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El 20 de octubre de 1944 y el conflicto político en la segunda mitad del siglo XX
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Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
06 Oct 2021

Las raíces del conflicto político se encuentran en la Constitución del 45

La Constitución de 1945 es considerada como referente de democratización, ya que materializaba las aspiraciones de libertad de las gestas de junio y octubre del 44, y contenía una serie de garantías sociales y laborales. No obstante, la misma Constitución abrió un flanco que se convertiría en causal de inestabilidad entre 1949 y 1960.

Con el fin de minimizar la instrumentalización de la fuerza armada, los constituyentes diseñaron un modelo de dispersión de poder para el Ejército. El Presidente fungía como Comandante en Jefe y dictaba sus órdenes a través del Ministro de la Defensa. Y como balance al poder del Ejecutivo, se creó la figura de Jefe de las Fuerzas Armadas, nombrado por el Congreso.

Jacobo Árbenz, oficial de escuela y miembro de la Junta de Gobierno, fue nombrado Ministro de la Defensa; mientras Francisco Javier Arana, oficial de línea y miembro de la Junta, fue designado Jefe de las Fuerzas Armadas. El problema es evidente: se rompió la unidad de mando, y se abrió el espacio para el fraccionamiento entre aranistas y arbencistas.

El divisionismo se patentizó al buscar al sucesor de Arévalo, luego del Pacto del Barranco de 1945. El ala moderada de los revolucionarios apoyó a Arana, bajo la premisa que había que consolidar las primeras reformas de la revolución; mientras el ala reformista apoyó a Árbenz, bajo la premisa de ampliar las reformas a lo económico y social.

El resto de la historia todos la conocemos. Arana es asesinado en un confuso incidente en 1949, en el que se infiere la participación -directa o indirecta- de Árbenz. Habiendo sido castrados de su líder, los aranistas protagonizaron una serie de cuartelazos entre 1949 y 1951, uno de ellos, dirigido por Carlos Castillo Armas. Mientras que la oficialidad arbencista se consolidó en el poder tras el triunfo de Jacobo Árbenz en las elecciones de noviembre del 50.

El movimiento de la Liberación, de 1954, fue dirigido por algunos oficiales aranistas exiliados a raíz de los cuartelazos anteriores; y la inacción del Ejército ante la Liberación fue producto del pacto entre oficiales del alto mando afines a Arana y dirigentes liberacionistas. El triunfo liberacionista conllevó el desplazamiento de los arbencistas, cuya oficialidad -humillada por no haber defendido a su Presidente- protagonizaría los levantamientos de 1957, y la Conjura del Niño Jesús de noviembre de 1960, que marcaría el inicio de la insurrección armada.

Las raíces del conflicto político de la segunda mitad del siglo XX y el aborto temprano de la Revolución se encuentran en el mismo diseño del Ejército de la Revolución. Al romper la unidad de mando y politizar a la fuerza armada, la Constitución del 45 se condenó a sí misma.

Towards a Guatemalan Moncloa
30
Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
29 Sep 2021

Por enésima ocasión

 

Guatemala recién celebró su bicentenario. Y si bien a lo largo de la historia, los indicadores de desarrollo nunca han sido promisorios y la inestabilidad política ha estado a la orden del día, quizá nunca se había percibido tanto que el rumbo del país simplemente no es el correcto.

La compleja realidad nos hace vislumbrar una encrucijada severa: eventos como la designación de Fiscal General en mayo 2022, la postergada elección de cortes, o el proceso electoral 2023 podrían convertirse en puntos de quiebre. O se confirma y consolida la decadencia institucional y geopolítica del sistema, o se produce una implosión de este, ya sea por la vía de un estallido social o por la vía de la elección de un caudillo populista o anti-sistema.

Cualquiera de las dos rutas no pinta nada bien. La primera, porque implica adentrarnos en ese espiral de decadencia que conduce a escenarios como el Haití de los años 90 o la Nicaragua 2006-2021. La segunda, porque este tipo cambios políticos abruptos tienden a generar períodos de larga inestabilidad y violencia, o desembocar en nuevas formas de autocracias.

La única alternativa pareciera apelar -por enésima ocasión- a un intento de Pacto de Nación para evitar la debacle institucional. Y como esta receta ha sido propuesta, y subsecuentemente ha fracasado en varias ocasiones, la agenda estratégica no es nada nueva. Las postergadas reformas en materia electoral, sistema de justicia y funcionamiento del Estado son condiciones para detener la espiral de decadencia. Y para cada una de ellas, hay relativo consenso.

En materia electoral los ejes están claros: 1) revisar el sistema de distritos y reformar el modelo de elección de diputados; 2) mayor democratización del sistema partidos, reduciendo las barreras de ingreso y fortaleciendo los derechos de los afiliados; y 3) fortalecer al Tribunal Supremo Electoral, dotándolo de autonomía y herramientas para hacer efectiva su autoridad.

En materia judicial, la ruta también queda clara. 1) Promover mayor independencia de jueces y magistrados, aumentando el período de sus cargos y reformando el sistema de elección; 2) la renovación escalonada de autoridades judiciales, para mantener la unidad de jurisprudencia y evitar la cooptación en bloque de los órganos de justicia; 3) apostar por un sistema de Carrera Judicial, que fomente la meritocracia, la idoneidad de los funcionarios y la independencia judicial; 4) revisar y modernizar las normas procesales en materia de amparo, impugnaciones civiles y penales, para agilizar el trámite de los casos dentro del Organismo Judicial.

El tercer componente debe ser la refundación de la administración pública. En materia de servicio civil se requiere de modernizar los procesos de ingreso, contratación, evaluación, ascenso, sanciones y remuneración de los servidores públicos. Se debe desarrollar el escalafón de la “Gerencia Pública” bajo su propio esquema de incentivos. A nivel de contrataciones, debe actualizarse la normativa para balancear la transparencia con la búsqueda de eficiencia. Se deben reconocer otras modalidades de contrataciones (como la subasta inversa); se deben vincular los sistemas de inversión pública y fortalecer los procesos de auditoría. A nivel presupuestario, es momento de revisar asignaciones pétreas en la legislación ordinaria y fortalecer el marco jurídico de los presupuestos multi-anuales para reducir la discrecionalidad legislativa en la elaboración del instrumento de política pública.

Todo lo anterior, coronado con una agenda de modernización institucional que incluya la reforma y actualización de la Ley Orgánica del Ejecutivo, las leyes de descentralización, además de aprobación y rápida implementación de una Política de Infraestructura, de una Política de Transparencia y Combate a la Corrupción, la continuación de las gestiones de salvataje del sistema de salud pública, por mencionar algunos ejes prioritarios.

Bien decía Einstein que locura es hacer lo mismo esperando diferentes resultados. Por enésima ocasión, y quizá por última, parece que la ruta del Pacto es la única para salir de la encrucijada.

Hacia una Moncloa guatemalteca
30
Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
29 Sep 2021

Por enésima ocasión

 

Guatemala recién celebró su bicentenario. Y si bien a lo largo de la historia, los indicadores de desarrollo nunca han sido promisorios y la inestabilidad política ha estado a la orden del día, quizá nunca se había percibido tanto que el rumbo del país simplemente no es el correcto.

La compleja realidad nos hace vislumbrar una encrucijada severa: eventos como la designación de Fiscal General en mayo 2022, la postergada elección de cortes, o el proceso electoral 2023 podrían convertirse en puntos de quiebre. O se confirma y consolida la decadencia institucional y geopolítica del sistema, o se produce una implosión de este, ya sea por la vía de un estallido social o por la vía de la elección de un caudillo populista o anti-sistema.

Cualquiera de las dos rutas no pinta nada bien. La primera, porque implica adentrarnos en ese espiral de decadencia que conduce a escenarios como el Haití de los años 90 o la Nicaragua 2006-2021. La segunda, porque este tipo cambios políticos abruptos tienden a generar períodos de larga inestabilidad y violencia, o desembocar en nuevas formas de autocracias.

La única alternativa pareciera apelar -por enésima ocasión- a un intento de Pacto de Nación para evitar la debacle institucional. Y como esta receta ha sido propuesta, y subsecuentemente ha fracasado en varias ocasiones, la agenda estratégica no es nada nueva. Las postergadas reformas en materia electoral, sistema de justicia y funcionamiento del Estado son condiciones para detener la espiral de decadencia. Y para cada una de ellas, hay relativo consenso.

En materia electoral los ejes están claros: 1) revisar el sistema de distritos y reformar el modelo de elección de diputados; 2) mayor democratización del sistema partidos, reduciendo las barreras de ingreso y fortaleciendo los derechos de los afiliados; y 3) fortalecer al Tribunal Supremo Electoral, dotándolo de autonomía y herramientas para hacer efectiva su autoridad.

En materia judicial, la ruta también queda clara. 1) Promover mayor independencia de jueces y magistrados, aumentando el período de sus cargos y reformando el sistema de elección; 2) la renovación escalonada de autoridades judiciales, para mantener la unidad de jurisprudencia y evitar la cooptación en bloque de los órganos de justicia; 3) apostar por un sistema de Carrera Judicial, que fomente la meritocracia, la idoneidad de los funcionarios y la independencia judicial; 4) revisar y modernizar las normas procesales en materia de amparo, impugnaciones civiles y penales, para agilizar el trámite de los casos dentro del Organismo Judicial.

El tercer componente debe ser la refundación de la administración pública. En materia de servicio civil se requiere de modernizar los procesos de ingreso, contratación, evaluación, ascenso, sanciones y remuneración de los servidores públicos. Se debe desarrollar el escalafón de la “Gerencia Pública” bajo su propio esquema de incentivos. A nivel de contrataciones, debe actualizarse la normativa para balancear la transparencia con la búsqueda de eficiencia. Se deben reconocer otras modalidades de contrataciones (como la subasta inversa); se deben vincular los sistemas de inversión pública y fortalecer los procesos de auditoría. A nivel presupuestario, es momento de revisar asignaciones pétreas en la legislación ordinaria y fortalecer el marco jurídico de los presupuestos multi-anuales para reducir la discrecionalidad legislativa en la elaboración del instrumento de política pública.

Todo lo anterior, coronado con una agenda de modernización institucional que incluya la reforma y actualización de la Ley Orgánica del Ejecutivo, las leyes de descentralización, además de aprobación y rápida implementación de una Política de Infraestructura, de una Política de Transparencia y Combate a la Corrupción, la continuación de las gestiones de salvataje del sistema de salud pública, por mencionar algunos ejes prioritarios.

Bien decía Einstein que locura es hacer lo mismo esperando diferentes resultados. Por enésima ocasión, y quizá por última, parece que la ruta del Pacto es la única para salir de la encrucijada.

The VI CELAC Summit
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
27 Sep 2021

El pasado 18 de septiembre tuvo lugar la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeño (CELAC) en la Ciudad de México. La CELAC es un espacio fundado en 2010 en el que participan 32 países latinoamericanos. Brasil se retiró en 2020.

La CELAC nació como un foro orientado a avanzar la integración y construcción de un futuro común para la región latinoamericana. La gran diferencia con la Organización de Estados Americanos (OEA) es que Estados Unidos y Canadá no participan de este foro.

La región latinoamericana, sin embargo, se veía partida en dos grandes bloques: aquellos países que participan de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, el ALBA, y el denominado y debilitado Grupo de Lima que apareció para dar una respuesta articulada a la situación venezolana y dar apoyo a la oposición de ese país.

En el ALBA participan países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y otros países caribeños. Del Grupo de Lima participan Ecuador, Colombia, Paraguay, Costa Rica, Brasil, entre otros. Perú se retiró tras la victoria de Pedro Castillo y Argentina con la victoria de Alberto Fernández.

La VI Cumbre de la CELAC mostró a un Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dispuesto a apuntalar a los gobiernos de la izquierda latinoamericana. Por una parte, invitó al presidente cubano, Miguel Díaz Canel, a dar un discurso en la ceremonia militar por la conmemoración de la independencia.

Pero el plato fuerte fue la inesperada visita del dictador venezolano, Nicolás Maduro que dio lugar a un cruce de palabras. Reprocharon su presencia el presidente paraguayo, Abdo Benítez, y el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou.

Bajo la denominada doctrina Estrada, que postula el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos de otros países, AMLO dio oxígeno a líderes antidemocráticos como Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega.

Por si esto fuera poco, AMLO sugirió la necesidad de reemplazar la OEA por un organismo que no sea “lacayo de nadie”. Le secundó Luis Arce, presidente boliviano, en claro malestar por el rol que jugó la OEA en la misión de observación electoral de 2019.

Hay muchas críticas que se pueden hacer al rol de la OEA en los últimos años. No ha sido el órgano decisivo en la crisis venezolana y tampoco ha sido lo suficientemente contundente con los atropellos que comete la dictadura nicaragüense. Por otra parte, hay reproches porque consideran que este organismo no midió con la misma vara la en el caso de las elecciones hondureñas de 2018 con la que midió las de Bolivia de un año más tarde.

El panorama no es alentador. Pese a los desaciertos de la OEA, no debemos olvidar que órganos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos son instancias vitales en la tutela de los derechos humanos en nuestra región.

Los reproches que hicieran muchos mandatarios en la CELAC no son para construir un orden más garante de los derechos humanos y la democracia. Más bien parece que bajo el manto de la no intervención y la soberanía pretenden desembarazarse de instancias de la OEA, tales como la CIDH y la Corte IDH que, aunque imperfectas, suponen un freno a los excesos de poder de algunos gobiernos de la región.

La VI Cumbre de la CELAC
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Edgar Ortiz es el Director del Área Jurídica en Fundación Libertad y Desarrollo, es catedrático universitario y participa como analista político en diferentes medios de comunicación. 
27 Sep 2021

El pasado 18 de septiembre tuvo lugar la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeño (CELAC) en la Ciudad de México. La CELAC es un espacio fundado en 2010 en el que participan 32 países latinoamericanos. Brasil se retiró en 2020.

La CELAC nació como un foro orientado a avanzar la integración y construcción de un futuro común para la región latinoamericana. La gran diferencia con la Organización de Estados Americanos (OEA) es que Estados Unidos y Canadá no participan de este foro.

La región latinoamericana, sin embargo, se veía partida en dos grandes bloques: aquellos países que participan de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, el ALBA, y el denominado y debilitado Grupo de Lima que apareció para dar una respuesta articulada a la situación venezolana y dar apoyo a la oposición de ese país.

En el ALBA participan países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y otros países caribeños. Del Grupo de Lima participan Ecuador, Colombia, Paraguay, Costa Rica, Brasil, entre otros. Perú se retiró tras la victoria de Pedro Castillo y Argentina con la victoria de Alberto Fernández.

La VI Cumbre de la CELAC mostró a un Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dispuesto a apuntalar a los gobiernos de la izquierda latinoamericana. Por una parte, invitó al presidente cubano, Miguel Díaz Canel, a dar un discurso en la ceremonia militar por la conmemoración de la independencia.

Pero el plato fuerte fue la inesperada visita del dictador venezolano, Nicolás Maduro que dio lugar a un cruce de palabras. Reprocharon su presencia el presidente paraguayo, Abdo Benítez, y el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou.

Bajo la denominada doctrina Estrada, que postula el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos de otros países, AMLO dio oxígeno a líderes antidemocráticos como Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega.

Por si esto fuera poco, AMLO sugirió la necesidad de reemplazar la OEA por un organismo que no sea “lacayo de nadie”. Le secundó Luis Arce, presidente boliviano, en claro malestar por el rol que jugó la OEA en la misión de observación electoral de 2019.

Hay muchas críticas que se pueden hacer al rol de la OEA en los últimos años. No ha sido el órgano decisivo en la crisis venezolana y tampoco ha sido lo suficientemente contundente con los atropellos que comete la dictadura nicaragüense. Por otra parte, hay reproches porque consideran que este organismo no midió con la misma vara la en el caso de las elecciones hondureñas de 2018 con la que midió las de Bolivia de un año más tarde.

El panorama no es alentador. Pese a los desaciertos de la OEA, no debemos olvidar que órganos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos son instancias vitales en la tutela de los derechos humanos en nuestra región.

Los reproches que hicieran muchos mandatarios en la CELAC no son para construir un orden más garante de los derechos humanos y la democracia. Más bien parece que bajo el manto de la no intervención y la soberanía pretenden desembarazarse de instancias de la OEA, tales como la CIDH y la Corte IDH que, aunque imperfectas, suponen un freno a los excesos de poder de algunos gobiernos de la región.

The pandemic as a symbol of the Bicentennial
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Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

24 Sep 2021

Somos pasajeros de una región y de un tiempo extraordinario 

 

A pocos días de celebrar el bicentenario de nuestra independencia nos encontramos con que somos pasajeros de una región y de un tiempo extraordinario, de incertidumbre, de angustia y dolor. Un tiempo en que la política y el Estado perdieron sentido y propósito y dejaron de funcionar ante el asombro, la complicidad y la indiferencia de ciudadanos y sociedades que debimos actuar con más responsabilidad.

Más que una saga de héroes y villanos, que los hay, esta es la historia de este tiempo. Es el espacio de una época en la que una generación de ciudadanos decidió ser prisionera de sí misma y hoy, más que nunca, está pagando las consecuencias.

Las condiciones para la construcción de naciones exitosas son mucho trabajo, buenas ideas, valores éticos y sacrificios. Si es cierto que lograrlo toma siglos, las generaciones de ciudadanos que estamos por llegar a un bicentenario para celebrar no sé qué, debiéramos al menos discutir sobre el diseño, los cimientos y las bases sobre las que algún día estará el pedestal que abrazará el futuro que todavía debemos construir.

Como si nuestro saldo vital, ciudadano y societario no fuera cuestionable, desde aquella independencia hace 200 años, el permanente enfrentamiento del ser humano con las fuerzas de la naturaleza decidió darnos la sorpresa de  un virus nuevo para el que en especial el mundo subdesarrollado no estaba preparado para recibir.

Cada día son más personas las que están perdiendo a un conocido, a un amigo, a un conocido, a un ser querido. Así son las pandemias. Y en una región como la nuestra es poco lo que se puede hacer. Así lo decidimos y lo permitimos sus habitantes.

Solo el tiempo, los esfuerzos que se puedan realizar y la suerte, nos sacarán de este laberinto de vacíos, penas y ausencias.

A través de la historia de la humanidad el diseño de la mente, el corazón y el estómago; los tres lugares donde se sienten los miedos, las tristezas y las alegrías han demostrado tener un propósito de protección y preservación. Ese diseño tan humano es la dimensión que mejor expresa nuestra condición humana.

En las guerras, las hambrunas y las pandemias, este ha sido el seguro, el andamio que ha funcionado para que la especie humana garantice su continuidad. Menos mal.

Por eso, los latinoamericanos más que soportar, prevaleceremos porque somos parte de una especie que a pesar de todo tiene alma, mente y corazón. Pero en especial los latinos tenemos un espíritu capaz de la compasión, de sacrificio y la sobrevivencia.

Al final, se trata de que entendamos el verdadero significado de lo que es ser un ser humano en libertad, y con frecuencia practicante de la indisciplina, pero libre. Y como tal, mortal, frágil y susceptible.

Por eso, comprometernos a ser ciudadanos responsables y presentes, personas honorables, humildes y agradecidas, es un buen seguro de vida. Por eso, asumir la responsabilidad de luchar por los valores éticos que construyen naciones exitosas, es el mejor legado que podemos y debemos dejar a la siguiente generación.

Así, para el mundo hispanoamericano, en especial, para quienes hoy lo habitamos, el bicentenario, la política, nuestro subdesarrollo y una pandemia sólo deben ser oportunidades para ejercer, con responsabilidad, el valor más preciado que tenemos: nuestra libertad.

 

La pandemia como símbolo del Bicentenario
32
Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

Empresario, sociólogo y comunicador. Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Es Presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo y Director General del programa Razón de Estado. 

24 Sep 2021

Somos pasajeros de una región y de un tiempo extraordinario 

 

A pocos días de celebrar el bicentenario de nuestra independencia nos encontramos con que somos pasajeros de una región y de un tiempo extraordinario, de incertidumbre, de angustia y dolor. Un tiempo en que la política y el Estado perdieron sentido y propósito y dejaron de funcionar ante el asombro, la complicidad y la indiferencia de ciudadanos y sociedades que debimos actuar con más responsabilidad.

Más que una saga de héroes y villanos, que los hay, esta es la historia de este tiempo. Es el espacio de una época en la que una generación de ciudadanos decidió ser prisionera de sí misma y hoy, más que nunca, está pagando las consecuencias.

Las condiciones para la construcción de naciones exitosas son mucho trabajo, buenas ideas, valores éticos y sacrificios. Si es cierto que lograrlo toma siglos, las generaciones de ciudadanos que estamos por llegar a un bicentenario para celebrar no sé qué, debiéramos al menos discutir sobre el diseño, los cimientos y las bases sobre las que algún día estará el pedestal que abrazará el futuro que todavía debemos construir.

Como si nuestro saldo vital, ciudadano y societario no fuera cuestionable, desde aquella independencia hace 200 años, el permanente enfrentamiento del ser humano con las fuerzas de la naturaleza decidió darnos la sorpresa de  un virus nuevo para el que en especial el mundo subdesarrollado no estaba preparado para recibir.

Cada día son más personas las que están perdiendo a un conocido, a un amigo, a un conocido, a un ser querido. Así son las pandemias. Y en una región como la nuestra es poco lo que se puede hacer. Así lo decidimos y lo permitimos sus habitantes.

Solo el tiempo, los esfuerzos que se puedan realizar y la suerte, nos sacarán de este laberinto de vacíos, penas y ausencias.

A través de la historia de la humanidad el diseño de la mente, el corazón y el estómago; los tres lugares donde se sienten los miedos, las tristezas y las alegrías han demostrado tener un propósito de protección y preservación. Ese diseño tan humano es la dimensión que mejor expresa nuestra condición humana.

En las guerras, las hambrunas y las pandemias, este ha sido el seguro, el andamio que ha funcionado para que la especie humana garantice su continuidad. Menos mal.

Por eso, los latinoamericanos más que soportar, prevaleceremos porque somos parte de una especie que a pesar de todo tiene alma, mente y corazón. Pero en especial los latinos tenemos un espíritu capaz de la compasión, de sacrificio y la sobrevivencia.

Al final, se trata de que entendamos el verdadero significado de lo que es ser un ser humano en libertad, y con frecuencia practicante de la indisciplina, pero libre. Y como tal, mortal, frágil y susceptible.

Por eso, comprometernos a ser ciudadanos responsables y presentes, personas honorables, humildes y agradecidas, es un buen seguro de vida. Por eso, asumir la responsabilidad de luchar por los valores éticos que construyen naciones exitosas, es el mejor legado que podemos y debemos dejar a la siguiente generación.

Así, para el mundo hispanoamericano, en especial, para quienes hoy lo habitamos, el bicentenario, la política, nuestro subdesarrollo y una pandemia sólo deben ser oportunidades para ejercer, con responsabilidad, el valor más preciado que tenemos: nuestra libertad.

 

A new political bloc consolidates in Latin America
113
Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
20 Sep 2021

En una entrega anterior hablamos sobre el “viraje” que están dando muchos países latinoamericanos en su política exterior en los últimos meses. Este nuevo esquema emergente pareciera colocar un acento excesivo en el tema de la soberanía y abandonar los imperativos de democracia, de economías abiertas y de respeto a los Derechos Humanos, cuyo espíritu fue la inspiración del consenso democrático de otros tiempos en los que la región aspiraba articularse al mundo de la post-Guerra Fría.

El pasado sábado 18 de septiembre en Ciudad de México, y en medio de la celebración de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente de esa nación, Andrés Manuel López Obrador, congregó a los demás presidentes de la región latinoamericana en un acto que también se hallaba en el marco de una fecha patria mexicana, como lo son los 211 año del “Grito de Dolores”, que inició la independencia de México frente a España.

El eje central de la reunión giró en torno a los ataques contra la Organización de los Estados Americanos (OEA), y a la presencia de las polémicas figuras de los dictadores Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro como personalidades centrales de la celebración. En una acción que se aleja muchísimo y sobrepasa en cantidades a la conocida política mexicana de “no intervención” a otros países de la región, AMLO le otorgó a Díaz-Canel el discurso de orden en el Palacio Nacional frente al Ejército en donde el tirano castrista vertió toda su acostumbrada perorata anti-imperialista. Esta invitación, además de la cobertura de prensa oficial que se le dio y las declaraciones de funcionarios del partido de gobierno, reflejan que la afinidad de AMLO por el bloque regional castro-chavista va más allá de lo diplomático y de la realpolitik, y se sitúa más bien en una afinidad ideológica y de principios.

El único momento luminoso y memorable de la jornada ha sido la elocuente intervención del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien sin ambages denunció las graves violaciones a los Derechos Humanos que existen en Cuba, Nicaragua y Venezuela y quien hasta se atrevió a recitar unas estrofas de la canción “Patria y Vida” en un acto de gallardía que pocos líderes (que, aunque se dicen de “derecha”) se atrevieron a acompañar.

La polarización en la CELAC no es extraña pues desde el acto fundacional[1] de este organismo en 2010 se evidenciaron fuertes tensiones entre presidentes y modelos políticos. Recordemos que en aquella primera cumbre hace una década ocurrió la famosa pelea entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez en donde se intercambiaron toda clase de improperios tanto a vox populi como a puerta cerrada.

Aguardaremos con atención los resultados de este viraje geopolítico, pero todo pareciera indicar que se quedará en declaraciones románticas, victimistas y soberanistas y no realmente en un esquema de integración efectivo, puesto que es evidente que los objetivos son totalmente ideológicos y no encaminados hacia la promoción de un verdadero desarrollo económico-tecnológico de la región latinoamericana.

 

 

 

 

[1] La CELAC es un organismo multilateral impulsado por los expresidentes latinoamericanos Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo Morales, Raúl Castro, Rafael Correa, Cristina Fernández, Michelle Bachelet, a partir de la XXI Reunión del Grupo de Río en 2010, para ser finalmente creada en 2011.

Se consolida un nuevo bloque político en América Latina
113
Directora del área de Estudios Latinoamericanos de la Fundación Libertad y Desarrollo. Es licenciada en Historia egresada de la Universidad Central de Venezuela.
20 Sep 2021

En una entrega anterior hablamos sobre el “viraje” que están dando muchos países latinoamericanos en su política exterior en los últimos meses. Este nuevo esquema emergente pareciera colocar un acento excesivo en el tema de la soberanía y abandonar los imperativos de democracia, de economías abiertas y de respeto a los Derechos Humanos, cuyo espíritu fue la inspiración del consenso democrático de otros tiempos en los que la región aspiraba articularse al mundo de la post-Guerra Fría.

El pasado sábado 18 de septiembre en Ciudad de México, y en medio de la celebración de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente de esa nación, Andrés Manuel López Obrador, congregó a los demás presidentes de la región latinoamericana en un acto que también se hallaba en el marco de una fecha patria mexicana, como lo son los 211 año del “Grito de Dolores”, que inició la independencia de México frente a España.

El eje central de la reunión giró en torno a los ataques contra la Organización de los Estados Americanos (OEA), y a la presencia de las polémicas figuras de los dictadores Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro como personalidades centrales de la celebración. En una acción que se aleja muchísimo y sobrepasa en cantidades a la conocida política mexicana de “no intervención” a otros países de la región, AMLO le otorgó a Díaz-Canel el discurso de orden en el Palacio Nacional frente al Ejército en donde el tirano castrista vertió toda su acostumbrada perorata anti-imperialista. Esta invitación, además de la cobertura de prensa oficial que se le dio y las declaraciones de funcionarios del partido de gobierno, reflejan que la afinidad de AMLO por el bloque regional castro-chavista va más allá de lo diplomático y de la realpolitik, y se sitúa más bien en una afinidad ideológica y de principios.

El único momento luminoso y memorable de la jornada ha sido la elocuente intervención del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien sin ambages denunció las graves violaciones a los Derechos Humanos que existen en Cuba, Nicaragua y Venezuela y quien hasta se atrevió a recitar unas estrofas de la canción “Patria y Vida” en un acto de gallardía que pocos líderes (que, aunque se dicen de “derecha”) se atrevieron a acompañar.

La polarización en la CELAC no es extraña pues desde el acto fundacional[1] de este organismo en 2010 se evidenciaron fuertes tensiones entre presidentes y modelos políticos. Recordemos que en aquella primera cumbre hace una década ocurrió la famosa pelea entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez en donde se intercambiaron toda clase de improperios tanto a vox populi como a puerta cerrada.

Aguardaremos con atención los resultados de este viraje geopolítico, pero todo pareciera indicar que se quedará en declaraciones románticas, victimistas y soberanistas y no realmente en un esquema de integración efectivo, puesto que es evidente que los objetivos son totalmente ideológicos y no encaminados hacia la promoción de un verdadero desarrollo económico-tecnológico de la región latinoamericana.

 

 

 

 

[1] La CELAC es un organismo multilateral impulsado por los expresidentes latinoamericanos Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo Morales, Raúl Castro, Rafael Correa, Cristina Fernández, Michelle Bachelet, a partir de la XXI Reunión del Grupo de Río en 2010, para ser finalmente creada en 2011.

Transformation of wealth and political systems
30
Director del Área Política de Fundación Libertad y Desarrollo. Licenciado en Ciencia Política, catedrático y analista político en el programa Sin Filtro de Guatevisión.
20 Sep 2021

Las fuentes de riqueza cambian; la política también.

 

La modernidad, la globalización y la revolución de la información, aunado a la corrupción y el crimen organizado, han diversificado las fuentes de riqueza en Guatemala. Economistas, sociólogos y periodistas se refieren al “capital emergente” para aglutinar a aquellos sectores cuya fuente de acumulación es distinta a la del empresariado tradicional. Algunos, incluso, parten de esta dicotomía para analizar el conflicto político. Sin embargo, esta conceptualización dialéctica no considera los matices en cuanto al origen y proyección de los diferentes capitales coexistentes.

Por un lado, encontramos el capital tradicional, entendido como aquellos sectores dedicados a actividades económicas tradicionales en el agro, la industria, el comercio, las finanzas o la exportación. Su proyección ocurre a través de la institucionalidad gremial. 

Por otro lado, el capital emergente lícito aglutina a aquellos sectores cuya fuente de riqueza proviene de las nuevas oportunidades y formas de organización económica de fines del siglo XX e inicios del XXI. Aquí encontramos al cooperativismo y a los sectores de servicios, tecnología, o telecomunicaciones. Generalmente, aspiran a incidir por medio de instancias alternas a la gremialidad, y en los últimos años, han buscado ampliar sus mecanismos de incidencia política.

Desligado del anterior, encontramos a una tercera categoría: el capital clientelar que reúne a aquellos intereses entorno a la proveeduría del Estado, como medicamentos, construcción de obra pública, tercerización de servicios, etc. En un país donde el negocio más rentable es vender caro al Estado, dichos actores se esmeran en desarrollar relaciones directas con los partidos, convirtiendo así el financiamiento electoral en la inversión para acceder a la repartición del patrimonio público.

Finalmente, encontramos al capital proveniente del narco, el contrabando, la trata, el lavado y otros ilícitos. Su proyección es más sigilosa, pero bastante efectiva. Logra colar sus masivos recursos en campañas locales y nacionales. Su aspiración es bastante sencilla: esperar que el Estado se haga de la vista gorda frente a los ilícitos que afincan su riqueza.

Para las interpretaciones de carácter materialista, las relaciones económicas configuran el modelo de sociedad y el sistema político. Sin ánimo de caer en determinismos, el caso reciente de Guatemala es quizá el mejor ejemplo de ello.

En 2015, el Informe sobre el Financiamiento de la Política en Guatemala establecía una aproximación a las fuentes del financiamiento de campaña: 50% provenía de corrupción; 25% de recursos del crimen organizado, particularmente, narcotráfico; y tan sólo el último 25% provenía de empresarios tradicionales o de fuentes legítimas de financiamiento.

Si bien no se cuentan con datos de comparación, es intuitivo pensar que esta ponderación de fuentes de financiamiento es reciente. Por lo menos, hacia inicios del mileno, el financiamiento del narcotráfico y de la corrupción seguramente era mucho menor al de las fuentes privadas legítimas. Ese cambio ha venido de la mano con una involución del sistema político.

Por un lado, un incremento en los niveles de saqueo de lo público; en nuevas fuentes y formas de corrupción; y en el mantra de impunidad que beneficia a actores del capital clientelar y del ilícito.

Por otro lado, vemos también un cambio en la agenda política. Quizá nunca habíamos visto un nivel de tanta autonomía de los políticos respecto del capital tradicional o de los capitales emergentes legítimos, como se observa el día de hoy. Mientras la agenda legislativa de reactivación económica duerme el sueño de los justos, aquellas propuestas, iniciativas o leyes que faciliten la repartición de lo público, generan consensos. Ese cambio en el eje de intereses políticos y normativos parecen indicar que hay un proceso gradual de surgimiento y consolidación de una élite de poder autónoma: aquellos capitales emergentes, vinculados a la corrupción y al crimen.