Nadie esperaba una Semana Santa sin procesiones, ni alfombras o el Centro Histórico y La Antigua Guatemala sin movimiento. No imaginábamos vivir un 2020 sin nuestras tradiciones y en medio de una pandemia.
Pamplona tiene las Ferias de San Fermín, Andalucía la Semana Santa de Sevilla. México tiene el Grito de la Independencia y el Día de los Muertos. Colombia tiene el Carnaval de Barranquilla; Brasil el carnaval de Río. Estados Unidos tiene el Super Bowl, el 4 de julio, Acción de Gracias y el Desfile de las Rosas.
Guatemala tiene su Semana Santa.
Sin duda, ninguna actividad en Guatemala moviliza la cantidad de personas, inyecta la cantidad de recursos económicos, expone al unísono tantos elementos propios del patrimonio artístico nacional, tiene tanto valor histórico o genera una experiencia sensorial tan completa, como la Semana Santa.
Vale la pena recordar que si bien las procesiones de Semana Santa tiene un origen religioso, con el paso de los años, el fenómeno ha trascendido a otros ámbitos de la vida social al punto en que se ha convertido en un Patrimonio propio de los guatemaltecos precisamente por su valor social, artístico y cultural.
Antigua Guatemala se colma de turistas interesados en conocer la experiencia visual de las procesiones y las alfombras. Sólo el quinto domingo de cuaresma, cuando recorre las calles empedradas la procesión de San Bartolomé Becerra, ingresan a la ciudad colonial más de medio millón de personas.
El impacto económico de la temporada es muy importante. En 2011, el buen amigo Mario García Lara junto al Grupo Satélite determinaron que la Semana Santa en Antigua genera un movimiento económico de alrededor de $85 millones de dólares (por inflación y crecimiento real debió rondar los $120 millones en 2019), los cuales se focalizan en hoteles, restaurantes, transporte, comercio vinculado al turismo, artesanías y en el sector informal. A ello sumemos los ingresos que se agencia la municipalidad por los cobros de parqueo o por ingreso al municipio y los arbitrios por asignación de locales comerciales.
En el Centro Histórico, miles de personas retoman el control sobre ese espacio público que se ha ido perdiendo ante el bullicio urbano y la delincuencia. Solo entre Jueves y Viernes Santo, se estima que la zona 1 recibe casi 1 millón de visitantes, quienes van en búsqueda de experiencias culturales que además de las procesiones, incluye la gastronomía de la época, la floristería estacional, los diseños artísticos de andas, o simplemente la experiencia de caminar por el centro en búsqueda de la procesión o del sagrario.
A ello sumemos algunos valores propios del patrimonio vinculado a la época. La imaginería de pasión guatemalteca es quizá una de las más reconocidas a nivel mundial, al punto en que obras de escultores como Mateo de Zúñiga y Juan Ganuza encontraron su camino hasta templos y colecciones privadas en Iberoamérica, España e Italia. Las marchas que se interpretan en las procesiones de Semana Santa, son -después de la marimba- el segundo mayor aporte de Guatemala a la música occidental. Obras de autores nacionales se han incorporado al repertorio musical de la semana mayor andaluza e italiana.
La relación entre la Semana Santa y la historia política del país también es de suma relevancia. La imagen de Jesús de la Merced, de la cual era devoto el Presidente Rafael Carrera, ostenta el grado de “Coronel del Ejército” y el título de “Patrón Jurado Contra las Calamidades”. En tiempos de pandemia, vale recordar que la imagen ha sido procesionada en momentos de calamidad: en 1717, salió en procesión luego de la erupción del Volcán de Fuego; en 1724 y 1774 luego de plagas de chapulines; en 1783 por la peste que acabó con el ganado y 1801 por la peste de langosta; en 1857 en rogativa por la paz ante la invasión de William Walker y los filibusteros; y en 1976 luego de los terremotos del 4 de febrero.
Desde mediados del siglo XVI a la fecha, las procesiones nunca se suspendieron. Ni siquiera en tiempos de la Reforma Liberal y su dogma secularizador y anti-clerical llegaron al extremo de cancelar procesiones.
Esta es una consecuencia extraordinaria del Covid-19. Todo el folclor que gira alrededor de la Semana Santa quedó en suspenso. Las imágenes y las andas quedaron guardadas; los espacios públicos vacíos. El derrame económico no llegó. Los platillos, los dulces y bebidas tradicionales no se prepararon. Las marchas sonaron en Spotify y no en las calles. Los 50,000 cucuruchos se quedaron en casa con las túnicas guardadas. El corozo y las jacarandas escasearon. Y ni el Patrón contra las Calamidades salió a las calles, porque a diferencia de las anteriores, esta calamidad obligó a que todos se quedaran en casa.
Para los cucuruchos y devotos religiosos, este 2020 trajo una nueva forma de hacer penitencia: no cargar y no tener procesiones. Y para todos los que amamos esta tradición tan guatemalteca, la esperanza de que al quedarnos en casa haremos posible que en 2021 estemos todos y nos saludemos en filas.