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Why hasn't there been a “military crackdown” in Venezuela?

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Un intento de explicación de los últimos 12 años

 

Por lo menos desde hace 12 años, un sector destacable de la oposición venezolana ha manejado la tesis de cambio de provocar un “quiebre militar” en las Fuerzas Armadas venezolanas como vía hacia una transición a la democracia. Repasaremos los diferentes momentos de esta estrategia de cambio e intentaremos explicar por qué el quiebre no ha ocurrido (hasta el momento), partiendo de la premisa de que hay una lectura errónea de cómo funcionan los ejércitos bajo regímenes no democráticos, pero también evaluaremos si es posible que el quiebre ocurra en el futuro cercano. 

En estos últimos 12 años de madurismo y de consolidación autoritaria de revolución chavista en Venezuela, ha tendido a endilgarse exclusivamente a los errores del liderazgo opositor la incapacidad de no haber podido salir del régimen autoritario y haber propiciado exitosamente un cambio político en el país. Sin embargo, el presente análisis parte desde una óptica diferente. De hecho, la oposición venezolana ha probado varias tesis de cambio político por vía de un “quiebre militar” a lo largo de estos años y ha intensificado cada vez más los medios políticos de presión (los únicos que tiene realmente a su disposición), para provocarlo. Repasaremos esas etapas, muy a grandes rasgos, ya que por momentos se han solapado entre sí y han coexistido: 

2014: Etapa de la lucha no violenta. A partir de estrategias usadas a comienzos del XXI en países como Serbia (2000), Túnez y Egipto (2011) y Ucrania (2013), se buscaba dividir el poder coercitivo del Estado a través de la movilización social y que, en el momento de ejecutar represión, hubiera un “quiebre”, o una crisis de conciencia en los represores que los terminara desarticulando para que finalmente decidieran “voltearse” al régimen autoritario antes que provocar una ruptura entre sociedad y poder político. ¿El problema? Ya para ese momento los cuerpos represivos estaban politizados e ideológicamente alineados al régimen. En ese sentido, para los ejecutores de la represión el conflicto más bien fue interpretado como una amenaza interna y reforzó la narrativa del enemigo. En ese momento también comenzaron las primeras olas represivas extensivas y la persecución intensiva contra la población, además de varios asesinatos a manifestantes con el uso desproporcionado de la fuerza que funcionaron como “casos ejemplarizantes”, que sirvieron para elevar los costos de salir a protestar y manifestarse políticamente. 

2015-2024: Etapa de la crisis de legitimidad.  Esta es la etapa más larga y peor caracterizada a nuestro juicio. Comienza con el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de 2015, que abrió otro capítulo en la lucha por recuperar la democracia en Venezuela, precisamente a partir de la crisis de legitimidad que ocurrió en el país cuando el régimen venezolano instrumentalizando al Poder Judicial (totalmente politizado por el chavismo), usurparon las funciones de un poder público democráticamente electo: la Asamblea Nacional. Se esperaba que estas acciones provocaran una crisis del orden legal-racional del Estado venezolano, sin embargo, se demostró que en la Venezuela chavista, la dominación efectiva no depende de la legalidad, sino de la obediencia efectiva que se ejerce bajo vínculos de intereses, corrupción y, en última instancia, de coerción. Es decir, la chavista-madurista es una forma más “desnuda” de dominación. De allí, es lógico derivar que la FANB no es una institución separada del poder, sino directamente interesada en su continuidad. De hecho, a partir de este punto, comienza a darse una “inversión” entre ejército y gobierno que está directamente vinculada a la cada vez más inexistente legitimidad del régimen autoritario, como consecuencia de la incapacidad congénita del madurismo para ganar elecciones. Por ende, surge la necesidad cada vez más imperiosa por parte del gobierno de ser sostenido por el ejército apelando a la “salvaguarda de la revolución” como “supremo interés nacional”. De allí que la naturaleza del poder en Venezuela haya mutado: de ser en sus inicios una supuesta unión “cívico-militar”, pasó a su verdadera esencia, que es una unión “militar-cívica”. Es decir, en palabras de un filósofo venezolano, el actual gobierno es la máscara más o menos civil de un régimen esencialmente militar. 

La ventana de la crisis de legitimidad no estaba del todo cerrada y las elecciones presidenciales de 2024 plantearon una nueva oportunidad para que la oposición venezolana terminara de enterrar de una vez por todas la ya inexistente legitimidad del régimen venezolano y terminara de socavar sus intentos por presentarse ante el mundo como un gobierno más. La contundencia en la demostración del fraude electoral fue tal, que al mundo no le quedó más remedio (incluso a gobiernos de izquierda) que repudiar abiertamente y denunciar a la tiranía venezolana. Sin embargo, dentro de Venezuela, como diría Hobbes, vuelve la espada y tanto el ejército como los órganos de seguridad, asumieron (de nuevo) el rol de sostener al régimen apelando a la razón de Estado, no sin costos cada vez más extremos: desatando la peor ola de represión vivida hasta el momento con la “Operación Tun-Tun”, llegando a convertirse en uno de los países con más presos políticos del continente y despolitizando eficazmente a la población que, luego de las protestas del 29 y 30 de julio, no se ha movilizado masivamente en las calles. 

2025: Etapa de la amenaza externa directa. Si bien desde el año 2016 comenzó una batería de sanciones al régimen venezolano por parte de Estados Unidos, calificándolo como “una amenaza inusual”, de allí en adelante (sobre todo en los gobiernos de Donald Trump), la política de sanciones políticas y económicas al régimen venezolano sólo ha incrementado con designaciones por narcotráfico y terrorismo e incluso ofreciendo recompensas de varios millones de dólares por la captura de sus cabecillas. Pero aunque el venezolano ya es de los regímenes más sancionados del mundo junto con el ruso y el iraní, las mismas constituyen lo que llamamos “amenazas externas indirectas”, las cuales funcionan en la mayoría de países de la región como método para “doblarle el brazo” a los gobiernos. Así que luego de una década usando amenazas indirectas, el segundo gobierno de Trump a través de una nueva estrategia liderada por los Secretarios de Estado y de Guerra, Rubio y Heghseth, ha puesto sobre la mesa finalmente la carta de la amenaza externa directa, con un despliegue militar en el Caribe considerable que ya pasa los 100 días. Dentro de esta etapa que busca el mentado “quiebre militar”, por primera vez ya el problema venezolano dejó de ser de los venezolanos para convertirse en un tema de importancia para lo que los norteamericanos denominan su “seguridad hemisférica”. De manera que la oposición venezolana no tiene ningún rol de decisión en esta nueva etapa, más allá de lo simbólico y moral, con alguna capacidad de persuasión a lo sumo, pero bastante limitada. Como hemos dicho en otras ocasiones, en este punto, la estrategia del régimen venezolano es “esperar y ver” más no desescalar, en una apuesta arriesgada a que sea Estados Unidos quien finalmente dude en llegar a una acción de fuerza y proponga una negociación (en la que el régimen venezolano estaría en desventaja, más no liquidados), además de que también apuestan al desgaste a lo interno del gobierno norteamericano con cada día que pasa sin que se decidan, sembrando narrativas para influir en la opinión pública. 

Resiliencia, despolitización y evolución del régimen venezolano

“Toda sobrepolitización es una despolitización y viceversa”, dice el sociólogo político francés Julien Freund. No hay “quiebre” cuando el aparato coercitivo no se percibe a sí mismo como externo al régimen y por ende garante de una construcción política más amplia nacional como lo es la República que existe desde 1830 (mucho menos subordinado a esa ficción llamada “control civil”); sino que más bien se percibe como el garante existencial del régimen chavista revolucionario. Esto logrado en el último cuarto de siglo a través de la desprofesionalización y sobrepolitización donde la promoción militar depende de la lealtad ideológica, y ya no hay doctrina militar sino ideología revolucionaria y partisana. Sobre esto, refiere el politólogo estadounidense Samuel P. Huntington que los ejércitos politizados no dan golpes, los profesionales e institucionalizados, sí. Mientras más racional e institucional es el ejército, más fácil es provocar un quiebre. Sin embargo, mientras más arcaica es la forma de dominación en el ejército, más difícil es provocar divisiones porque sus estructuras dependen del mando personal de los superiores y del “espíritu de grupo” del cuerpo que lo integra. Y del lado del régimen político o gobierno: mientras la forma de gobierno tienda más a la dispersión de poder (como es el caso de las repúblicas democráticas), más fácil de derribar es. Y al contrario, mientras la forma de gobierno tienda más a la concentración de poder y a la construcción de mando (tiranía, despotismo, totalitarismo), más difícil de derrumbar. 

Luego de un inestable siglo XX en donde los golpes de Estado estaban a la orden del día, actualmente la mayoría de regímenes autoritarios han aprendido las lecciones y han desarrollado una estrategia “anti-quiebres”. La primera lección que han aplicado es la fragmentación y dispersión del monopolio de la fuerza. Aparte de las fuerzas armadas regulares, estos regímenes tienen otros cuerpos armados como los paramilitares y organizaciones irregulares, pero también (imitando los casos de Medio Oriente y África), han implementado un primer anillo de seguridad externo que se ocupa exclusivamente del gobernante y su familia, que en el caso venezolano se sabe que ese anillo son los cubanos. También desde el siglo XXI los regímenes han perfeccionado sus sistemas de espionaje interno y tienen distintos órganos de inteligencia y contrainteligencia militar y civil que compiten entre sí, lo cual resuelve el eterno problema histórico de “¿quién vigila al vigilante?”. En el caso venezolano, órganos como la DAET (antes FAES), DGCIM, SEBIN, pero luego otros cuerpos cuyas verdaderas funciones son también de control político como el CONAS, participan dentro del esquema de represión del régimen y hacen más complicada la coordinación que requeriría un eventual quiebre. 

Además de este aprendizaje “teórico”, por así decirlo, principalmente de experiencias históricas; el régimen venezolano ha “metabolizado” todos los momentos previos de intensidad política detallados antes y ha perfeccionado cada vez más sus mecanismos de control político a lo interno de su funcionamiento.

Mientras el monopolio de la fuerza siga fragmentado y disperso, y mientras las fuerzas armadas y de seguridad sigan siendo un actor interesando en perpetuar la continuidad del poder, en lugar de ser un árbitro pretoriano; la idea del “quiebre” será una expectativa de los políticos proyectada desde categorías que ya no describen al régimen real que ha mutado en los últimos 12 años. De manera que hay que plantearse el cambio político desde nuevos supuestos más realistas, además aprovechando la ventana de oportunidad que está abriendo la actual amenaza externa: aunque eventualmente el régimen pueda prescindir de alguna figura que ejerce funciones de mando político para bajar la presión sobre ellos mismos, no consentirán voluntariamente un gobierno de la oposición. 

Minimum Wage: Solution or Problem?

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El salario mínimo provoca más daños que beneficios

 

En estas semanas, el presidente tendrá que decidir si aumenta o no el salario mínimo, lo que tendrá un impacto en la economía, para bien o para mal.

En 2025 el salario mínimo aumentó 10 % y en 2024 aumentó 7 %. El salario mínimo es 17.60 % más alto de lo que era en 2023. Esto puede sonar bien, pero ¿realmente beneficia a los guatemaltecos?

Lo primero es que el salario mínimo lo reciben solo el 34 % de los empleados, que son los que se encuentran en la formalidad. El restante 66 % no recibe el salario mínimo, debido a que sobreviven en laborales informales.

En el área rural, la informalidad aumenta a 77.8 %. El ingreso promedio que reciben los trabajadores en el área rural es de Q 1,986 y en los centros urbanos del interior el ingreso promedio es Q 2,772.  Ambos ingresos están por debajo del salario mínimo de maquila de Q 3,097 y mucho más lejos del salario mínimo no agrícola de Q 3,723.

La conclusión de los datos anteriores es que, en la práctica, la gran mayoría de guatemaltecos están fuera del sistema formal y el salario mínimo es algo que no les beneficia. 

Al contrario, cuando se aumenta el salario mínimo, cuesta más que una persona pase de la informalidad a la formalidad, debido a que las empresas pequeñas y medianas tienen mucha dificultad para pagar el salario mínimo. 

Para aumentar el salario de todos los guatemaltecos, se necesita que vengan muchas empresas de todas partes del mundo a poner fábricas y que demanden trabajadores. Se necesita más productividad. Este debería ser el objetivo del gobierno.

Aumentar el salario mínimo beneficia a solo un tercio de los trabajadores, la gran mayoría ubicados en el área metropolitana. ¿Qué pasa con el resto? Olvidados, como siempre.

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario

The right turn

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Es una oportunidad para corregir el rubo

 

Varios países de la región tuvieron elecciones este año y la sorpresa ha sido la victoria de los candidatos de derecha. Parece que los votantes están “castigando” a la izquierda por no dar los resultados esperados. 

En el caso de Bolivia, luego de veinte años de la influencia de Evo Morales, finalmente ganó un candidato de derecha, en medio de una grave crisis económica, que incluye escasez de gasolina y alimentos.

En Chile, todo parece indicar que ganará Antonio Kast el próximo 14 de diciembre, con lo cual la derecha retomará el poder, luego del fracasado gobierno de Gabriel Boric. Ese país se encuentra en un estancamiento económico y una grave crisis de seguridad. 

Honduras, por su parte, le dio la espalda al partido de Xiomara Castro, quien deja el poder en medio de graves escándalos de corrupción y un creciente descontento ciudadano.  Castro fue una aliada incondicional de la dictadura de Maduro en Venezuela. 

Pero no debemos confundirnos. Este giro no implica que América Latina ahora siente una gran simpatía por las propuestas de derecha. Es simplemente que las personas buscan resultados ante las crisis económicas, sociales, políticas o de seguridad que enfrentan nuestros países. 

Si los nuevos gobernantes de derecha no aprovechan esta oportunidad para hacer transformaciones para lograr mayor crecimiento económico, mejor seguridad y más acceso a servicios públicos, la izquierda estará de vuelta en cuatro o cinco años.

Pero, sobre todo, esta ventana de oportunidad debe aprovecharse para consolidar el Estado de Derecho y hacer los cambios institucionales que permitan contar con Estados más eficientes y una auténtica democracia liberal. 

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario

A Budget Tailored to CODEDES

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El Congreso aprobó el Decreto 27-2025, que contiene el Presupuesto General de la Nación para 2026, repitiendo un patrón ya conocido.

 

El Congreso aprobó el Decreto 27-2025, que contiene el Presupuesto General de la Nación para 2026, repitiendo un patrón ya conocido: aprobación de madrugada, por urgencia nacional y con mínima deliberación. Con un total de Q163 mil millones, este es el presupuesto más alto de la historia reciente y equivale al 16.1% del Producto Interno Bruto, un nivel sin precedentes para el país.

Uno de los puntos críticos es el artículo 163, que establece una asignación extraordinaria de Q6,312.1 millones a favor de los Consejos Departamentales de Desarrollo (Codedes). El propio decreto señala que estos recursos deben destinarse “prioritariamente” a proyectos de agua potable, saneamiento, alcantarillado, manejo de desechos sólidos e infraestructura básica, pero también deja abierta la posibilidad de financiar prácticamente cualquier obra local: desde caminos rurales y drenajes hasta edificios de usos múltiples e infraestructura vial urbana.

Aunque el artículo indica que los proyectos deben cumplir procesos de planificación y publicarse en Guatecompras, la amplitud del catálogo y las excepciones incluidas, como la no aplicación de ciertas restricciones del artículo 30 Bis de la Ley Orgánica del Presupuesto en proyectos de agua, terminan debilitando los controles técnicos.

Según explicó Ricardo Barrientos (ICEFI) en una entrevista que le hice junto a Erick Coyoy (ASIES), al sumar el aporte ordinario, este aporte extraordinario y los traslados de saldos autorizados en el Decreto 7-2025, los Codedes podrían administrar alrededor de Q16,600 millones en 2026. Esto los convertiría en una superestructura de gasto con más recursos que el Ministerio de Salud, el segundo ministerio más grande en términos de presupuesto después de Educación.

El problema, señalan los analistas, no es solo el monto, sino la manera en que se distribuye. En la práctica, la tabla de asignación municipal opera con criterios políticos y no técnicos.

A eso se suma la preocupación por los proyectos incluidos en los anexos del presupuesto. Como advirtió Barrientos, muchos carecen del número de registro correspondiente en el Sistema Nacional de Inversión Pública (SNIP), lo que implica que no cuentan con estudios de preinversión, factibilidad o costos: requisitos básicos para asegurar viabilidad. Incluir proyectos sin SNIP abre la puerta a obras improvisadas, sobrevaloradas o inviables, y refleja un patrón conocido: presupuestos inflados para distribución política, no para inversión efectiva.

Otra alerta está en las transferencias a organizaciones no gubernamentales. Aunque debe revisarse en el artículo específico del decreto, los analistas señalaron que se aprobaron Q2,400 millones hacia ONG, replicando esquemas cuestionados en legislaturas pasadas y mezclando organizaciones legítimas con otras de reciente creación o vinculadas a actores políticos.

Pasemos ahora al terreno legal. Este decreto reproduce un vicio que he señalado y del que también adolece el Decreto 7-2025: la llamada “multianualidad” de los fondos de los Codedes. El artículo 54 del Decreto 27-2025 amplía el presupuesto 2026 de los Consejos Departamentales de Desarrollo con los saldos por devengar de ejercicios anteriores. Así, el dinero no ejecutado no se extingue al cierre del año, sino que se traslada automáticamente al siguiente.

Esta lógica se conecta directamente con el artículo 2 del Decreto 7-2025, que adiciona el artículo 45 Ter a la Ley Orgánica del Presupuesto y permite que los saldos no devengados de las asignaciones extraordinarias a los Codedes permanezcan disponibles en la Cuenta Única del Tesoro, además de facultar al Ministerio de Finanzas a ampliar el Presupuesto General por vía administrativa. En la práctica, ambos mecanismos crean un régimen multianual excepcional para los Codedes, al margen del principio de anualidad y de la unidad del presupuesto, y constituyen, a mi juicio, una clara inconstitucionalidad.

Además, todo este entramado tiene un costo político evidente. Para el oficialismo, el acuerdo que permitió la aprobación del presupuesto implicó pagar un precio altísimo, sin que a cambio se avanzara en leyes sustantivas para el país ni en las prioridades estratégicas del propio gobierno. Mientras se multiplicaron recursos para estructuras locales con débil control y clara utilidad política, quedaron fuera de la agenda reformas indispensables en materia de transparencia e institucionalidad. El resultado es un presupuesto que fortalece clientelas, pero no impulsa políticas de Estado.

En conjunto, el presupuesto aprobado para 2026 concentra recursos extraordinarios en mecanismos políticamente manejables, reduce controles técnicos y debilita la disciplina fiscal. Tanto la forma de aprobación como el contenido del decreto profundizan los patrones más oscuros del ciclo presupuestario guatemalteco.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora

Will Donald Trump remove Nicolás Maduro from power?

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Un portaviones, una designación de terrorismo y una nueva ventana de negociación

 

Recapitulemos: desde mediados de agosto de este año, el Mar Caribe es el escenario del despliegue militar más importante en varias décadas cuyo objetivo es, en principio, hacer operativos antinarcóticos utilizando poder de fuego militar. Pero, con el paso de las semanas, este contingente ha ido agrandándose y tomando fuerza. Lo que comenzó en la zona del Caribe con 4000 efectivos, ya va por la suma de 15,000 hombres, barcos destructores, submarinos y aviones bombarderos, un despliegue equivalente al 20% de la fuerza naval de Estados Unidos, según varios expertos en seguridad. Lo cual ha hecho pensar a analistas y medios de comunicación (aunque sin confirmaciones oficiales de la Casa Blanca), que realmente lo que se está buscando es un cambio de régimen en Venezuela

En estos meses, se han especulado todo tipo de causas, motivaciones y posibles desenlaces. Cada día salen por lo menos cinco o más notas de distintos medios de comunicación, en su mayoría estadounidenses, con supuesta información interna de la administración, fuentes anónimas, opiniones de expertos en seguridad y defensa que plantean todo tipo de hipótesis y aventuran escenarios. La incertidumbre parece estar a la orden del día. En ese sentido, vale la pena plantearse una hipótesis de trabajo a partir de una premisa negativa y es que si bien el objetivo de Estados Unidos es probablemente un cambio de régimen en Venezuela, no pretenden hacerlo por vías directas con acciones de fuerza en territorio venezolano sino por vías indirectas como lo han hecho históricamente en el continente: con disuasión. En ese sentido, el análisis que sigue a continuación, parte de esta proposición. 

Pasados tres meses de este despliegue, cada escalada que anuncia Estados Unidos, no está teniendo el efecto que se busca de terminar de fracturar al régimen venezolano y lograr el ansiado “quiebre militar” en las fuerzas armadas venezolanas que conduzca a una transición democrática. De hecho, mientras el régimen venezolano se encuentra inconmovible, paradójicamente, dentro de las consecuencias no intencionadas de estas maniobras de la administración norteamericana, es el gobierno vecino de Colombia quien ha entrado en una nueva crisis, producto del apoyo de Petro al régimen venezolano y también se están viendo las irradiaciones en el gobierno de España donde se ha relacionado al partido de gobierno con el régimen venezolano a partir de la figura del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. El terremoto político pareciera llegar a todas partes menos a Venezuela. ¿Por qué? La teoría política[1] nos dice que estas estrategias más indirectas de desestabilización (sanciones, operaciones psicológicas, propaganda, disuasión, etc.), funcionan más bien en gobiernos descentralizados donde el grupo gobernante no tiene control total de las instituciones del Estado y donde todavía existen ciertos contrapesos, así como oposición política. El cual no es el caso del régimen venezolano. 

Con el paso de los días y las semanas, hemos atravesado varios hitos que siguen subiendo los costos de permanencia del régimen venezolano: en primer lugar, la llegada del portaviones Gerald R. Ford (uno de los más poderosos del ejército estadounidense) a las costas del Mar Caribe. Y en segundo lugar, la entrada en vigor de la designación del Cartel de los Soles como terroristas por el Departamento de Estado el lunes 24 de noviembre. Con cada hito que se anuncia, se está buscando subir la intensidad política que termine detonando acciones internas que desestabilicen al régimen venezolano. La metáfora sería la de un desfibrilador que lanza descargas eléctricas, esperando que el corazón del paciente se reanime: cada “ultimátum” que se lanza es como una descarga que busca la anhelada reacción que desencadene un cambio. Pero esta estrategia plantea cuatro problemas: primero, el gobierno estadounidense debe seguir subiendo la intensidad para seguir manteniéndose creíbles. Segundo, se pierde cada vez más consenso dentro de Estados Unidos sobre un eventual cambio de régimen en Venezuela. Tercero, la operación “tun-tun” y la represión dentro de Venezuela fue tan efectiva, que un levantamiento popular es bastante improbable. Y cuarto, Maduro ya tomó la determinación de trasladar la decisión de comenzar el conflicto a Estados Unidos. Desarrollaremos mucho más este último punto de seguidas: 

  • Conflicto planteado como un juego de brinkmanship o chickengame. Este es un tipo de juego donde se plantea llegar hasta la última consecuencia posible: los dos jugadores están frente a frente y aprietan el acelerador, buscando una colisión fatal, hasta que uno de los jugadores termine frenando o desviándose por miedo a colisionar. Al contrario de varios análisis que se han planteado, este juego no lo gana quien tenga el carro más rápido o más grande (mayor poder), sino el que asume el costo de perderlo todo, bien porque sabe en el fondo que el otro jugador está haciendo bluff y no cumplirá la amenaza de estrellarse, o bien porque no teme al peor desenlace y prefiere, antes que retirarse, no quedar en una posición más desventajosa que en la que está ahora; aunque esa decisión le cueste la vida. ¿Es esa una decisión racional?  En análisis anteriores dijimos que este mismo dilema se le presentó a Fidel Castro en 1962 y supo sortear la amenaza nuclear de Estados Unidos, poniéndose justamente en el centro de la mirilla del gatillo sacrificando a la isla entera “por la lucha contra el imperialismo”. De hecho, la historia política no es ajena a este tipo de situaciones: relata Maquiavelo en sus Discorsi…, que en pleno Renacimiento italiano, la condesa de Forlì, Catalina Sforza, no le importó escapar dejando a sus hijos como rehenes en prenda a sus secuestradores y ante la amenaza de matarlos, les respondió a los asesinos “que tenía con qué hacer otros”. La clave entonces para ganar este juego es no subestimar hasta dónde tu enemigo es capaz de llegar.

  • ¿Donald Trump hizo todo esto para nada? La mayoría de analistas se hacen esta pregunta para convencerse de que, llegados a este punto y con tanto en juego, una acción de fuerza por parte de Estados Unidos tendría que ser inminente. Pero si nuestra hipótesis anterior es correcta, entonces la respuesta a esta pregunta es necesariamente . Es decir, la intención de Donald Trump nunca fue entrar en Venezuela con una acción de fuerza, sino que, bajo el expertise del Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, lo que se buscaba era plantear el escenario más extremo esperando, o bien una traición interna en el régimen venezolano, o bien una rebelión popular, y por consiguiente, un eventual quiebre. Esto no es más que la estrategia del fake it till you make it, tan común en el mundo de los negocios, donde el performance puede ser mucho más costoso que el trato que se quiere conseguir momentáneamente, hasta obtener el premio gordo o el big break. El problema es que esta estrategia no siempre es trasladable al mundo de lo político, que opera bajo otros presupuestos y leyes internas a su propia esencia. Amarga lección. 

Como una apuesta así es muy difícil de mantener en el tiempo, es probable que por eso desde hace dos semanas hemos escuchado declaraciones del presidente Trump sobre posibles conversaciones con el régimen venezolano. Dado este escenario y con el reloj en contra ¿qué le queda a Trump? Buscar una salida honrosa con alguna ganancia que ya veremos en los próximos días o semanas cuál será. En todo caso, el propio gobierno estadounidense, ante este probable desenlace, se cubrió las espaldas con su propio ticket de salida: nunca hablaron de regime change en Venezuela, sino de controlar el narcotráfico y la migración ilegal. Lo demás “fueron inventos del mainstream media”.

Dos últimos puntos: lo anterior no deja de ser un ejercicio de análisis bajo una hipótesis de trabajo, de ninguna manera es una sentencia o una predicción. Como dijimos antes, el escenario actual es de incertidumbre y nadie sabe realmente qué va a pasar. Podemos estar equivocados, como lo hemos estado otras veces en el pasado. Y por otra parte, no hay nada qué reprocharle al liderazgo de María Corina Machado quien, haciendo sacrificios inmensos y poniendo en juego su libertad, la de su familia y la de su equipo, además de su propia vida; se jugó su credibilidad apostándolo todo a esta estrategia que no dependía de ella y que (como todo) tenía probabilidades de fallar. 

En conclusión, ya no se puede decir que no se ha intentado todo para salir de esta pesadilla, pero a veces ni siquiera "todo" es suficiente. 

 


 


[1] Dice Samuel P. Huntington, que la efectividad de los golpes militares clásicos depende directamente de la concentración de autoridad en el Estado. Entonces los golpes militares clásicos suelen ser relativamente fáciles de organizar y suelen tener éxito en gobiernos donde la autoridad del Estado escasea porque “sus gobiernos se encuentran a merced de intelectuales alineados, coroneles estrepitosos y estudiantes revoltosos”. El problema de los regímenes comunistas es que si algo saben hacer a la perfección es construir autoridad dentro de la formación estatal bien sea por ideología o por terror, es decir: “crean gobiernos que pueden gobernar” y saber construir un Estado siempre será una empresa más difícil que derribarlo (El orden político en las sociedades de cambio. Pp. 28)

Budget 2026: Development or More Corruption?

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El presupuesto aprobado tiene los mismos vicios del pasado

 

El presupuesto 2026 fue aprobado y, como en años anteriores, será un gran bolsón de corrupción para alcaldes, diputados y muchos otros funcionarios públicos. El Congreso repartió a manos llenas y sin restricción.

El Ejecutivo tampoco se salva de la responsabilidad, ya que fue el que propuso inicialmente este presupuesto, que ha sido criticado por diversos actores de sociedad civil, incluidos varios tanques de pensamiento. 

De nuevo se le dedican miles de millones a los Codedes, que han sido la fuente de corrupción durante años. Ese fue el pago que recibieron los diputados para aprobar este presupuesto.

Se incluyeron más de Q30,000 millones de deuda que, si bien no pone en riesgo la macroeconomía en el corto plazo, sí es un incentivo para que en los años siguientes se siga endeudando al país a niveles que ya no serían sostenibles. 

Para el 2026 se tiene contemplado pagar más de Q17,000 millones solo en intereses. Dedicamos más dinero a pagar intereses que al Ministerio de Salud. De hecho, solo el Ministerio de Educación recibe más dinero que el dedicado al pago de intereses. 

Lo más triste de todo es que la deuda que adquirimos termina en corrupción, despilfarro y negligencia. 

El Estado de Guatemala, en sus diferentes ramas y entidades, es altamente corrupto. Darle más recursos solo alimenta esa corrupción que termina robándonos la posibilidad de desarrollarnos. 

La reforma del Estado, para que sea más transparente y eficiente, sigue durmiendo el sueño de los justos. Pero la clase política no tiene ningún incentivo para cambiar el Estado porque si no, se les terminaría la fiesta de corrupción. Otro año más, los tributarios pagaremos impuestos y los políticos seguirán robando. 

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario

A Prosecutor's Salary: a National Secret?

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El salario del fiscal no solo puede conocerse; debe estar publicado de oficio.

 

El jefe de la Fiscalía Especial (FECI) contra la Impunidad, Rafael Curruchiche, afirmó recientemente que su salario no puede hacerse público porque la Ley de Acceso a la Información Pública lo prohibiría. Según dijo, el salario de una persona “no se puede proporcionar” y mencionó, con poca precisión, el artículo 24 de dicha ley. Más allá de la cita errónea, el problema es otro: el argumento invierte por completo la lógica del derecho de acceso a la información y confunde al ciudadano sobre el alcance de sus garantías constitucionales.

La Constitución parte de una idea sencilla: los actos de la administración son públicos. El artículo 30 reconoce el derecho de toda persona a obtener informes, copias y certificaciones de esos actos, salvo en tres supuestos muy concretos: asuntos militares o diplomáticos de seguridad nacional y datos suministrados por particulares bajo garantía de confidencia. El régimen es, por diseño, de apertura. La regla es la publicidad, las reservas son excepcionales y taxativas.

Si el salario del fiscal fuera realmente información “no pública”, tendría que encajar en alguno de esos supuestos constitucionales. Pero su remuneración no es un asunto militar, no es una gestión diplomática en curso y no es un dato entregado por un particular bajo confidencialidad. Es, más bien, un dato directamente vinculado al uso de recursos públicos. De entrada, la Constitución ya inclina la balanza del lado del ciudadano, no del funcionario.

La Ley de Acceso a la Información Pública desarrolla esta lógica. En sus primeros artículos refuerza el principio de máxima publicidad, la transparencia en el manejo de recursos públicos y la obligación de la administración de rendir cuentas. No estamos ante una norma pensada para blindar a los funcionarios, sino para abrir las ventanas del poder público y permitir que cualquier persona lo supervise.

La propia ley define al Ministerio Público como sujeto obligado: debe proporcionar la información pública que se le solicite. Y, más aún, le impone obligaciones específicas de transparencia activa. El artículo 10 establece un catálogo mínimo de información que debe estar disponible en todo momento, sin necesidad siquiera de una solicitud. Entre esos datos se encuentran el número y nombre de funcionarios y empleados, así como los salarios, honorarios, dietas, bonos, viáticos y cualquier otra remuneración que perciban.

Es decir, el salario del fiscal no solo puede conocerse; debe estar publicado de oficio. La única salvedad que admite el artículo 10 es cuando la divulgación ponga en riesgo el sistema de seguridad nacional, la investigación criminal o la inteligencia del Estado. Resulta difícil sostener, con seriedad, que la publicación del monto que recibe el jefe de una fiscalía encaje en esa categoría.

Tampoco lo rescatan las figuras de “información confidencial” o “reservada” reguladas por la misma ley. La información confidencial abarca, entre otras cosas, datos sensibles de la vida privada: hábitos personales, salud, creencias religiosas, vida sexual u otras cuestiones íntimas. El salario de un funcionario, pagado con fondos públicos, no forma parte de ese ámbito. Y la información reservada se limita a temas de seguridad nacional, diplomacia, propiedad intelectual, investigaciones penales o estabilidad económica, entre otros supuestos igualmente ajenos al caso.

Para que una autoridad pueda negar información alegando confidencialidad o reserva, la ley exige además una prueba de daño: demostrar que la divulgación amenaza efectivamente el interés protegido y que ese perjuicio es mayor que el interés público de conocer. Aplicado al salario del fiscal, el ejercicio resulta absurdo. El daño, en todo caso, lo sufre la transparencia cuando se oculta un dato que permite auditar el uso del dinero de los contribuyentes.

La reacción ciudadana cuando se conocieron los salarios de los diputados y el aumento a los Q66,000 mostró por qué estas normas importan. La publicidad de la información no es un formalismo: es lo que permite que la opinión pública juzgue si las remuneraciones son proporcionales, si existen privilegios injustificados o si el gasto en personal responde a criterios razonables. Lo mismo vale para el Ministerio Público.

Cuando un funcionario invoca de manera incorrecta la Constitución y la Ley de Acceso para negar lo que debe ser público, el mensaje es preocupante. Puede ser desconocimiento de la ley o simple mala fe; cada quien sacará sus conclusiones. Pero el derecho es claro: el salario del fiscal es información pública. Y ejercer ese derecho no es molestia ni curiosidad malsana. Es, sencillamente, hacer valer una garantía que la propia Constitución nos reconoce.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora

Are We Ready for the 2030 World Cup?

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Con planificación, perseverancia y disciplina podemos lograrlo

 

La ilusión del mundial terminó para Guatemala dejando decepcionados a una gran cantidad de aficionados. En algunos partidos, la selección nacional brilló y parecía capaz de ganarse el boleto al evento mundialista, pero luego perdió ante rivales relativamente fáciles.   

La selección fue bastante errática en sus resultados. A momentos ilusionaba y luego volvíamos a decepcionarnos. Para los aficionados chapines fue como una montaña rusa, con momentos de gloria y luego de amargas derrotas.

Sin embargo, la selección se fue con honor, al haber jugado un excelente partido ante Surinam. Si tan solo así hubiese jugado los partidos anteriores, pero ahora ya no se puede hacer nada, sino pensar en el mundial de 2030.

Lo primero que tenemos que hacer es superar la barrera mental de que Guatemala es incapaz de ir a un mundial. Muchos chapines creen que es una causa perdida y que mejor ni lo intentemos. 

Pero Erick Barrondo, Adriana Ruano y Jean Pierre Brol demostraron que Guatemala es capaz de lograr lo que considerábamos imposible, ganando las primeras tres medallas olímpicas para nuestro país.

Con su ejemplo, estos tres deportistas demuestran que, con disciplina, constancia, sacrificios y una voluntad inquebrantable, los chapines somos capaces de ser competitivos a nivel mundial. 

Por esa razón, los encargados del deporte nacional y del fútbol en particular, deben hacer una gestión profesional, transparente y ética que le brinde todo el apoyo a los deportistas en los siguientes cuatro años para lograr el sueño mundialista. 

La selección actual parece prometedora y si se le da continuidad, podría llegar a cumplir el sueño del mundial 2030. No es fácil, pero es un sueño posible para Guatemala.

 

*Columna publicada originalmente el 20 de noviembre en Nuestro Diario

The Renewal of the TSE

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El funcionamiento de la democracia está en juego

 

Esta semana dio inicio el proceso para renovar a los magistrados del Tribunal Supremo Electoral, una institución que representa el corazón de nuestra democracia. 

En el proceso están involucrados el rector y el decano de la Facultad de Derecho de la USAC. También las universidades privadas designan un representante de los rectores y un representante de los decanos. Por último, el Colegio de Abogados también elige un representante. 

En total son cinco personas que tienen en sus manos el futuro de las instituciones democráticas del país. Si se eligen malos magistrados, se podría agravar la crisis que ha sufrido esa institución en los últimos años, poniendo en riesgo la estabilidad de nuestra democracia.

Es necesario que las universidades privadas cumplan su deber histórico y elijan a sus dos representantes de forma responsable, para que todo el proceso goce de legitimidad y respetabilidad. De igual forma, el Colegio de Abogados debe realizar el proceso de elección de su representante con la mayor participación posible de sus agremiados, llamando al voto informado. 

Los nuevos magistrados deben tomar posesión el 20 de marzo del próximo año y tendrán pocos meses para preparar las elecciones del 2027, por lo cual deben ser personas con una larga trayectoria profesional que les permita cumplir con el desafío que tienen por delante.

Como sociedad, debemos poner toda nuestra atención en este proceso. No podemos ser indiferentes, porque el futuro del país está en juego. Los nuevos magistrados tendrán a su cargo dos procesos electorales: los de 2027 y 2031. Cumplamos nuestro deber ciudadano y vigilemos con interés este proceso.

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario.

The Court Sits in Plenary

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Corto

La semana pasada el Congreso eligió a la nueva Junta Directiva para el período 2026-2027

 

La semana pasada el Congreso eligió a la nueva Junta Directiva para el período 2026-2027, presidida por el diputado Luis Contreras, del partido CREO, en una alianza que consolida al bloque oficialista. Esa elección, sin embargo, no puede entenderse sin mirar el episodio previo que la hizo posible: un amparo ante la Corte de Constitucionalidad que, una vez más, metió al máximo tribunal en el corazón de la política parlamentaria.

El conflicto se originó en la sesión del 28 de octubre. Ese día, el diputado Sergio Celis presentó una moción privilegiada para alterar el orden del día y proceder a la elección del Primer Secretario de la Junta Directiva, vacante desde la separación de la diputada Paz del bloque VOS. La moción fue aprobada con 89 votos, en presencia de 111 diputados. El Pleno tenía quórum suficiente, pero cuando se pidió verificar asistencia, el presidente del Congreso, Nery Ramos, constató que en la mesa solo permanecía un secretario. La Ley Orgánica del Organismo Legislativo exige la presencia del presidente, o de un vicepresidente, y dos secretarios para considerar integrada la Junta Directiva. Con base en esa ausencia, Ramos decidió cerrar la sesión. El tablero mostraba entre 96 y 98 diputados presentes, es decir, quórum del Pleno, pero no de la Directiva.

Tres diputados de oposición interpusieron un amparo ante la Corte de Constitucionalidad. Alegaron que el cierre de la sesión fue arbitrario, que el Congreso sí tenía quórum y que la moción privilegiada debía conocerse “de manera ininterrumpida”. Argumentaron que el presidente pudo integrar la mesa con otro secretario o declarar la sesión permanente, pero optó por suspenderla para bloquear la elección. La Corte coincidió con ellos. En una resolución expedita, otorgó amparo provisional y ordenó reanudar la sesión el 4 de noviembre a las 2 de la tarde, en el punto exacto donde se interrumpió. Además, instruyó a la Directiva a mantener la sesión abierta, a no levantarla por ausencia de secretarios y a garantizar el debate hasta la elección.

Así fue. El 4 de noviembre el Congreso sesionó bajo orden judicial y eligió las dos vacantes de la Junta Directiva 2025-2026, y luego a la nueva Junta para 2026-2027.

El episodio, sin embargo, deja preguntas de fondo. Esta Corte, tan diligente para corregir una maniobra parlamentaria que, aunque cuestionable, tenía remedios políticos propios, no se mostró igual de rápida en el pasado reciente. La legislatura anterior abusó del poder cerrando micrófonos, limitando el uso de la palabra y manipulando los tiempos de votación sin que el tribunal reaccionara con la misma urgencia. Entonces, la Corte no fue garante del principio de legalidad con igual fervor. Hoy sí. Esa asimetría, más que jurídica, es política: la justicia constitucional se vuelve selectiva, sensible a quién ocupa el poder y quién lo impugna.

La maniobra de Ramos, romper la integración de la Junta Directiva para detener una votación incómoda, es difícil de defender. Pero el Congreso tiene mecanismos internos para resolver esos problemas. Probablemente, sin dicho amparo, se habría sesionado de igual manera el 4 de noviembre y se habría podido retomar la moción privilegiada por los cauces internos y ordinarios. En otras palabras, existen remedios políticos. La pregunta es si una Corte Constitucional debe convertirse en corrector de los desórdenes internos del Legislativo, especialmente cuando estos no son reiterados ni irreversibles.

El amparo también tuvo una intención política evidente: quienes lo promovieron buscaban forzar la reanudación de la sesión para elegir la Junta Directiva del período 2025-2026, en la que la oposición creía tener los votos. Al final, el cálculo falló y el oficialismo ganó esa elección. Pero más allá del resultado, el recurso judicial usado para inclinar una correlación de fuerzas interna revela un uso instrumental del amparo y de la propia Corte.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora

 

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