y la falta de certeza respecto de la aplicación de la compleja legislación electoral.

En primer lugar, al 6 de enero de 2023 el Tribunal Supremo Electoral (TSE) reportaba 29 partidos políticos inscritos. Para esa misma fecha, el TSE reportaba que al menos 6 comités para la formación de partidos políticos habían superado el umbral de afiliados para convertirse en partido político.

No está claro que todos consigan celebrar asambleas a tiempo para proclamar y registrar candidatos, pero podríamos ver a casi una treintena de partidos políticos compitiendo en las elecciones y superar los 19 candidatos presidenciales que hubo en 2019.

El primer elemento clave para ganar una elección es el reconocimiento de marca. Hoy, con pocas encuestas confiables a disposición, pareciera ser que hay cuatro candidatos que parten con cierta ventaja en ese aspecto: Torres, Ríos, Mulet y Arzú.

Algo muy similar a lo visto en 2019. Las reglas electorales modificadas en 2016 sacaron de la mesa la posibilidad de levantar el reconocimiento de marca a base de campaña de “aire” (radio y TV) y la campaña de “tierra” (estructurales locales) es costosa y está dispersa.

Sin embargo, 2019 también nos mostró que un candidato que obtiene menos del 14% de votos (Alejandro Giammattei) puede convertirse en presidente en una segunda vuelta. Como dato curioso: los votos nulos y en blanco sumaron más votos (662,152 frente a 614,025). Esto deja a tiro a que un candidato inesperado pueda llegar a los 12 o 15 puntos y se “cuele” en una hipotética segunda vuelta. No es fácil, pero no es descabellado.

En segundo lugar, el veto a las candidaturas será un elemento para prestar atención, especialmente a nivel de corporaciones municipales y diputaciones. Entre 2015 y 2019, dos magistraturas distintas de la Corte de Constitucionalidad (CC) sostuvieron el criterio de que podía negarse el registro de candidatos a personas de comprometida “idoneidad” u “honradez” (sobre esto puede leerse un trabajo publicado en 2019). También merece atención la cantidad de constancias transitorias de inexistencia de reclamación de cargos (finiquito) que podrían frustrar candidaturas.

Y, por último, hay incertidumbre por la forma en que el TSE aplique la normativa electoral. Ya vivimos un primer caso de propaganda ilegal anticipada en la que el TSE corrigió la plana al Registro de Ciudadanos, pero únicamente en cuanto a lo procesal (caso Roberto Arzú). El caso deberá continuar su trámite y no sabemos en qué sentido se resolvería el fondo. Por verse está por su parte cómo aplique el TSE la normativa en materia de sanciones, cómo termine de resolver el asunto del voto en el extranjero, entre otras cosas.

No debemos olvidar que algunos de estos aspectos cruciales como la aplicación de sanciones, la idoneidad de candidatos y los posibles cuestionamientos por prohibiciones constitucionales terminarán con casi total seguridad en la Corte de Constitucionalidad (CC). Fungirá como el VAR de las decisiones más trascendentales.

La destitución de Juan Guaidó y el último clavo al ataúd de la oposición venezolana

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Tendremos que esperar nuevos vientos. 

 

El 30 de diciembre de 2022 se hizo oficial la finalización de la presidencia encargada de Juan Guaidó, la cual asumió desde 2019, cuando más de 50 países del mundo lo reconocieron como presidente legítimo de Venezuela ante el fraude electoral cometido por Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de 2018. 

En aquel momento, la oposición democrática venezolana, conformada por la bancada mayoritaria de partidos políticos de oposición en la Asamblea Nacional, las organizaciones de la sociedad civil, los gremios profesionales e intelectuales, las universidades y la academia, el sector privado, los medios de comunicación independientes, etc.; valiéndose de una interpretación de un artículo de la Constitución venezolana, dieron soporte y contenido a un instrumento sui generis al cual se le llamó “interinato”. 

En su momento, se pensó que el interinato sería el catalizador que propiciaría una transición democrática en Venezuela mediante un “mantra” de tres pasos: 1) cese de la usurpación, 2) gobierno de transición y 3) elecciones libres. Sin embargo, atendiendo a la teoría política más elemental, al no contar con el apoyo de las Fuerzas Armadas venezolanas, pronto el interinato entró en un proceso de desgaste tanto en la cristalización de sus objetivos como en la aprobación de los venezolanos, que necesitaban desesperadamente una salida a la profunda crisis humanitaria de aquellos años. 

A esto se le suma el “viraje” geopolítico que ha tenido la región en este último ciclo electoral 2021-2022, que llenó al continente de gobiernos que están dispuestos a convivir con la tiranía de Maduro y que de hecho pretenden lavarle la cara internacionalmente, sembrando la idea de “apertura” de un supuesto retorno a la gobernabilidad con la oposición y de estabilización económica

Para colmo, la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022 hizo que apenas un mes después la administración de Joe Biden se replanteara su estrategia hacia Venezuela y buscara apaciguar las tensiones diplomáticas con Maduro para asegurar suministro de petróleo a Estados Unidos en medio de una crisis económica y de probable escasez de combustible en la potencia del norte. 

Todos estos eventos presagiaban el fin del interinato, que en los últimos años se terminó convirtiendo en un instrumento de canalización de ayuda exterior y de resguardo de activos del Estado venezolano en el extranjero, por lo que no es de extrañar que el pasado 4 de enero, el Departamento de Estado afirmara que “acogen favorablemente el acuerdo entre la Asamblea Nacional y Juan Guaidó”, es decir, que refrendan su destitución como presidente interino de Venezuela.  

Cabe destacar que este recuento no pretende ser un análisis exhaustivo de los arreglos jurídicos y constitucionales, ni tampoco un estudio de la juridicidad y legitimidad del interinato ni de su remoción en 2022. Creemos que en los últimos días se han dado sendos análisis jurídicos y constitucionales por excelentes juristas venezolanos que merece la pena revisar, pero que exceden el sentido de este escrito, que se centra mucho más en lo político, tratando de entender el entramado de intereses e incentivos domésticos y foráneos que motivaron estos eventos, además de los posibles escenarios en el corto y mediano plazo para Venezuela en tanto actor regional.

De manera que, dicho esto, la gran pregunta es cómo quedan las perspectivas para una transición democrática en Venezuela, que cada día se ve más lejana en el horizonte. Lo cierto es que, contrario a lo que sostienen muchos dirigentes opositores en Venezuela, de que la destitución de Juan Guaidó abre el abanico a nuevas posibilidades para enfrentar a la tiranía de Nicolás Maduro, realmente lo que hace es darle el tiro de gracia a un ciclo que se abrió hace más de una década entre 2011-2012 cuando por fin la oposición unida se aglutinó en torno a una estrategia común para enfrentar al chavismo. 

Luego de muchos cismas sufridos a lo largo de esa década de unidad, hoy en día, la oposición democrática venezolana está más atomizada que nunca, y probablemente se halla atravesando uno de sus peores momentos en sus casi 25 años de historia. En ese sentido, el plan de una eventual reconfiguración de una alternativa democrática para las elecciones presidenciales de 2024 no parece en absoluto realista ni mucho menos alcanzable. 

Tendremos que esperar nuevos vientos. 



 

Mentiras, populismo, represión y la indiferencia de las élites

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Las armas del poder:

 

América Latina se pasó los últimos 100 años en el vaivén de los ciclos, los columpios y los subes y bajas. Hemos tenido épocas de progreso y esperanza; de retroceso y frustración.

A pesar de los golpes y las traiciones a la democracia, a la ley y a la libertad, en los últimos años, si nos comparamos con décadas pasadas, se debe reconocer que hemos mejorado y avanzado en casi todos los campos de la vida; pero no lo suficiente. Y hoy, el futuro próximo está en peligro.

Los desafíos del mundo en el Siglo XXI están marcados por la insuficiencia de tantas cosas, la confusión de tantas otras, la mala leche de quienes se aprovechan de las circunstancias y la forma en que la mentira, las intrigas y la maldad caminan como fuego en gasolina.  

Las ideologías, lejos de ser material para discusiones de alto nivel en democracia, se convirtieron en la excusa que unos ponen para meter miedo y otros para exacerbar los odios porque las expectativas están lejos de la realidad.

Así, la noticia es que, en América Latina nos la hemos pasado dando bandazos, de golpe en golpe, de miseria en miseria, de mentira en mentira, acumulando insuficientes victorias y dejando atrás a demasiada gente a causa de la incultura y la brutalidad que imponen unos y otros.  

La historia detrás de esta historia es que la política se convirtió en puente y plataforma para cualquier cosa menos para trabajar en libertad con la gente por el bienestar del colectivo.

Demasiados Países en los 4 continentes están llenos de políticos que, cuando meten las manos para resolver los problemas que ellos mismos causaron, son nuestros derechos los que terminan comprometidos y nuestras libertades las que salen trasquiladas; y esto, ante la indiferencia o la complicidad de las élites.

Así, el mundo, y en especial América Latina, viven una época de confusión, desorden y desesperanza. Nos dicen que vivimos en democracia, pero la realidad es que estamos regresando a la barbarie de la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda.

Con escasas excepciones, lo que están haciendo desde México hasta la Argentina con la democracia liberal y sus valores republicanos podría regresar a la América Latina a los peores años del Siglo XX.  

Es cierto que la democracia tiene defectos y pasa por mal momento, pero cualquier otro sistema solo produce subdesarrollo y pobreza. Por eso es tan importante dejar de llamar democracias, por un lado, a las naciones gobernadas por bandidos que se dicen de derecha; y por otro, a las naciones capturadas por populistas de izquierda radical que, también son bandidos, aunque pretendan hacerse pasar por demócratas.  

En América Latina, la de político debe ser una de las pocas profesiones para la que no hace falta tener ni la primaria. La economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia, el honor y la decencia son materias desconocidas para esa horda de estafadores que arrasan el continente y buscan el poder político por ambición y sin escrúpulos, para hacer de naciones enteras, fincas personales. Se atreven a todo porque todo lo ignoran. Y porque nadie pide cuentas. Por eso hace tanta falta el ciudadano.

Los escándalos del gobierno peruano, la complicidad y el amiguismo del nuevo presidente de Colombia con la dictadura criminal de Caracas y la destrucción de Argentina a manos del peronismo populista son solo tres ejemplos que ratifican que América Latina navega en aguas sórdidas, turbulentas, predecibles.

Por eso hace tanta falta el ciudadano, presente, valiente, amante de la libertad; para dejar de vivir en el disparate y lograr que algún día dejemos de ser pueblos que merecemos la historia y los gobernantes que tenemos.

 

 

 

 

El uso y el abuso del poder

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Vivimos tiempos difíciles, tiempos de prueba. 

 

La democracia fue la idea política más exitosa del Siglo XX; pero tuvimos que pasar por dos guerras mundiales y una depresión económica para aprender que el respeto y el ejercicio de ciertos valores permite y promueve la evolución del ser humano y el desarrollo de las naciones.

Esos valores encontraron casa y bautizo en esa forma de vida que se llama democracia liberal, republicana y capitalista; una forma de vida que, a pesar de sus defectos y limitaciones, ha demostrado sus ventajas y beneficios.

Las naciones modernas y desarrolladas de hoy son el resultado de la libertad y del ejercicio del respeto a esos valores que también se conocen como “Los valores de Occidente”.  

En esta segunda década del Siglo XXI ya quedó claro que la especie humana vive un cambio de era al que todavía no encontramos propósito, rumbo y claridad.

Sabemos que la libertad es el valor con el que se nace y debe ser la condición con la que se muere; sin embargo, desde hace más o menos 15 años, cada vez, menos personas en el mundo tienen la oportunidad de votar en elecciones realmente libres y democráticas.

El carnaval de los tiranos está regreso. La crueldad contra lo humano, la falta de respeto a los derechos fundamentales y el desprecio a la libertad individual son, otra vez y en pleno Siglo XXI, un fenómeno brutal, creciente y con escasa oposición.  

A las tiranías del Siglo XX – nazismo, comunismo y fascismo – se sumaron en las últimas décadas el fanatismo islámico y el populismo autoritario, de izquierda o derecha. Siempre con el mismo objetivo: someter a los pueblos, violar sus libertades y convertir naciones enteras en botín de caudillos, sociópatas y bandidos.

Es cierto que una economía global insuficiente, los altos niveles de conflictividad social provocados por la desinformación y la mentira, los impactos del cambio climático, nuestra lentitud en aprender a convivir con ciertos elementos disruptivos de la tecnología y la simbiosis que se ha producido entre la política, la corrupción y el crimen trasnacional, tienen al mundo de cabeza; pero, si no resolvemos y corregimos pronto, llegaremos al borde del precipicio.

A través del drama, la novela y los juegos del poder que ha sido la política a través de la historia, siempre fueron pequeños grupos los que marcaron los momentos estelares, para bien y para mal. Siempre fue la naturaleza humana, la forma de ser de los individuos que estaban al mando, la que definió si lo que se escribía en cada capítulo de nuestro libro, era para nuestra desgracia o para la gloria y la libertad de los pueblos.

Ahora bien, siempre fue, es, y será El Ciudadano, el que hace realidad la ilusión por la evolución y el desarrollo de su familia, de su pueblo, de su nación, a pesar de la política, con la ayuda de la tecnología, en el marco de una cultura societaria que premia la excelencia, reclama el respeto y promueve la solidaridad; una cultura que aprende de sus errores, distingue a quien lo merece, elige a sus mejores y aplaude los éxitos de unos porque sabe que son de todos.    

Ese Ciudadano debe vivir sin olvidar lo que dijo uno de los grandes del Siglo XX, respecto a que la democracia es el peor sistema político del mundo, con excepción de todos los demás; y que, en el fondo de su corazón, y aunque sea en su inconsciente, sabe que el valor, el único y el principal, del que depende su bienestar, su honor y su humana dignidad es la libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ante la decadencia de lo público

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La confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

 

Hace unos años encontré un proverbio que dice: No hay puerta mejor cerrada que la que puede dejarse abierta”.

Decía un maestro, “la vida buena es cuestión de confianza”; y es cierto, la vida diaria tiene otro pulso cuando se puede confiar en el doctor, en la tienda de la esquina, en la empresa en que se trabaja, en el juez, en la policía, en las instituciones del Estado.

En los últimos 20 años, o sea, casi todo lo que va del Siglo XXI, según estudios serios, la política, la economía, y ahora la salud, han venido sufriendo un descalabro de tal magnitud que ha hecho que los latinoamericanos hayamos perdido la confianza en nuestro entorno a niveles tan bajos que comprometen el desarrollo de nuestra región.

En estos estudios se demuestra que la virtud de la confianza en América Latina está mucho más deteriorada que en los países desarrollados. Sus hallazgos confirman que nuestras sociedades viven con desconfianza en su prójimo, con desconfianza en su comunidad, en las autoridades, en las instituciones públicas y privadas.

Según los expertos, este déficit de confianza compromete el desarrollo y el futuro. Nos hace sociedades débiles y sumisas, descabeza el civismo, facilita la autocracia y erosiona las libertades.  

La confianza es la base de la cooperación social. Sin ella, no hay desarrollo. La prosperidad depende de la capacidad de asociarse y esto solo se alcanza cuando hay desarrollo humano. Un desarrollo que solo dan la confianza y la asociación para alcanzar consensos que anhelan y trabajan por causas comunes. Esta es la clave del desarrollo.

Dice un querido maestro que las personas confiamos únicamente en quienes aún no nos han mentido. El problema es que, en los últimos 20 años, la América Latina se ha llenado de mentiras e indiferencia, de sus gobiernos, de sus políticos, de sus élites.

Dice el maestro que la confianza, más que una virtud, es el resultado de practicar la honradez y la decencia.

¿Quién va a confiar en los estafadores que mienten; en quienes no honran su palabra o deshonran los contratos?

Si esto es cierto en el orden económico, lo es mucho más en el orden político. Por eso, las personas – los ciudadanos – los grupos y las instituciones de la sociedad deben volver a los valores fundacionales que construyen naciones libres y prósperas. El primero, la confianza en nosotros mismos.

En estos tiempos aciagos y seculares debemos rescatar la confianza porque es la base de la unidad, el requisito de la cooperación social, la cláusula del bienestar, la razón que nos da paz y armonía  

Ante la decadencia de lo público y la indecencia de los políticos, el ciudadano se refugia en su grupo y en su familia. Ante el abandono del Estado no le queda más que confiar en si mismo, en su familia, en sus amigos, en sus compañeros; las únicas personas en este mundo a quienes, como dice el proverbio, se puede dejar abierta la puerta de su hogar.

 

 

 

 

 

 

 

La caída libre de Cristina en Argentina y Castillo en Perú

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En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

En estos días previos a las fiestas decembrinas y en pleno del mundial de fútbol, la política latinoamericana se rehúsa a darnos una tregua de descanso.

El martes 6 de diciembre, la vicepresidente argentina Cristina Fernández de Kirchner fue condenada a seis años de prisión y a una inhabilitación política de por vida por su conexión en el desfalco por 1000 millones de dólares del erario público por el caso “Vialidad”.

En una jugada melodramática, la vicepresidenta no perdió oportunidad de volver a victimizarse y salió declarando que no se va a presentar como candidata al 2023 y que se retirará “a su casa” como lo hizo en 2015. Según los cálculos de la bancada kirchnerista en el Congreso, con la caída de Fernández de Kirchner, se iba a desatar un “quilombo”, es decir, una oleada de protestas en el país. Sin embargo, eso no sucedió. Al parecer, el bad timing se debe a que el mundial de fútbol se halla más alto en la escala de prioridades de los ciudadanos argentinos en estos momentos.

Más allá de las formalidades procesales del caso, nos detendremos en las repercusiones de esta sentencia en la política argentina. Básicamente, la condena de Fernández de Kirchner puede ser el último clavo en el ataúd del “kirchnerismo”, un movimiento populista vástago del histórico peronismo que ha dominando por casi dos décadas la política del país austral. En ese sentido, la inhabilitación política de Cristina puede abrir el dique para una re-configuración de liderazgos dentro del peronismo de cara a la elección de 2023, además cuando el gobierno de Alberto Fernández se halla en sus mínimos históricos de popularidad y la derecha tiene grandes posibilidades de llegar al poder.

Por cierto, no extrañó que el corifeo del Foro de Sao Paulo conformado por AMLO desde México, Díaz-Canel desde Cuba y Xiomara Castro desde Honduras, repudiaran la sentencia a Fernández de Kirchner y le reiteraran su solidaridad.

Por otra parte, el miércoles 7 de diciembre, cuando la mayoría del Congreso peruano se preparaba para declarar la vacancia por “incapacidad moral” del presidente Castillo, éste decidió decantarse por un arrebato autoritario disolviendo el Congreso y el Poder Judicial, además de convocar a una Constituyente para los siguientes meses y decretar un Gobierno de excepción justo horas antes del debate de la moción, que culminó finalmente en la destitución y detención del mandatario.

Este “autogolpe” y posterior muerte cruzada fue el punto más álgido de un enfrentamiento de año y medio en donde Castillo no demostró la suficiente inteligencia política para hacer gobierno. Con un Congreso hiperfragmentado, un gabinete que cambió por lo menos cinco veces y por el que pasaron más de 50 ministros diferentes, un escándalo de corrupción en el que está inmersa su propia familia y finalmente la ruptura con su mentor político, el ex senderista y leninista Vladimir Cerrón, hicieron que el desesperado y tembloroso maestro rural se erigiera en autócrata por unas horas. Ahora se unirá al club de ex presidentes convictos peruanos.

Este sin duda es un revés para el nuevo eje político latinoamericano liderado por AMLO desde México, quien hace semanas expresó su solidaridad a Castillo diciendo que el peruano era víctima de la “rabia conservadora” y a quien consideraba respaldar en la próxima Cumbre de la Alianza del Pacífico cuyo lugar de celebración fue cambiado a última hora a la ciudad de Lima, luego de que el Congreso peruano prohibiera a Castillo salir del país para asistir a la cita original en la ciudad de Oaxaca, México. En el acto de entrega de la presidencia pro témpore a Castillo, AMLO seguramente tenía pensado desplegar su acostumbrada perorata anti-imperialista de unión de los pueblos latinoamericanos. Horas después de la detención de Castillo, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, twitteó que la cumbre se suspendía[1] .

En una región donde las victorias electorales son más que todo por voto-castigo y un escaso margen de ventaja con mayorías circunstanciales, una vez más se confirma que felizmente esta nueva oleada de la izquierda populista no es una aplanadora ni está exenta de traspiés.

 

[1] La idea original de Castillo era refugiarse en la embajada de México, pero terminó en la prefectura de la policía porque el pueblo peruano se congregó en las afueras del recinto diplomático para impedirle la entrada.

¿Cómo califica Guatemala en el Índice de Estado de Derecho de 2022?

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El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

 

Recientemente el World Justice Project publicó el Índice de Estado de Derecho para el 2022. Cada año aprovecho para recordar la importancia del ideal del Estado de Derecho, de la forma en que se compone el índice, de quiénes son los mejor y peor evaluados en el índice y ver en dónde se ubica Guatemala.

Definir el Estado de Derecho no es fácil y no hay un consenso general dentro de la academia. Sin embargo, en las últimas décadas ha cobrado importancia. Por ejemplo, el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea hace mención del Estado de Derecho como uno de los valores de la Unión.

También desde las ONU ha quedado plasmada la importancia del estado de derecho. Vale la pena citar un pasaje de la resolución A/RES/67/1 que dejó claro que: “Reconocemos que el estado de derecho se aplica a todos los Estados por igual y a las organizaciones internacionales, incluidas las Naciones Unidas y sus órganos principales, y que el respeto y la promoción del estado de derecho y la justicia deben guiar todas sus actividades y conferir previsibilidad y legitimidad a sus acciones”.

La Comisión de Venecia elaboró los criterios de verificación del Estado de Derecho para monitorear su cumplimiento de forma más certera. En este informe, se cita la definición de Lord Bingham quien definió el Estado de derecho o la rule of law como aquella situación en que:

“todas las personas y autoridades dentro de un Estado, ya sean públicos o privados, deben obedecer y tener derecho al beneficio de las leyes públicamente aprobadas, teniendo efecto (generalmente) hacia futuro y administradas públicamente por los tribunales”.

El World Justice Project se propone “medir” el cumplimiento del ideal del Estado de Derecho a partir de 44 indicadores que se engloban en ocho categorías más amplias. En el índice de 2022, se midieron 140 países.

Las ocho categorías a medir y el puesto de Guatemala en el ránking son las siguientes: 1) límites al poder del gobierno (75/140); 2) ausencia de corrupción (114/140); 3) gobierno abierto (65/140); 4) derechos fundamentales (74/140); 5) orden y seguridad (125/140); 6) cumplimiento regulatorio (115/140); 7) justicia civil (135/140); y 8) justicia penal (127/140).

En el ránking global, en 2022 Guatemala queda en el puesto 110 de 140 países. En 2021, Guatemala calificó en el puesto 109 de 139 países. Tanto en 2021 como en 2022, en el índice absoluto Guatemala califica con 0.44 (siendo 0 la peor nota y 1 la mejor). Su caida en el ránking es una caída en la posición relativa al agregarse un país más a la medición (lo mismo sucedía en 2021). Guatemala está entre Níger (109) y Madagascar (111).

El índice deja ver que los principales retos de Guatemala están en el ámbito de la justicia y la seguridad. En materia de justicia penal, Guatemala está entre Mali y México; en justicia civil entre Nicaragua y Afganistán; en orden y seguridad entre Bolivia y Uganda y en ausencia de corrupción entre Bangladés y Perú.

Agrego un elemento más para la reflexión. En el testo The Rule of Law de Lord Bingham, el autor establece ocho criterios para el estado de derecho. El octavo criterio establece: “El estado de derecho exige el cumplimiento por parte del Estado de sus obligaciones tanto en el derecho internacional como en el derecho nacional”. Si agregamos este elemento, ¿cómo calificaría Guatemala en este aspecto?

Otra vez, reformas a la Ley de Contrataciones del Estado

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La legislación actual es deficiente, incongruente, está plagada de reformas que le han añadido inconsistencias, pero nada de lo que hoy está sobre la mesa legislativa corrige los vicios del actual sistema

La semana pasada avanzó en su primer debate la iniciativa 6065 que pretende hacer reformas a la Ley de Contrataciones del Estado, decreto 57-92. La iniciativa se presentó ante el pleno el 26 de abril de este año y hace pocos días, el 14 de noviembre, logró un dictamen favorable e hizo su paso a máxima velocidad hacia el pleno. 

¿Qué propone esta iniciativa? Básicamente elevar el techo de la compra por cotización para las municipalidades. Actualmente la Ley de Contrataciones (artículo 38) establece que la compra por cotización procede siempre que el precio de los bienes o servicios a adquirir este entre los Q90,000 y Q900,000. La iniciativa 6065 propone que, para las municipalidades, este montó pase a ser entre los Q200,000 y Q2 millones. 

Asimismo, propone modificar los rangos de precios para las modalidades de compra de baja cuantía y compra directa. La compra de baja cuantía consiste en una compra directa de bienes o servicios siempre que el monto no pase de los Q25,000. La iniciativa 6065 busca que este monto pase hasta los Q75,000 únicamente para las municipalidades.

La compra directa consiste en la compra de bienes o servicios a través de una oferta electrónica, pero sin aplicar los mecanismos de la adquisición por cotización o licitación. Actualmente esta modalidad procede en adquisiciones de montos que oscilen entre Q25,000 y Q90,000. La iniciativa 6065 busca que pasen de Q75,000 a Q200,000 para las municipalidades. 

¿Por qué importa? Básicamente porque lo que una ley de contrataciones debe buscar es que la adquisición de bienes o servicios ocurra con celeridad, pero también bajo un proceso competitivo que garantice el buen uso de los recursos públicos. Los procesos de compra de baja cuantía y compra directa son importantes, pero no incluyen los mecanismos de competencia que sí incluyen la cotización y la licitación.

Naturalmente la actual Ley de Contrataciones requiere cambios urgentes. Ya hice referencia antes a un estudio que lo aborda. Pero lo que llama la atención es que se trata del tercer intento del Congreso por parchar la ley en este sentido. 

En abril de 2021 el Congreso aprobó el decreto 4-2021. Este decreto buscaba prácticamente lo mismo: modificar los montos de cotización de Q200,000 a Q2 millones para cotización, aumentar monto de compra de baja cuantía hasta Q100,00 y el de compra directa de Q100,000 a Q200,000.

El presidente acabó vetando el decreto, pero dio dos razones. La primera, que a su juicio el monto debía incrementarse únicamente para las municipaliades y no para el resto de entidades públicas. Y dos, que le faltaba un artículo transitorio que abordara lo relativo a los eventos de adquisiciones en curso. El congreso aceptó entonces el veto. Teóricamente la 6065 los aborda, así que un eventual veto parece menos probable esta vez.

Pero luego hay que recordar que hace apenas unas semanas en el Congreso avanzaba a velocidad supersónica la iniciativa 64141, Ley de Adquisiciones. Esta iniciativa pretende reemplazar la actual Ley de Contrataciones por una nueva. Pero de nuevo tiene poco y parte de sus ejes centrales eran precisamente la ampliación de montos para cada modalidad.

Por ejemplo, la iniciativa 6141 busca ampliar la modalidad de baja cuantía hasta Q35,000, establecía la modalidad de compra simplificada para montos de Q35,000 a Q125,000 y la cotización pasaba a montos entre Q125,000 a Q2 millones (artículos 50 y 53 de la iniciativa). Varían los montos, pero la idea central es la misma. 

No quiero dejar de insistir en la necesidad de revisar y modificar la normativa de contrataciones. La legislación actual es deficiente, incongruente, está plagada de reformas que le han añadido inconsistencias, pero nada de lo que hoy está sobre la mesa legislativa corrige los vicios del actual sistema. Quizá, eso sí, sirvan para empeorar lo que ya tenemos.

¿Venezuela se arregló? El lavado de cara internacional de Maduro

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Hoy el dictador se victimiza, y aduce que su gobierno ha soportado sanciones, bloqueos y amenazas de invasiones.

 

Desde mediados del 2021, la narcodictadura venezolana ha hecho todos los intentos posibles para lavar su imagen frente a la opinión pública internacional y sembrar la idea de “apertura” de un supuesto retorno a la gobernabilidad con la oposición y de estabilización económica.

Lamentablemente, en su cometido coadyuvaron varios factores geopolíticos que –tal vez por azar– se alinearon para limpiar la imagen internacional del dictador: el giro electoral hacia la izquierda que ha tenido la región desde 2021, sobre todo en Estados Unidos, Colombia y Brasil[1]; además de la subida del precio de los combustibles, producto de las sanciones a Rusia por la invasión a Ucrania a inicios de 2022.

Recordemos que en 2019, la mayoría de los países latinoamericanos (por aquel entonces gobernados en su mayoría por la derecha), y liderados por Luis Almagro en la OEA, conformaron el Grupo de Lima. Este grupo de países pedían una transición democrática en Venezuela, la celebración de elecciones libres, la liberación de presos políticos y el respeto a los Derechos Humanos. Pero como dice el popular refrán “las oportunidades las pintan calvas”, esta alineación geopolítica no duró para siempre. A partir de 2020 y hasta 2022, la correlación de fuerzas en la región cambió y Maduro supo soportar la presión que le pusieron más de 50 países del hemisferio que no reconocieron su mandato.

Así las cosas, y gracias al trabajo estratégico que hizo el Grupo de Puebla como contraparte al de Lima, integrado en un principio por los gobiernos socialistas de México y España y al que se incorporaron luego Argentina, Bolivia, Chile y más recientemente Colombia; el vecindario se ha llenado de gobiernos dispuestos a cohabitar con la dictadura en Caracas.

Uno de los principales aliados internacionales de Maduro en estos momentos es Gustavo Petro. Ambos se reunieron el pasado 1 de noviembre, después de haber reanudado relaciones diplomáticas tras siete años en que la frontera entre ambos países estuviera cerrada y se retiraran sus delegaciones diplomáticas.

El colombiano también invitó a Venezuela a reintegrarse en la Comunidad Andina de Naciones y reiteró su decisión de retirarse del grupo de países que ha pedido una investigación de la Corte Penal Internacional por los crímenes de lesa humanidad de Maduro. Petro también tiene especial interés en que Maduro reincorpore a Venezuela en el Sistema de Derechos Humanos, el cual se abandonó en tiempos de Chávez en 2013. El fin de todo este lavado de imagen de Petro a Maduro es que Venezuela participe como sede, anfitrión y garante (junto con la Iglesia católica, Cuba y Noruega) en las negociaciones entre el gobierno colombiano y la guerrilla terrorista del ELN que comenzaron este 21 de noviembre en Caracas.

Estados Unidos también ha suavizado su postura con Maduro. En mayo de este año el gobierno de Joe Biden envió una delegación a Caracas, y anunció que levantaría algunas sanciones y en un acto de buena fe, liberaron a los “narcosobrinos” de la Primera Dama venezolana, Cilia Flores, presos en Estados Unidos desde 2017.

Actualmente la situación de Maduro es completamente diferente de lo que era hace unos años. Sólo basta con ver su debut, dándose la mano y saludando a líderes de Occidente como Emmanuel Macron y John Kerry en la Cumbre del Cambio Climático de Naciones Unidas. Hoy el dictador se victimiza, y aduce que su gobierno ha soportado sanciones, bloqueos y amenazas de invasiones.

Esto recuerda tristemente a comienzos de los años 2000 cuando el dictador libio Muamar Gadafi, luego de ser considerado un paria por los países de Occidente y de ser llamado "perro rabioso de Oriente Medio" por Ronald Reagan, lentamente comenzó a ser reintegrado a la comunidad internacional y a ser visto como un aliado de Estados Unidos y Europa luego de la invasión a Irak en 2003. Hasta que estallaron las protestas en Libia en 2010 y ya sabemos cómo terminó la historia.

La pregunta es si esta “gadafización” de Maduro y este lavado de imagen internacional, desembocará en lo que creen algunos ingenuos de que ahora sí se logren las condiciones para unas elecciones medianamente aceptables en 2024 que refrende toda la comunidad internacional.

El chavismo destruyó a la sociedad venezolana hasta sus cimientos y le arrebató el futuro a su gente, pero todo ese daño quedará atrás y sin castigo porque es más importante dar la imagen de que ya “Venezuela se arregló” y esconder el polvo debajo de la alfombra.

 

 

 

 [1] También entre 2021 y 2022 la izquierda ha ganado en Perú, Chile y Honduras. Sin contar que los otros dos países más grandes del continente después de Brasil: México y Argentina, están liderados por gobiernos de izquierda.

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