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Las clases deben reanudarse

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Se debe sentar un precedente

 

El sindicato de maestros (STEG) liderado por Joviel Acevedo, llevan más de un mes de huelga y miles de niños están siendo afectados.

La gran mayoría de maestros decidieron cumplir su deber y siguen dando clases. Es una minoría la que decidió apoyar ciegamente las exigencias mezquinas del líder sindical.

La Procuraduría General de la Nación (PGN) ha presentado diez amparos para levantar el plantón que tienen frente al Palacio Nacional y que se retomen las clases de forma inmediata. 

Más de la mitad de esos amparos se han resuelto de forma favorable a la niñez y han ordenado que se retomen las clases.

Sin embargo, este pequeño grupo de maestros cree estar por encima de la ley y se niegan a regresar a clases. La impunidad que les otorgaron los cuatro gobiernos anteriores les hace sentir intocables.

El gobierno actual ya les descontó una parte de su salario a los maestros que no están trabajando y ya inició procesos sancionatorios más severos. Sería de esperar que estas acciones se lleven hasta las últimas consecuencias, incluso con la destitución, si es que se niegan a obedecer los amparos otorgados.

Este es un momento crucial para la educación del país. Por años, el sistema educativo ha estado tomado por el STEG, haciendo mucho daño a nuestra niñez. La ministra debe terminar con décadas de prebendas otorgadas a ese nefasto sindicato.

La buena noticia es que Joviel Acevedo ya no tiene el mismo poder de movilización de hace años. Su falta de legitimidad es evidente, no solo ante la población, sino también ante el gremio magisterial. 

Algunos llaman a que se retomen las negociaciones entre el Gobierno y el STEG, lo cual no tiene sentido, dado que ya se les otorgó un incremento salarial a los maestros. Solo hay una salida: las clases deben reanudarse. 

 

*Columna publicada originalmente el 26 de junio en Nuestro Diario

Guatemala frente a la nueva lógica arancelaria de Washington

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Su capacidad de negociación es prácticamente nula y solo le queda mostrar avances concretos en el corto plazo.

 

El 2 de abril de 2025, el presidente Trump emitió la orden ejecutiva 14257, con base en leyes como el International Emergency Economic Powers Act (IEEPA) y el Trade Act de 1974. En ella, en el llamado Día de la Liberación Nacional, declaró una emergencia nacional por los persistentes déficits comerciales, los cuales —según la orden ejecutiva— representan “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la economía de los Estados Unidos”. Como respuesta, impuso un arancel adicional del 10% a todas las importaciones, aplicable sobre cualquier tarifa previa. Guatemala, al igual que la mayoría de países latinoamericanos, fue incluida bajo esta tasa mínima, mientras que Guyana (38%), Nicaragua (18%) y Venezuela (15%) enfrentan aranceles más elevados. México, por su parte, recibió un trato preferencial y fue exento de los nuevos aranceles generales, aunque siguen vigentes aranceles previos sobre ciertos sectores como el automotriz.

Una semana después, el 9 de abril, la Casa Blanca ajustó esta política: redujo temporalmente al 10% los aranceles para la mayoría de países del Anexo como “gesto” frente a su disposición al “diálogo”. Esta suspensión vence el 9 de julio, cuando los aranceles diferenciados podrían reanudarse, aunque Guatemala no se verá afectada, pues siempre ha estado bajo la tasa base del 10%. Con China, en cambio, tras una escalada arancelaria mutua en abril, ambas partes firmaron el 25 de junio un acuerdo condicionado a la exportación de tierras raras desde ese país, a cambio del levantamiento parcial de contramedidas comerciales.

La Orden Ejecutiva 14257 contempla posibles reducciones de aranceles si ciertos criterios se cumplen. En particular, la sección 4(c) establece que los países que tomen “medidas significativas” para corregir relaciones comerciales no recíprocas y se alineen suficientemente con EE.UU. en materia económica y de seguridad nacional podrán beneficiarse de reducciones o limitaciones arancelarias. El texto enumera una serie de obstáculos estructurales cuya corrección puede abrir ese camino: entre ellos, la eliminación de barreras no arancelarias como regulaciones técnicas discriminatorias, licencias restrictivas y medidas sanitarias injustificadas; la mejora en protección y cumplimiento de derechos de propiedad intelectual; la eliminación de subsidios distorsivos y prácticas anticompetitivas; y el aumento del consumo interno en lugar de políticas de represión salarial o exportaciones subsidiadas. Además, el presidente Trump se reserva la potestad de aumentar o reducir aranceles en función de tres factores adicionales: (a) si los socios comerciales imponen represalias (4b); (b) si la capacidad manufacturera nacional sigue deteriorándose (4d); o (c) si la medida resulta ineficaz para resolver el déficit comercial (4a).

El gobierno de Guatemala ha adoptado recientemente diversas medidas que parecen estar específicamente orientadas a cumplir con ciertos criterios exigidos por Estados Unidos, particularmente en áreas sensibles para la administración Trump, como la seguridad y la migración. Un ejemplo es el proyecto de ampliación de Puerto Quetzal, desarrollado junto al U.S. Army Corps of Engineers, que además de mejorar la infraestructura logística, prevé instalaciones que podrían ser utilizadas por embarcaciones de países aliados, incluso en funciones navales. También destaca el acuerdo firmado el 26 de junio con el Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU., que incluye el intercambio de datos biométricos, la modernización de controles en el Aeropuerto La Aurora y la coordinación frente a amenazas transnacionales. Ese mismo día, Guatemala firmó un nuevo acuerdo que permitiría acoger a ciertos solicitantes de asilo provenientes de terceros países, ampliando las opciones de procesamiento migratorio para EE.UU. Este último acuerdo, sin embargo, no ha estado exento de críticas.

Ahora bien, si bien en materia de seguridad y migración el alineamiento de Guatemala parece claro, hay otros aspectos donde el país podría mostrar avances rápidos. Uno de ellos es la propiedad intelectual. Guatemala sigue en la lista de vigilancia del Reporte Especial 301 del gobierno de EE. UU., que evalúa la protección de la propiedad intelectual a nivel global. No se trata de una falta de leyes, sino de deficiencias prácticas: escasa coordinación entre autoridades, poca acción frente a la piratería y falsificación, demoras en registros y jueces poco especializados. Mejorar algunos de estos procesos —sin necesidad de reformas legislativas— podría dar una señal útil en el contexto de los criterios establecidos por la orden ejecutiva.

Por otra parte, reducir las quejas sobre regulaciones discriminatorias requiere pensar en una Ley de la Administración Pública. Aunque es una reforma estructural de largo aliento, se vuelve cada vez más urgente. En el corto plazo, algunos ministerios podrían adoptar medidas internas para establecer parámetros de control previos a emitir normativas, de modo que garanticen mayor previsibilidad y trato equitativo a los usuarios frente a la administración pública.

En otro canal separado, existe una variable interna de Estados Unidos que merece atención. La Corte de Comercio Internacional, el 28 de mayo pasado, dejó inicialmente sin efecto —aunque esta decisión fue revertida un día después, como veremos— la imposición de aranceles, al concluir que el presidente había excedido los límites de la autoridad delegada por el Congreso.

Según la International Emergency Economic Powers Act (IEEPA), el presidente solo puede adoptar medidas de emergencia que respondan directamente a una amenaza inusual y extraordinaria proveniente del extranjero. Por otro lado, la sección 122 del Trade Act de 1974 establece límites muy específicos para la imposición de aranceles en casos de déficit comercial: un máximo del 15% y por un período que no exceda los 150 días.

Al ver que las nuevas tasas —de 10% global y hasta 25% o más para México, Canadá y China— buscaban presionar a esos países en vez de atacar de forma inmediata el tráfico de drogas o la balanza de pagos, la Corte decidió que los decretos presidenciales estaban fuera de su competencia. El efecto práctico era que debían dejar de recaudar esos recargos y reembolsar lo ya cobrado. El 29 de mayo, sin embargo, una Corte de Apelaciones restableció las medidas, y ahora resta esperar a que se conozca el fondo del asunto. Aun así, los argumentos en contra son muy sólidos, y será clave ver qué decide la apelación o incluso si el caso llega a la Corte Suprema.

Salvo que las cortes estadounidenses frenen esta nueva ola arancelaria, Guatemala tiene poco margen de maniobra: su capacidad de negociación es prácticamente nula y solo le queda mostrar avances concretos en el corto plazo. A diferencia de México y Canadá —cuyos vínculos estratégicos les han valido tratos especiales—, el resto de los países, incluyendo aliados cercanos como Argentina o El Salvador, quedaron sujetos a la tarifa base del 10%. Para Guatemala, esto representa un desafío adicional: muchos de sus exportadores deben competir directamente con productores mexicanos que están exentos de ese recargo. En este contexto, será necesario que los sectores público y privado trabajen con urgencia para identificar espacios de mejora que puedan traducirse en señales claras hacia Washington. Reformas puntuales en áreas como propiedad intelectual o regulación administrativa pueden ser pasos concretos en esa dirección.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora el 27 de junio 

Guerras digitales: entre verdades y algoritmos

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Las guerras ya no se libran solo con armas, sino también a través de videos, memes y hashtags. 

 

Las redes sociales juegan un papel más allá del entretenimiento: influyen en la opinión pública, en la política y en los conflictos internacionales. Hoy, los países también libran batallas en el campo digital. 

Esta realidad se ha intensificado desde la invasión rusa a Ucrania, pero aún más con el conflicto en Medio Oriente: Gaza, Israel e Irán.

Actualmente, existen alrededor de 5,560 millones de usuarios de internet, aproximadamente el 67.9 % de la población mundial. De ese total, el 63.9 % también son usuarios de redes sociales. Además, una de las principales razones por las que las personas utilizan estas plataformas es para informarse sobre noticias y eventos.

No es un secreto que las redes sociales se han convertido en herramientas para difundir propaganda y crear narrativas a favor o en contra de determinados bandos. Así como que son utilizados como un canal de propagación de noticias falsas y desinformación. Preocupa especialmente la limitada capacidad de respuesta —en tiempo real— por parte de los gobiernos o de los medios de comunicación confiables, frente a la velocidad con la que se difunde la desinformación. También inquieta el riesgo de quedar atrapados en un ciclo de publicaciones diseñadas para reafirmar nuestras creencias, dentro de algoritmos que nos muestran lo que coincide con nuestras preferencias, incluso cuando parte de lo que vemos podría no ser real.

Además, me impresiona cuánto ha avanzado la inteligencia artificial en su capacidad para generar videos e imágenes que resultan cada vez más difíciles de distinguir de la realidad. Esta tecnología se ha convertido en una pieza clave para construir narrativas y producir contenido viral que apela a las emociones con el fin de moldear la percepción pública. Lo que más me preocupa es que muchas de esas narrativas —al menos las que me han tocado ver— tienden a ser muy polarizantes y radicales.

Leyendo sobre este tema en las últimas semanas, me topé con un artículo* que recomiendo si se quiere profundizar en esta discusión (es claro y con un enfoque más científico). En él se menciona algo que me parece crucial: “en las redes sociales, cualquiera pasa como periodista y todo puede volverse noticia”. Creo que esta frase evidencia con mayor fuerza la relevancia de este campo de batalla digital.

La desinformación, la propaganda, los bots al servicio de intereses particulares, y todo el contenido que circula en internet, influyen directamente en nuestras percepciones, creencias, opiniones e incluso en nuestro comportamientos. Es una guerra psicológica constante, que se intensifica en momentos de crisis como el actual.

Ante tanta “noticia” e información circulando en redes sociales, frente a un escenario que avanza con rapidez y está lleno de distorsión y distracción, deberíamos volver a lo básico: informarnos a través de distintas fuentes confiables y no compartir contenido sin verificar su veracidad. Nos lo han dicho muchas veces, pero me parece que cada vez lo practicamos menos.

 

*Artículo recomendado:
Beata Biały, "Social Media—From Social Exchange to Battlefield," The Cyber Defense Review 2, no. 2 (2017)

El impuesto a las remesas en discusión en el Senado estadounidense

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En la One Big Beautiful Bill, se contempla la imposición de un impuesto del 3.5% sobre las remesas, las cuales, hasta ahora, no estaban sujetas a ningún tipo de gravamen.

 

Actualmente, el Senado de los Estados Unidos discute la One Big Beautiful Bill (OBBB), una propuesta legislativa que busca hacer permanentes los recortes fiscales aprobados en 2017 y reformar diversos programas federales. En su sección 112104, se contempla la imposición de un impuesto del 3.5% (inicialmente propuesto en 5%) sobre las remesas, las cuales, hasta ahora, no estaban sujetas a ningún tipo de gravamen. Para dimensionar su impacto: solo en 2024, Guatemala ha recibido 21,510.2 millones de dólares en remesas familiares, equivalentes a aproximadamente el 20% del Producto Interno Bruto del país. Estas transferencias provienen de unos 2.5 millones de guatemaltecos que residen en EE.UU.

El texto aprobado por la Cámara de Representantes el pasado 22 de mayo incluía este impuesto bajo condiciones que generaron gran preocupación. Establecía un gravamen del 3.5% sobre cada envío de remesa, con exención únicamente para ciudadanos o nacionales estadounidenses, quienes podían solicitar el reembolso mediante un crédito fiscal. Para ello, debían presentar su número de Seguro Social y la documentación correspondiente. Además, se imponían nuevas obligaciones a los proveedores de servicios de remesas en cuanto a la recopilación de datos de los remitentes que planeasen solicitar dicho reembolso.

Esta propuesta provocó una respuesta inmediata por parte de las principales asociaciones de servicios financieros y de transferencias de dinero en EE.UU., quienes advirtieron que el impuesto afectaría de forma desproporcionada a poblaciones no bancarizadas —más del 14% de los hogares estadounidenses— y pondría en riesgo el ecosistema de pequeños negocios que dependen de estas transacciones. Asimismo, alertaron que la medida podría incentivar el uso de canales informales, lo cual debilitaría la capacidad de las autoridades para combatir el lavado de dinero, la trata de personas y el financiamiento del terrorismo.

Los republicanos, ahora, introdujeron modificaciones al texto original. El pasado 18 de junio, el Comité de Finanzas del Senado publicó su propia versión del proyecto, con ajustes que limitan el alcance del impuesto. Entre los cambios más relevantes se encuentra la exclusión de las transferencias realizadas desde cuentas bancarias, así como las hechas con tarjetas de débito o crédito emitidas en EE.UU. Además, el beneficio del crédito fiscal ya no se restringe únicamente a ciudadanos estadounidenses, sino que se extiende a cualquier persona con un número de Seguro Social válido y que cumpla con los requisitos de certificación establecidos.

De acuerdo con esta versión del texto, el impuesto aplicará a remesas enviadas en efectivo, por giros postales, cheques de caja u otros instrumentos similares definidos por el Departamento del Tesoro. Las transferencias en criptomonedas o stablecoins quedarían, en principio, exentas, siempre que no participen proveedores de servicios de remesas.

El Inter-American Dialogue organizó recientemente un evento para analizar las implicaciones de este impuesto del 3.5%. Del análisis queda claro que este impuesto no solo afecta al remitente individual. También representa una carga inesperada para el ecosistema financiero que procesa las remesas. Como explicó Marina Olman-Pal, las empresas que facilitan estas transferencias —muchas de ellas pequeños negocios con márgenes muy reducidos— enfrentarán nuevas exigencias de cumplimiento, desde la recolección de datos sensibles hasta una compleja contabilidad fiscal. Se estima que más de 90,000 pequeños comercios en EE.UU. —entre ellos tiendas y agentes minoristas que operan como corresponsales de firmas como Western Union— podrían verse obligados a abandonar el negocio por no poder absorber los costos adicionales.

A esto se suma un riesgo menos visible, pero igualmente serio: el impacto sobre los bancos que trabajan con empresas remesadoras. Para cumplir con las nuevas obligaciones, los bancos tendrán que pedir más información, realizar más controles y asumir mayor responsabilidad si algo sale mal. Eso eleva los costos y complica una relación que ya es frágil: muchas remesadoras, especialmente las más pequeñas, tienen dificultades incluso para abrir o mantener cuentas bancarias. Si los bancos deciden que ya no vale la pena el riesgo o el esfuerzo, podrían cortar esos vínculos. Y si eso ocurre, se empuja a estas empresas —y a sus usuarios— fuera del sistema formal. Lo que se pierde no es solo acceso, sino trazabilidad: cuando el dinero empieza a fluir por canales informales, se vuelve más difícil seguirle la pista, lo que debilita la cooperación entre el sistema financiero y las agencias que combaten delitos como el lavado de dinero o el financiamiento ilícito.

Ahora bien, lo que más me inquietó —y lo digo desde la perspectiva centroamericana— es el impacto directo sobre nuestros migrantes, particularmente los guatemaltecos. El economista Manuel Orozco ofreció un dato revelador: el ingreso mensual promedio de un migrante en EE.UU. ronda los US$3,300, y suele enviar unos US$400 a su familia. Hoy en día, esa transacción cuesta unos US$8, el equivalente al 2%. Con el nuevo impuesto del 3.5%, el costo total subiría a unos US$22, casi el triple. Puede parecer un monto menor para quien gana en dólares, pero representa casi un 1% del ingreso mensual. Para alguien que trabaja con estrechos márgenes de ahorro, puede ser significativo. A esto se suma que, según estimaciones presentadas durante el panel, al menos el 74% de los guatemaltecos en EE.UU. estaría sujeto al impuesto, lo que convierte a Guatemala en una de las tres nacionalidades más afectadas. Además, Guatemala concentraría el 18% del impacto del impuesto entre todos los migrantes que envían remesas desde EE.UU., una cifra solo superada por México.

También explicó que, ante costos elevados, muchas personas optan por usar canales informales. De hecho, por cada 1% que sube el costo de enviar dinero, el uso de vías no reguladas puede crecer hasta un 6%. En una encuesta que Manuel Orozco dirigió cuando una propuesta similar estuvo sobre la mesa en 2017, el 60% de los remitentes dijo que buscaría alternativas fuera del sistema si se les imponía un impuesto como este. La informalidad significa menos seguridad, menos controles y más exposición al crimen organizado, que no tarda en llenar los vacíos del sistema con métodos que escapan a toda regulación.

El futuro de esta medida dependerá de las negociaciones en el Senado, pero sus implicaciones son claras. Un impuesto a las remesas afectaría de forma directa a millones de migrantes y a las economías que dependen de sus envíos. En el caso de Guatemala, el impacto sería inmediato tanto para las familias receptoras como para el sistema financiero que procesa estas transferencias. De aprobarse la ley en los próximos meses, el impuesto entraría en vigor en enero de 2026, por lo que el seguimiento y la preparación desde ya son clave.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora el viernes 20 de junio

El criterio que puede hacer trizas los tratados internacionales de inversión

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Si bien en el ámbito interno la Constitución es la norma de mayor jerarquía, en el plano internacional no puede alegarse su supremacía para justificar el incumplimiento de obligaciones internacionales.

 

En un artículo anterior expliqué por qué el fallo de la Corte de Constitucionalidad (CC), que deja en “suspenso” el levantamiento de la reserva al artículo 27 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados (CVDT), es problemático.

En resumen, ese artículo consagra un principio de derecho internacional consuetudinario: ningún Estado puede invocar su derecho interno como justificación para no cumplir un tratado internacional. La reserva que se pretendía levantar establecía que Guatemala interpretaba que “derecho interno” no incluía a la Constitución.

La CC, en su resolución, sostuvo que la Constitución —como norma suprema— no puede estar supeditada a ninguna otra norma. Hasta acá, todo bien. El error, como señalé entonces, es que confunde el plano interno con el internacional. Si bien en el ámbito interno la Constitución es la norma de mayor jerarquía, en el plano internacional no puede alegarse su supremacía para justificar el incumplimiento de obligaciones internacionales. Sin embargo, la Corte afirma justamente eso: que, incluso a nivel internacional, la Constitución guatemalteca debe prevalecer sobre cualquier tratado.

Esa afirmación es un disparate con graves consecuencias para la credibilidad internacional de Guatemala, particularmente en materia de inversiones extranjeras. No solo es incorrecta desde la perspectiva del derecho internacional, sino que transmite un mensaje alarmante: Guatemala se reserva el derecho de incumplir tratados si considera que su Constitución no le “permite” acatarlos.

Piénsese en lo siguiente: ¿a qué disposiciones constitucionales se refiere esa reserva? A todas. Con 281 artículos, ¿cómo se le explica a un inversionista extranjero que Guatemala se reserva el derecho de invocar cualquiera de esas disposiciones para ignorar compromisos internacionales?

La diferencia con otros casos es bastante evidente. Por ejemplo. cuando Estados Unidos ratificó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, limitó sus reservas a artículos concretos de su Constitución. Por ejemplo, al artículo 20 —que prohíbe la propaganda en favor de la guerra y la apología del odio nacional, racial o religioso—. Aunque el Pacto protege la libertad de expresión, la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense lo hace de forma más amplia y categórica: no permite restricciones de este tipo, ni siquiera cuando se trata de discurso ofensivo o impopular. Por eso, aunque controvertidas y objeto de protesta internacional, las reservas de EE. UU. se limitaron a disposiciones puntuales (como la Primera Enmienda) que entraban en conflicto directo con principios específicos de su orden constitucional.

En cambio, Guatemala, tanto en la reserva original como en la interpretación de la CC, sujeta la aplicación de cualquier tratado a la totalidad de la Constitución. ¿Qué señal envía esto a un inversionista que se considera protegido por un tratado bilateral de inversión? Si surge una disputa, la Corte estaría avalando que ningún tratado puede prevalecer sobre ninguna parte de la Constitución, sin importar cuál.

Y no se trata solo de tratados de inversión. También hay acuerdos internacionales que, sin estar dirigidos específicamente a proteger inversiones, tienen un impacto directo en la estabilidad económica y jurídica. Un ejemplo reciente es el acuerdo firmado entre Guatemala y Estados Unidos para modernizar Puerto Quetzal, con objetivos que van desde el desarrollo logístico hasta la cooperación en seguridad por los próximos 30 años. ¿Puede garantizarse que, en el futuro, Guatemala no invoque alguna interpretación constitucional para apartarse de lo pactado? El fallo de la CC deja abierta esa posibilidad, generando incertidumbre incluso en iniciativas estratégicas como esta.

Para quienes no están familiarizados con el tema, los tratados bilaterales de inversión (TBI) son acuerdos entre Estados que buscan brindar garantías jurídicas a los inversionistas extranjeros. Su propósito es proteger las inversiones frente a actos arbitrarios del Estado receptor, mediante compromisos como el trato justo y equitativo, la protección contra expropiaciones sin compensación adecuada y el acceso a mecanismos eficaces de solución de controversias. Uno de sus pilares es el arbitraje internacional, que permite al inversionista demandar directamente al Estado anfitrión sin pasar por sus tribunales internos. Esta herramienta —concebida para reducir la incertidumbre jurídica y atraer inversión— pierde eficacia si un Estado, como Guatemala, se reserva el derecho de anteponer su Constitución a cualquier tratado. Actualmente, Guatemala enfrenta reclamaciones internacionales por más de US$1,081 millones, y ya ha sido condenada a pagar US$64.5 millones en uno de estos procesos. En ese escenario, el arbitraje deja de ser una garantía y se convierte en una formalidad vacía, sujeta al capricho de una interpretación constitucional que puede imponerse incluso sobre obligaciones internacionales libremente asumidas.

¿Qué seguridad puede tener un inversionista de que un laudo arbitral será ejecutado si la CC ha abierto la puerta a que Guatemala lo ignore por supuesta contradicción con la Constitución?

El problema no se limita al inversionista: también podría tener consecuencias estatales. Llegando al extremo, si Guatemala llegara a desconocer un laudo arbitral invocando su derecho interno, otros Estados podrían considerarlo un incumplimiento del derecho internacional. Conforme a los principios codificados en los Artículos sobre la Responsabilidad del Estado por Hechos Internacionalmente Ilícitos, ese acto podría justificar contramedidas legales, como restricciones comerciales o trabas a inversiones guatemaltecas en el extranjero. Una doctrina que permite ignorar tratados (como la sostenida por la CC) podría así generar un efecto bumerán: lejos de fortalecer la soberanía, debilitaría la posición internacional del país.

Un ejemplo que ayuda a ilustrar este tipo de tensiones es el caso LG&E v. República Argentina, resuelto por un tribunal arbitral del CIADI. En ese proceso, el tribunal se enfrentó a un conflicto entre normas internas argentinas y obligaciones asumidas en virtud de un TBI. Argentina argumentó que, debido a su legislación y a una crisis interna, no podía cumplir ciertas garantías otorgadas a los inversionistas. Sin embargo, el tribunal explicó que, conforme al artículo 42(1) del Convenio del CIADI, debía aplicar tanto el derecho interno como el internacional, con prevalencia de este último (derecho internacional) en caso de contradicción.

Esta interpretación contrasta con la postura de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala, que pretende imponer la Constitución incluso en el plano internacional. Lo cual contradice directamente el principio consuetudinario reflejado en el artículo 27 de la Convención de Viena: ningún Estado puede invocar su derecho interno como justificación para incumplir un tratado.

Estamos, todavía, a tiempo. La decisión de la Corte fue adoptada en el marco de un amparo provisional, y queda pendiente una resolución definitiva. Ojalá, en ese momento, la CC reconsidere y dé marcha atrás a un criterio tan peligroso como el esgrimido hasta ahora. Persistir en esta interpretación no solo debilita el compromiso internacional del Estado, sino que introduce un factor de inseguridad jurídica que puede tener costos muy altos para el país. Corregirlo sería lo sensato.

 

*Columna publicada originalmente en La Hora el 13 de junio

Preservar el TSE

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Los ataques judiciales deben cesar

 

El Tribunal Supremo Electoral (TSE) ha jugado un papel fundamental en nuestra democracia desde 1985, organizando elecciones limpias y confiables que han permitido la transferencia pacífica del poder.

En nuestro sistema electoral, el TSE organiza las elecciones, pero son miles de ciudadanos comunes los que resguardan el voto y luego realizan el conteo frente a los fiscales de todos los partidos políticos.

Si bien el sistema no es perfecto, todas las misiones de observación electoral internacionales y nacionales han respaldado cada una de las elecciones que se han realizado desde 1985.

Lamentablemente, desde las elecciones de 2023, el Ministerio Público, junto con un grupo muy pequeño de personas, han golpeado reiteradamente la institucionalidad del TSE. 

Primero, han insistido en un supuesto fraude electoral que nunca han probado. Ya pasaron dos años desde la primera vuelta electoral de 2023 y no han presentado una sola prueba. Y es que nunca la podrán presentar porque nuestro sistema electoral es confiable y transparente. 

Luego han presentado varios casos legales contra diversos funcionarios del TSE, poniendo en riesgo la operatividad de esta importante institución. Las próximas elecciones de 2027 ya tienen que comenzar a organizarse, pero los ataques judiciales constantes del MP y sus aliados son el principal obstáculo. 

El TSE es el corazón de nuestro sistema democrático, pero una agenda política mezquina pretende destruirlo sin escrúpulo alguno. Es lamentable el silencio ensordecedor de ciertos sectores que ven con indiferencia el daño institucional. 

Lo más preocupante es que todo esto ocurre a pocos meses de que se elijan a los nuevos magistrados del TSE. 

La politización de la justicia debe terminar y el TSE debe enfocar sus esfuerzos en organizar las elecciones de 2027.

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el jueves 19 de junio.

¿El narcotráfico se fortalece?

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El Gobierno tiene una enorme responsabilidad

 

La frontera entre Guatemala y México fue escenario de un confuso incidente en donde participaron supuestos narcotraficantes, miembros de la policía mexicana, elementos de la Policía Nacional Civil y del Ejército de Guatemala.

Según los videos que circulan, la actuación de la Policía Nacional y del Ejército de Guatemala es cuestionable. ¿Estaban defendiendo a los supuestos narcotraficantes? ¿Por qué no actuaron en coordinación con la policía mexicana? Son preguntas que debe responder el Gobierno y, para ello, es necesaria una investigación profunda. 

Por otra parte, la policía mexicana irrumpió en territorio guatemalteco, violando nuestra soberanía. El Gobierno de México ya emitió un comunicado por el incidente. 

Lo que preocupa es que los cárteles de narcotráfico se estén fortaleciendo y que, eventualmente, comiencen a generar una ola de violencia como la de México. 

Los cárteles mexicanos son sumamente violentos, como lo demostraron los Zetas entre 2009-2011, realizando masacres en distintos puntos del país.

El Ejército de Guatemala, con la ayuda de las agencias de los Estados Unidos y en coordinación con las autoridades mexicanas, deben fortalecer nuestras fronteras. Para ello debe invertirse en tecnología, armas y vehículos que les permita a nuestras fuerzas armadas enfrentar a los poderosos cárteles mexicanos. 

Pero también es importante hacer una depuración en la PNC y el Ejército, para garantizar que no estén contaminados por el crimen organizado. La labor no es fácil, pero debe realizarse para evitar escenarios catastróficos para el país.

La seguridad en varios países de América Latina se ha deteriorado, incluyendo Costa Rica, Chile, Ecuador, México y ahora Colombia, entre otros. 

El Gobierno debe actuar de forma contundente y rediseñar su estrategia. 

 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el 12 de junio de 2025

¿Hacer una nueva Constitución?

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Nuestra Constitución debe preservarse

 

El 31 de mayo, se cumplieron 40 años de la Constitución de Guatemala, lo que motivó que algunos propusieran un reemplazo total a través de una Asamblea Nacional Constituyente bajo el argumento que ya está obsoleta. 

Lo primero a reflexionar es que las constituciones no deben cambiarse frecuentemente. La Constitución de Estados Unidos tiene más de doscientos años de existir, con muy pocas modificaciones.  Ese país, con todos sus problemas, sigue siendo un referente de estabilidad democrática. 

Cambiar repetidamente las constituciones solo provoca gran incertidumbre política y económica, porque las reglas del juego se vuelven impredecibles. 

Cuando se cambia una constitución se modifica por completo la institucionalidad de un país, lo cual implica muchos riesgos. De allí que las constituciones deben ser estables.

Lo segundo es que, si bien Guatemala tiene problemas, estos no se van a solucionar cambiando la Constitución. Al contrario, la situación podría empeorar. Los venezolanos cambiaron su constitución en 1999 pensando que iban a tener un mejor país, y lo único que obtuvieron fue una dictadura sanguinaria que parece nunca terminar. 

La actual clase política de Guatemala está contaminada por la corrupción y el narcotráfico. Si se hacen elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, sería esa clase política la encargada de redactar una nueva constitución. ¿De verdad queremos tomar ese riesgo?

Por último, la Constitución de Guatemala no es mala. Hay aspectos muy puntuales que se podrían mejorar en el tema de elección de Cortes de Justicia, para que sean más independientes, pero el resto es bastante funcional.

En todo caso, debe exigirse a la Corte de Constitucionalidad que haga cumplir nuestra Carta Magna para que se protejan los derechos de los guatemaltecos. 

*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el 5 de junio de 2025

Verdades incómodas pero inexorables

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La fuerza de los hechos es inescapable y no le importan nuestros deseos

 

Una primera advertencia que hay que decir es que cualquier crítica que se pueda interpretar de este análisis, viene desde un buen lugar y con la intención de aportar insumos y contexto para ayudar a comprender mejor la realidad política venezolana y sus perspectivas en el futuro inmediato.

Una segunda advertencia, a modo de aclaración y de recuento de hechos, es que en ningún momento se busca desconocer ni desvalorizar la hazaña que emprendió el pueblo venezolano entre octubre de 2023 y julio de 2024, organizados bajo el liderazgo de María Corina Machado. Esos 9 meses quedarán registrados en los anales de nuestra historia como un hito inédito de organización ciudadana en torno a un hecho político concreto: las elecciones presidenciales del 28 de julio, en las que se buscaba provocar una transición democrática demostrando públicamente el fraude electoral. Se logró lo segundo, pero no lo primero. 

El fraude quedó demostrado dentro y fuera de Venezuela con una contundencia que probablemente no se ha visto en la historia de la región ¡y vaya si hemos sido una región con una larga seguidilla de fraudes electorales! Tanto en el siglo pasado como en el actual, con algunos casos más demostrables que otros. Sin embargo, siendo honestos, evidenciar un fraude electoral pocas veces condujo a transiciones democráticas en lo inmediato. El fraude de 2024 en Venezuela tampoco fue la excepción en ese sentido y demostró la vieja pero certera frase de Thomas Hobbes: vuelve entonces a la espada. Es decir, el chavismo-madurismo en unión militar-cívica perfecta (la inversión es a propósito), terminó de confiscar definitivamente la soberanía popular apelando a la razón de Estado por cualquier excusa que ellos creen que amenaza su existencia. Y se salió con la suya, como tantos despotismos a lo largo de la historia.

Estando cerradas las vías para un cambio de poder en Venezuela por medios políticos, en los 10 meses posteriores hemos estado viviendo dos fenómenos muy duros como consecuencia: aumento de la persecución política y cierre de espacios de organización y expresión (política y social) por la represión. Todo el que hace política o algún tipo de incidencia pública en Venezuela en estos momentos reconoce lo difícil que es organizarse en estas condiciones. No es que antes no haya sido difícil, pero ahora es prácticamente imposible, al punto que varios liderazgos han decidido operar en la clandestinidad, asumiendo los enormes riesgos que eso conlleva ¿Y cómo se hace política en la clandestinidad? Como se ha hecho toda la vida: a través de comunicaciones y organización secretas y también, muy importante, con el uso de propaganda

Habiendo hecho las aclaraciones y recuentos necesarios para entender el devenir de los hechos, es momento de explicar en qué punto nos encontramos ahora y qué opciones se nos presentan en lo inmediato dentro de este panorama. 

  • Venezuela no es un tema de atención internacional, o al menos no del tipo de atención que queremos. El 20 de enero de 2025 fue una fecha importante en la historia: terminó la Pax Americana, en la cual vivimos en los últimos 80 años y entramos en un nuevo momento geopolítico. Prueba de estos cambios, es la política dual que ha adoptado la Casa Blanca hacia Venezuela: por un lado Marco Rubio, de línea dura y favorable a la política de máxima presión, representa el discurso tradicional de los políticos de Florida (muy de la posguerra fría, por cierto). Y por el otro lado, Richard Grenell, opera en los márgenes con acercamientos muy puntuales al régimen venezolano. ¿Cómo explicar esta dualidad? Hay dos hipótesis: 1) No hay una postura definida hacia Venezuela de parte de la administración de Trump. No somos prioridad y de allí la inconsistencia y el enfrentamiento de visiones en Washington que aún no deciden cómo abordar el tema. 2) El abordaje dual hacia Venezuela es deliberado y lo que está buscando Trump en Venezuela es “no atarse” únicamente a la estrategia de Marco Rubio, y esta es su forma de “diversificar riesgo” y no cerrarse las puertas en caso de un eventual fracaso de la máxima presión. Básicamente, es su estilo de deal-making aplicado a la política exterior: no importa qué, siempre salir ganando “algo” de cualquier situación.

 

  • Las condiciones del país empeoran. Según las perspectivas que proyectan firmas e instituciones financieras internacionales, todos los expertos concuerdan en que la salida de las petroleras internacionales de Venezuela, tendrá un impacto negativo en la economía del país, que desde 2022 experimentaba una leve recuperación. Ya se comienza a notar al dispararse el tipo de cambio y en la respuesta brutal que ha tenido el gobierno, aplicando de nuevo una política de controles que recuerdan a los peores años de inflación incontrolable, escasez y crisis humanitaria. Y lamentablemente, hay que decirlo, esta nueva crisis económica no llevará a un cambio político, como se ha demostrado en el pasado, porque sabemos, habiendo pagado un costo humano muy alto, que al chavismo no le importa gobernar un cementerio. Además, gracias a la experiencia de 2019, la élite chavista ha aprendido a operar en un esquema oscuro y subrepticio de redes de distribución paralelas de petróleo a otros países para poder sobrevivir a las sanciones de Estados Unidos. Los más afectados de esta nueva crisis serán el menguado sector privado y los consumidores venezolanos. 

 

  • Tomando estos dos elementos en cuenta, el liderazgo de María Corina Machado puede enfrentar un desgaste importante en el futuro inmediato en la medida en que se cierre a una sola estrategia. Machado enfrenta una encrucijada determinante, ya que atarse completamente a la tesis de máxima presión, la sitúa en varias circunstanciasdesfavorables: 

 

  1. El todo o nada”: para María Corina, si bien la recompensa puede ser muy alta, el fracaso también puede ser muy caro porque implica la pérdida de su libertad, e incluso su vida, además de un crecimiento sostenido de los niveles de represión y de crisis económica en el país, en la medida en que el régimen venezolano se sienta cada vez más presionado por las sanciones. 

  2. Tener que mantener las expectativas altas en la población: prometiendo un desenlace que, de nuevo, depende de los vientos políticos de Washington y no de ella. Y mientras en la Casa Blanca no vuelva a haber un interés concreto hacia Venezuela, los costos de que las expectativas no se cumplan los asume ella y su credibilidad. 

  3. Atarse a la estrategia de la máxima presión la limita muchísimo en términos discursivos y la desconecta de la gente, ya que para mantener sus alianzas con Estados Unidos (que son su única carta), no puede pronunciarse sobre los dos problemas más acuciantes de la población venezolana en estos momentos: las deportaciones y el deterioro de las condiciones de vida dentro del país. En sus apariciones más recientes, sus declaraciones se han volcado hacia temas de seguridad y defensa de Estados Unidos. Si comparamos su discurso actual con el de 2023 y 2024, vemos que hay un problema comunicacional evidente, ya que en aquel momento ella sí lograba una identificación total de la gente con su liderazgo, conectando los problemas cotidianos de la población con una demanda política de cambio. Hoy Machado enfrenta la posibilidad real de que su discurso pierda tracción con la gente y se pase de nuevo a la frustración que ha llevado a todo el resto de la oposición venezolana a pasar por la “trituradora” de liderazgos.  Sin contar que el régimen venezolano, está aprovechando estas debilidades para construir su narrativa y culpar a María Corina de todos los problemas del país sin un relato efectivo que los contrarreste. 

 

Este análisis pretende describir la situación lo más realista y objetivamente posible. No pretende dar soluciones ni vías de acción ya que ese no es el trabajo de los analistas. Lo que busca este análisis es sincerar la política en Venezuela, con verdades muy duras, incómodas y hasta intolerables, pero que es necesario comenzar a asimilar. Aunque duela, es necesario comenzar a vivir en la verdad. Seguiremos ahondando en estos temas en próximas entregas.  

Tortura judicial

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La justicia se utiliza con fines políticos

 

La justicia en Guatemala no funciona. Nunca ha funcionado. Los criminales entran y salen de las cárceles varias veces, sin que afronten las consecuencias de sus actos.

El colmo son personas que llegan a acumular más de 20 ingresos a las cárceles y el sistema de justicia los deja libres una y otra vez. ¿Qué es lo que falla? ¿El Ministerio Público no hace su trabajo? ¿Los jueces se hacen de la vista gorda?

También vemos cómo muchos funcionarios públicos, acusados de graves hechos de corrupción, salen libres. A muchos les están devolviendo las propiedades que compraron con dinero de la corrupción.

En este sistema de justicia fallido, los criminales salen libres y los ciudadanos comunes estamos a merced de los ladrones, asesinos y corruptos. ¿Se puede construir un país desarrollado sin justicia?

Por otra parte, vemos cómo el sistema de justicia persigue a los que se consideran enemigos políticos. A estas personas se les dicta prisión preventiva durante años, aun cuando sus delitos son menores, comparados con los criminales antes descritos.

El último caso es el de Eduardo Masaya, un abogado acusado de falsedad ideológica, que se le tiene en prisión preventiva y que se le ha trasladado varias veces a centros penales que ponen en riesgo su vida.

La intención de estos traslados es que acepte cargos y que sus verdugos salgan en caballo blanco. Básicamente es una tortura para doblegar su voluntad.

Es terrible ver cómo se utiliza el sistema de justicia de la forma más burda para castigar a los enemigos políticos. Estamos viviendo en un oscurantismo judicial que amenaza la estabilidad de nuestra democracia.

La sociedad en Guatemala no debería permitir este tipo acciones. Así es como los países pierden sus democracias y los criminales terminan imponiendo dictaduras. 


*Columna publicada originalmente en Nuestro Diario el 29 de mayo

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